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Marte ataca

Cuando se llega a mi edad se hace difícil encontrar referencias bibliográficas nuevas, autores que no sabemos quiénes son.

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Hace muchos años, unos 25, a mi amigo A.C. lo invitaron a un encuentro literario en una lejana ciudad del norte de América del Sur. Quejoso como es, contaba una y otra vez que, para llegar, tenía que hacer dos escalas de avión, es decir, tomar tres vuelos. A la tercera o cuarta vez que lo repitió, yo, que acababa de publicar mi primera novela, un poco cansado de oírlo, le dije que renunciara al viaje y me recomendara para ir. Entonces me respondió: “Imagino que vas a escribir otras novelas, ¿no?”. “Espero que sí”. Ahí me contestó: “En cada generación hay unos veinticinco escritores que publican una primera novela. De esos, solo veinte publican una segunda y quince una tercera. Luego solo diez una cuarta. Y apenas cinco una quinta. Finalmente solo menos de cinco publican más de seis novelas. Cuando eso pasa, te empiezan a invitar a congresos. Pero no te invitan por ser buen escritor: te felicitan por haber durado”.

Con la lectura también ocurre algo similar. Cuando se llega a una edad como la mía (mayor a la que tenía mi amigo por aquel entonces) se hace difícil encontrar referencias bibliográficas nuevas, libros o autores que, si aún no leímos, al menos no sabemos quiénes son. Pero eso no ocurre por ser eruditos, sino simplemente por haber durado. Por eso, cuando descubrimos algo (¡y algo viejo!) la alegría es inmensa. A mí me ocurrió hace poco con la lectura de Melancolía de izquierda, de Enzo Traverso, texto en el que analiza la “fuerza de una tradición oculta, siglos XIX a XXI”, subtítulo original del libro en francés, trocado lamentablemente en la edición en castellano por un insípido “Marxismo, historia y memoria”. Esa tradición oculta de la izquierda en la modernidad incluye una serie de textos, películas, obras de arte conocidas y muy conocidas, que Traverso lee de manera novedosa (allí reside el talento del libro). La alegría viene de la página 91 (de la edición francesa, Éditions la Découverte, París, 2016) en que habla de L’Etoile Rouge (La estrella roja), novela de Alexander Bogdanov de 1908, que no había leído. Conocía a Bogdanov por razones de historia política y cultural: colaborador de Lenin desde antes de la Revolución, es uno de los creadores de la teoría del Proletkult que, como es bien sabido, fue disuelto en 1932, cuando el realismo socialista de cuño estalinista termina con la dimensión vanguardista del arte y la cultura de la Rusia revolucionaria (aunque en verdad ya había roto antes con Lenin, acusado de “izquierdismo” y enviado al ostracismo).

Publicada en 2017 en la colección Biblioteca Militante  de la editorial Razón y Revolución (traducida por Alejandro Ariel González), La estrella roja es una gran novela de ciencia ficción que narra el viaje de un terrícola a Marte, donde se encuentra con una sociedad (¡marciana!) de tipo futurista, organizada en torno a la tecnología. Pero en verdad el protagonista, llamado Lenni (nombre que no remite a Lenin, sino al apodo de un amigo íntimo del autor, un tal Leonid), es un revolucionario ruso seleccionado por los marcianos para conocerlo de cerca, porque en Marte había triunfado, desde hacía mucho tiempo, la revolución comunista. ¡Marte marxista! La novela rápidamente se vuelve una extraordinaria descripción antropológica de la sociedad comunista del futuro. ¿El futuro del comunismo? Allá lejos, en el planeta rojo.

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