Habemus gabinete”. Los rumores dieron paso a los hechos y desde el martes le tocará a cada uno de los ministros acompañar a Alberto Fernández en la difícil y titánica tarea de gobernar la Argentina.
El presidente electo decidió tener un gabinete numeroso. Mauricio Macri hizo lo mismo al comienzo de su gestión. No le sirvió de nada. El éxito de un gobierno no depende de la cantidad de ministerios.
El elenco ministerial es heterogéneo, en su mayoría moderado e integrado por personas que no tienen prontuario.
Economía. El área económica quedó –una vez más– dividida: el ministro de Hacienda, Martín Guzmán, se encargará principalmente del tema de la deuda; y el de Producción, Matías Kulfas, de la economía de todos los días.
El tema de la deuda es, sin duda, un asunto capital. Si no se resuelve de una manera inteligente y realista, será imposible la implementación de cualquier plan económico con aspiraciones de éxito. Es una verdad de Perogrullo.
AF se inclinó por un ministro de Economía de un muy buen nivel académico, pero sin peso político propio. He ahí un desafío, porque siempre ha resultado ser un problema la presencia en ese cargo de alguien sin poder propio.
A Guzmán le pertenece la idea que cautivó a Alberto Fernández de no pedirle más plata prestada al Fondo Monetario Internacional. El poder político en el área económica lo tiene Kulfas, amigo de Guzmán. El Ministerio de la Producción va a manejar las áreas de Producción, Minería y Comercio, es decir, del corazón de la economía del país.
Relegado quedó Guillermo Nielsen. Sus críticas a Axel Kicillof fueron letales para sus posibilidades ministeriales. Es verdad que a él le intersaba el área de energía, pero su proyección –hasta hace tres semanas– era otra.
A mediados de noviembre, en ocasión de una conferencia que dio en Miami, Nielsen se encontró con Alejandro Werner –uno de los hombres del FMI que tiene a su cargo el caso argentino–, quien bajó desde Washington, para conocer sus ideas para la renegociación de la deuda. Relegados fueron también Emanuel Alvarez Agis y Martín Redrado.
Bien y mal. La inclusión de Gustavo Beliz es elogiable. La de Carlos Zannini, no. El argumento que dio AF para explicar su designación fue decididamente malo: “No me lo impuso nadie”, dijo, y agregó que era era una reivindicación por los 107 días que estuvo injustamente preso.
Más allá de lo criticable de la prisión preventiva que padeció, Zannini está procesado en la sensible causa por la firma del memorándum de acuerdo entre la Argentina e Irán que Alberto Fernández supo criticar severamente.
Massa. En el reparto de cargos y cuotas de poder, a Sergio Massa le tocó el Ministerio de Transporte y AySA. A Transporte va el ex intendente de Junín Mario Meoni, amigo personal de Massa. Meoni es un hombre honesto proveniente del radicalismo, que se fue con Julio Cobos para luego recalar en el Frente Renovador. Persona de buen diálogo con todos y muy crítico del matrimonio Kirchner. No le será fácil lidiar con Moyano y otros.
A AySa va Malena Galmarini. Su designación causó sorpresa. AySA es una empresa estatal que, a través de los planes de construcción de la red de agua corriente y de cloacas, tiene una profunda penetración en el conurbano bonaerense. Galmarini aspira a repetir ahí la experiencia de su esposo en la Anses, el trampolín que le permitió salir del anonimato.
Kirchnerismo. La Anses y el PAMI han quedado bajo el ala del kirchnerismo. En la jerga del poder se los conoce como “la caja”. Manejan plata –mucha– y territorio. Tienen un valor estratégico.
Al PAMI va la hasta ahora diputada Laura Volnovich, especialita en temas de seguridad social que pertenece a La Cámpora. A la ANSES va Alejandro Vanoli, ex presidente del Banco Central, que durante su gestión representó exactamente lo contrario de la actitud de diálogo que pregona Alberto Fernández.
Prudencia. El presidente electo les pidió a sus funcionarios prudencia y un trabajo en equipo y sin cortocircuitos “porque si no, ya saben lo que viene: Macri”.
Esa afirmación refleja con exactitud la ecuación política de los últimos años de la Argentina. Macri fue producto del autoritarismo y de la intolerancia del matrimonio Kirchner, que dividió al peronismo y al país.
Viceversa, la vuelta al poder del peronismo y del kirchnerismo es producto de los graves errores cometidos por el actual gobierno y del efecto paradojal que produjo su actitud de fomentar la grieta que desembocó en la reunificación del peronismo disperso.
Mal discurso. El discurso de fin de mandato de Mauricio Macri fue en líneas generales, malo. Le faltó una autocrítica verdadera –decir que no se está satisfecho por los resultados económicos no es una autocrítica– y se ató al nuevo eslogan –“dejamos una vara alta”– con el que pretende darle a su gobierno un vuelo que no tuvo.
Eso no significa desconocerle el mérito de haber normalizado el Indec y restituido su credibilidad o la obra pública de calidad y sin sobreprecios. Pero decir que se “deja una vara alta”, que las bases de la economía están mejores con el 40% de pobreza, con récord de inflación, con empresas suspendiendo personal, cerrando y/o entrando en default es no tener idea de la gravedad de la situación económica y social del país.
La alocución cayó mal, incluso, en muchos sectores de Cambiemos. “¿De qué país está hablando?; ¿dónde vive?”, se preguntaban muchos de sus dirigentes al escucharlo.
Macri termina su mandato con más del 60% de imagen negativa. Tan alto es el rechazo que genera que hasta puede perder hoy la elección en Boca, en la que equivocadamente se involucró, como reveló Juan Román Riquelme en la entrevista con Jorge Rial.
En su discurso, Macri apeló al remanido recurso de repartir las culpas de la catástrofe económica que generó su gobierno entre la herencia recibida, la sequía, el escenario internacional y el resultado de las PASO. Es lo mismo que hacía –y hace– Cristina Fernández de Kirchner.