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Negadores, furiosos y deprimidos

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Lilita. La culpa de la derrota es de los votantes, que pagarán por eso. | cedoc

Entrevistada por Joaquín Morales Solá el lunes pasado en el canal TN, la diputada Elisa Carrió advirtió que la suerte del país queda ahora en manos del libre albedrío de los votantes. ¿Ahora sí y antes no? ¿No fue el libre albedrío el que guió a los ciudadanos en las PASO? ¿Estaban prisioneros de un hechizo? En la amonestación de Carrió asomó otra vez la certeza que el inconsciente del Presidente le dictó a este en su discurso del lunes 12 de agosto: la culpa de la derrota es de los votantes, y pagarán por ella. Maquillada, atenuada bajo una ficción de consenso y disimulada bajo el estupor, esa idea parece prevalecer en las filas oficialistas y cada tanto irrumpe, como cuando sus trolls (esa especie de muertos vivientes digitales) convocan a través de las redes sociales a un “apagón de medios”. Les faltó decir “hegemónicos” para que el espejo los mostrara como la imagen exacta de su más odiado enemigo: el kirchnerismo. En esa línea la diputada Carrió amenazó con “condenas” a periodistas, editores y medios.

El “cambiemismo” asoma, a la luz de su clamoroso traspié, como síntoma del estado precario en que se encuentra la cultura democrática en el país. Ya Cristina Fernández, cuando alardeaba de su poder sugiriendo a sus opositores que si no estaban de acuerdo formaran un partido y ganaran las elecciones, no creía que esa instancia del juego democrático fuera posible en medio de la fiesta populista. Pero la broma se convirtió en vaticinio y se volvió en contra. La democracia formal que se practica en la Argentina guarda aún esa última carta. Permite cambiar gobiernos a partir del voto. Como señaló Karl Popper (1902-1994), uno de los más profundos filósofos de la política y de la ciencia que dio el siglo XX, lo más importante de la democracia “es que posibilita destituir al gobierno sin derramamiento de sangre, después de lo cual otro gobierno toma las riendas”. De esta manera, dice en su ensayo Observaciones referentes a la teoría y praxis de los Estados democráticos, cumple una de sus principales funciones: impedir las dictaduras provenientes de una acumulación ilimitada de poder. Todo gobierno que puede ser destituido por otro mediante el voto (añade Popper en otro texto, titulado Sobre la teoría de la democracia) actuará mejor. Quizás esta última parte no ha sido entendida (como tampoco otras cuestiones, de mayor complejidad y envergadura en la práctica republicana) por los gobiernos que se suceden en el país.

A su vez, también en buena parte de la sociedad parece haber confusiones al respecto. Se suele aceptar que el albedrío es libre cuando las decisiones que se toman bajo su arbitrio nos favorecen.

Que la ley es legítima y válida cuando se inclina de mi lado o cuando penaliza a mi adversario. Y que la democracia es democrática cuando gana el que yo voto y al convertirme en mayoría me da derechos y me libera de deberes. Esto funciona habitualmente así, aunque se manifiesta de manera más dramática o patética al calor de las elecciones. Y es independiente de ideologías, adhesiones o militancias. Les cabe a todos.

Lo más sencillo de explicar y más difícil de entender es que en las PASO un alto porcentaje de la ciudadanía (la mayoría es siempre la más grande de las minorías y no otra cosa) penalizó a un gobierno que la defraudó y, peor, desesperanzó. Cuando hay elecciones, cosa que siempre es de agradecer en la vida de un país que se pretenda republicano, a veces se gana y a veces se pierde. Las derrotas requieren ante todo duelo, luego reflexión, aprendizaje, transformación y reparación. El duelo tiene, como lo describió la médica suiza Elisabeth Kübler-Ross, cinco etapas: negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. En ese orden. Solo si se cumple el ciclo completo habrá sanación y continuidad. Pero hay quienes quedan patológicamente estacionados en alguna de las etapas. Y esto no es bueno ni para el doliente ni para su entorno. Mucho menos cuando se tienen responsabilidades hacia otros. Quedarse en la negación, el enojo o la depresión solo trae más negación, más enojo y más depresión. Y eso en la Argentina hace tiempo que sobra.

 

*Periodista y escritor.