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Yo no fui

Memoria selectiva

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Gaspar tiene 3 años. Viene al laboratorio y le damos una cajita de M&M. La abre entusiasmado, pero adentro hay sólo un montón de moños. Nos mira sorprendido. Le decimos: “Tu amigo Lucas está por llegar a la sala. Si le damos la cajita cerrada, ¿qué te parece que pensará Lucas que hay adentro?”. Gaspar responde: “Moños”. Volvemos a preguntar: “Antes de abrir la cajita, ¿qué pensabas vos que había adentro?” Gaspar responde: “Moños”. Gaspar revisa su memoria. Le cuesta recordar que al recibir la cajita pensó que había otra cosa que los moños que ahora tiene en la mano. Salvando las distancias, de manera más sofisticada para engañar a una memoria más sofisticada, todos tendemos a hacer lo mismo de grandes. (“Por eso”, dice el psicólogo Steven Pinker en relación con el experimento, “pensamos que los jóvenes de hoy son más rudimentarios que nosotros a su edad”.)

El jueves 16, en el panel de presentación del libro ¿Década ganada? compilado por los politólogos Carlos Gervasoni y Enrique Peruzotti, el jurista Roberto Gargarella decía que en la Argentina habíamos pasado de discutir la ideología a discutir los hechos.

Que el hombre de la calle acepte versiones fabricadas de los hechos no es nuevo; su distanciamiento lo obliga a recopilar información selectivamente, de manera sumaria, de fuentes que considera confiables. Sin ir más lejos, según una encuesta de septiembre de 2008 de World Public Opinion, cerca de un tercio de los estadounidenses pensaba que el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York había sido perpetrado por Saddam Hussein, seguramente estimulados por las mentiras  con las que el gobierno de G.W. Bush justificó su invasión a Irak. Más bizarro aún, el 23% de los alemanes pensaba que el autor material del atentado había sido el gobierno de los Estados Unidos. (Del mismo modo, en Argentina hay quienes piensan que el atentado en la AMIA fue obra del Mossad, o creen en conspiraciones sinarcofinancieras como las alentadas por los militares en los 70 o, más recientemente, por el Gobierno).

Pero a lo que se refería Gargarella no era al hombre de la calle sino al intelectual, a investigadores del Conicet divididos ante preguntas empíricas sobre hechos verificables como la inflación, la pobreza, el empleo, el desendeudamiento o la industrialización. O sobre conductas verificables como la corrupción, la evasión, el tráfico de influencias o la malversación de fondos, sobre las que se acumulan pruebas difíciles de ignorar. Es posible que, en algunos casos, esta disonancia cognitiva sea fruto del oportunismo económico o de la compulsión a la obediencia del soldado. Pero lo más probable es que se trate de un mecanismo adaptativo de autoengaño o negación similar al de Gaspar con la cajita.

Así como el árbitro se equivoca cuando nos cobra penal (o cuando no se lo cobra al adversario), del mismo modo rechazamos de plano las acusaciones de corrupción a nuestros referentes y aceptamos sin más las que involucran a referentes de lo que no somos. Tendemos a favorecer la evidencia consistente con nuestras creencias y preferencias, y nos blindamos contra los datos de la realidad que las contradicen. Y si bien este sesgo moral excede no es sólo nuestro, en la Argentina la pérdida de legitimidad de la política, la Justicia y el periodismo profundizó la distancia entre puntos de vista, y entre el punto de vista y la realidad verificable. No importa lo que pase, la evidencia se adecuará a nuestra intuición como un guante y cualquier cuestionamiento a las creencias disparará un reflejo de defensa.

Parte de la tarea del comienzo de ciclo será actuar sobre esos prejuicios y defensas, devolverle la legitimidad y el peso propio a los hechos.
Gaspar, flamante historiador de 27 años, presenta su tesis sobre la historia argentina reciente. Así como desaparecen de la memoria los M&M para convertirse, retrospectivamente, en moños, así también desaparecen de la tesis de Gaspar la APDH y los juicios a los militares, las propuestas de asignación universal por hijo y por adulto mayor de la Alianza o el crecimiento sin inflación de principios de 2003. Desaparece todo el año 2002. ¿Qué había antes de 2003?, le preguntamos a Gaspar cuando termina. El año 2001, la Alianza, el neoliberalismo, la crisis, el horror, responde Gaspar.

Moños.

*Economista y escritor.