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Medio Oriente después de EE.UU.

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La administración Trump está aprendiendo que retirarse de Medio Oriente no es fácil ni carece de riesgos y costos. | ap

El 5 de agosto de 1990, días después de la invasión y conquista de Kuwait por el Irak de Saddam Hussein, el presidente estadounidense George H.W. Bush no pudo ser más claro al afirmar desde el Jardín Sur de la Casa Blanca: “No toleraremos esta agresión a Kuwait”. A lo largo de los seis meses siguientes, Bush demostró ser un hombre de palabra: Estados Unidos envió medio millón de soldados a Oriente Medio y encabezó una coalición internacional que liberó al país árabe.

Tres décadas después, un presidente estadounidense muy diferente adoptó una muy diferente política exterior. Tras abandonar a sus colaboradores kurdos en Siria, que habían luchado valientemente para derrotar a los terroristas de Estado Islámico (EI), EE.UU.  no hizo nada cuando drones y misiles iraníes atacaron instalaciones petroleras saudíes, inutilizando temporalmente la mitad de su capacidad. Bienvenidos al Oriente Medio post Estados Unidos. Para ser justos, la frase exagera un poco, ya que los estadounidenses no se han retirado de la región. De hecho, acaba de enviar tropas adicionales para disuadir y, de ser necesario, defender a Arabia Saudita de futuros ataques iraníes, y posiblemente responder directamente a ellos. Pero es imposible evadir la verdad fundamental de que EE.UU.  ha reducido su presencia y su papel en una región que ha dominado durante cerca de medio siglo.

Trump aplicó una política de “máxima presión”, consistente en lo principal en sanciones económicas 

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Las raíces de esta tendencia se remontan al presidente George W. Bush, cuya decisión de iniciar una guerra “optativa” contra Irak, insensata y mal diseñada, demostró ser un punto de inflexión en la política exterior estadounidense. Los altos costos y pobres resultados de esa guerra hicieron que el pueblo estadounidense se volviera en contra del involucramiento militar en la región, lo que influyó al presidente Barack Obama a optar por no materializar su amenaza implícita en las advertencias al gobierno de Siria de que el uso de armas químicas cruzaría una “línea roja” y tendría graves consecuencias. Obama también decidió no continuar la intervención liderada por la OTAN en Libia que derrocó el régimen de Muamar Kadafi, que dejó atrás un país dividido y un Estado fallido.

El presidente Donald Trump comparte esta aversión al involucramiento militar en la región. Además, el aumento de la producción local de petróleo y gas ha reducido la importancia directa de Oriente Medio para EE.UU. Más aún, la intensificación de las rivalidades entre grandes potencias ha elevado la necesidad de que ese país preste atención y recursos a Europa para contrarrestar a Rusia, y a Asia para compensar la influencia de China. La administración Trump se ha distanciado de Medio Oriente de múltiples maneras. La diplomacia está ausente en gran medida. Trump ha optado por ignorar las violaciones a los derechos humanos en Arabia Saudita y Egipto, y su administración no ha hecho ningún esfuerzo serio por dar solución al conflicto palestino-israelí.

La mayor fuente de incertidumbre en la región tiene relación con Irán. La administración Trump se retiró unilateralmente del acuerdo nuclear de 2015, a pesar de que Irán estaba cumpliendo sus cláusulas. Tras ello, Trump aplicó una política de “máxima presión”, consistente en lo principal en sanciones económicas severas que están teniendo un impacto demostrable en la economía iraní: algunas estimaciones señalan que su PBI se redujo cerca de un 10% el año pasado.

Pero si bien es obvio el impacto de las sanciones, no lo es su propósito. Lo que sí está claro es que Irán responderá a la guerra económica estadounidense con medidas punitivas propias. Además de las instalaciones petroleras sauditas, Irán ya ha atacado el tráfico de buques petroleros circulando en la región, y se está liberando gradualmente de las limitaciones impuestas por el acuerdo nuclear de 2015. A medida que se intensifique la presión económica sobre el régimen, EE.UU.  y sus aliados deberían esperar más respuestas de Irán.

Esto presenta un dilema a la administración Trump. Su preferencia no dicha pero evidente es un cambio de régimen en Teherán, pero a cuarenta años de la revolución iraní el régimen sigue firme, a pesar de las protestas públicas. Una respuesta militar a las acciones iraníes podría llevar a justamente el tipo de conflicto que Trump no desea antes de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020. Pero permitir a Irán que se libere de las limitaciones que le impuso el acuerdo nuclear de 2015 aumenta las probabilidades de que Israel lo ataque, arrastrando a EE.UU. a un conflicto bélico. E incluso si eso no ocurriera, la inacción de Norteamérica podría motivar a uno o varios de los vecinos de Irán a adquirir armas nucleares para compensar las capacidades iraníes y la posibilidad de que EE.UU. se aparte aún más de la región. Un desenlace así en la que ya es una de las regiones más inestables del mundo sería una verdadera pesadilla.

La administración Trump está aprendiendo que retirarse de Medio Oriente no es fácil ni carece de riesgos y costos

La mejor opción para avanzar sería que EE.UU. articulara los cambios de políticas que desea de Irán acerca de sus programas nuclear y de misiles, así como su comportamiento en la región, y lo que está dispuesto a ofrecer a cambio. Una iniciativa así se debería anunciar en público, con lo que se obligaría al régimen iraní a explicar a sus frustrados ciudadanos por qué rechaza el tan deseado levantamiento de las sanciones y prefiere en su lugar continuar con sus actividades desestabilizadoras en la región y sus programas nuclear y de misiles.

Frente a la intensa presión económica y política, el régimen podría aceptar negociar como lo hizo cuando acordó poner fin a su guerra de una década con Irak, su archienemigo de entonces. Sin embargo, hasta ahora EE.UU. no ha dado señales de una iniciativa de este tipo.

En pocas palabras, la administración Trump está aprendiendo que retirarse de Medio Oriente no es fácil ni carece de riesgos y costos. Norteamérica todavía tiene un papel en la lucha contra el terrorismo, resistir la proliferación nuclear, apoyar el libre flujo del petróleo y promover la seguridad de Israel y los aliados estadounidenses en el mundo árabe.

Está claro lo que se necesita: una mayor disposición estadounidense a usar una fuerza militar limitada, de ser necesario, y la voluntad de equilibrar sanciones con diplomacia. Sería irónico, además de trágico y peligroso, que el presidente que quería reducir la presencia de Estados Unidos en Medio Oriente haya iniciado una dinámica que nos implicará aún más ahí,  en un momento en que el país enfrenta ya desafíos con China, Corea del Norte y Rusia.

 

* Ex director de Políticas de Planificación para el Departamento de Estado (2001-2003).

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