Desde que la fórmula Fernández-Fernández ganó las elecciones de noviembre de 2019, PERFIL viene diferenciándose de la gran mayoría de los medios tradicionales por no compartir dos premisas constituyentes del relato dominante de estos tres años: a) Cristina Kirchner es omnisciente (aun los que piensan que es malvada le asigna una inteligencia superior), y b) Alberto Fernández es un títere. Si el Presidente fuera un títere, no habría existido conflicto con ella; y si ella fuera tan inteligente, tampoco tendría conflicto con él porque hubiera elegido a quien satisficiera sus deseos.
Se equivocó al elegir a Alberto, después al combatirlo y creer que el sustituto de Guzmán sería afín
La acumulación de errores de Cristina Kirchner es mucho mayor que sus aciertos: 1) Haber elegido a Alberto Fernández. 2) Una vez elegido, haberlo combatido reduciendo su capacidad de éxito. 3) Limar a Guzmán hasta que renunciara sin percibir que su reemplazante iba a tener que ser aún más ortodoxo ya que el contexto (que ella misma agravó) no genera condiciones de posibilidad para otra alternativa. 4) Enfrentar a la Justicia, que inevitablemente terminaría condenándola por acumulación de pruebas en lugar de haber utilizado la estrategia apaciguadora de Carlos Menem estirando los procesos con formalidades leguleyas típicas de abogados alarga-pelitos para que el fallo definitivo tardara veinte años.
El mejor ejemplo de este último error es no haber recusado a los miembros de la Corte Suprema, complicando más el juicio que perentoriamente más la afecta, el de vialidad, donde la Corte Suprema, ante el pedido del abogado de Cristina Kirchner, se tuvo que expedir la semana anterior en contra de los deseos de la vicepresidenta. Recusándolos, además de haber podido ganar tiempo, hubiera tenido la posibilidad de que otros jueces eventualmente hicieran lugar a alguno de sus pedidos.
Qué puede llevar a una mujer de razonable inteligencia (inferior a la que se le asigna pero igualmente superior al promedio) a tomar decisiones autodestructivas sino la omnipotencia de creerse ella misma omnisciente y de rodearse de un entorno donde solo exista lugar para quienes siempre den la razón a cualquier deseo de su jefa convertido en pensamiento.
Otro ejemplo de errores estratégicos es haber rechazado cualquier consideración presente o futura de poder apelar a indultos, amnistías o conmutación de penas, considerando el uso de estas herramientas como una ofensa a su dignidad porque, desde su perspectiva, ella no debe ser perdonada sino condecorada por sus altos servicios a la patria.
Esa altísima visión de sí misma la lleva a subestimar prevenciones comunes, creyéndose por arriba de las preocupaciones de la mayoría de los mortales ya que los demás terminarán rindiéndole la pleitesía que se merece.
Es la misma posición metafísica que pretende imponerle a la economía y, por ende, a la política al rechazar la infranqueabilidad de las constricciones que impone la realidad económica de la tercera década del siglo XXI, distinta a la de la abundancia de la primer década con la que le tocó gobernar a su marido y a ella misma gran parte de su primera presidencia.
Tácitamente, ella pareciera decir: “Si la realidad no se ajusta con las ideas, problema de la realidad”. Cuando le reclama al Gobierno creatividad para torcer la realidad en el sentido deseado, pareciera creer que la tan mencionada lapicera con la que cuenta el Presidente para firmar resoluciones tiene poderes mágicos.
Creer en el espejismo de la posibilidad performativa de la realidad que tendría la lapicera presidencial la lleva a dinamitar a un ministro como Martín Guzmán y previamente a Matías Kulfas, pensando que ellos eran culpables de no saber usar esos poderes, para encontrarse semanas después con constricciones de la realidad aún más limitativas, en gran medida por los propios daños autoproducidos debido a su error de diagnóstico. Hoy el kirchnerismo tiene menos posibilidades de promover medidas distribucioncitas que hace dos semanas con Guzmán o hace un mes con Guzmán y Kulfas.
Primero lo primero. La temporalidad de los acontecimientos determina el orden de precedencia y su hilo causal. Normalmente se le atribuye a Alberto Fernández falta de carácter y determinación, y no así a Cristina Kirchner. Pero existen tantas evidencias para asignarle esa falta de decisionismo al Presidente como a la vice. Si Cristina Kirchner estuviera convencida de qué políticas tendrían éxito en el ejercicio del gobierno y la forma creativa de superar las constricciones de la realidad, podría haber forzado la renuncia de Alberto Fernández y asumido ella la conducción del país.
Si ella estuviera convencida de su razón, sentiría el imperativo categórico de ahorrarle al pueblo un período de privaciones. Pero todo indica que no tiene ni esa convicción ni esa determinación. Esa falta de claridad sobre aquello que tendría éxito al hacerse la llevó a elegir que encabezara la fórmula presidencia Alberto Fernández y no ella misma, si fuera cierta la tesis de Horacio Verbitsky: que Cristina Kirchner sabía que ganaba la elección de 2019 sin Alberto Fernández encabezando ella, pero luego le sería más difícil gobernar. Si hubiera ganado sola y hubiera sabido cómo tener éxito en el gobierno, habría encabezado ella misma la fórmula presidencial. Y si hubiese creído que precisaba el caballo de Troya de un Alberto Fernández para ganar, ella sabría cómo gobernar con éxito y, si su elegido demostrara no saberlo, podría hacerlo renunciar y asumir ella.
Se equivocó al no recusar a los jueces de la Corte y al descartar indulto o amnistías
Un corolario plausible es que Cristina Kirchner no sabe cómo y que su recostarse en la posición de crítica a Alberto Fernández es una demostración de esa carencia. Otra explicación de sus errores reside en cierta obsolescencia de sus herramientas cognitivas y las consecuencias emocionales que le dejó la muerte de su marido, el desgaste de ocho años de gobierno, el posterior triunfo de Macri, los problemas judiciales que como cónyuge supérstite arrastra por herencia de su marido y las consecuencias sobre sus hijos.
La omnipotencia en el ocaso es una formación reactiva de la impotencia. Si el problema residiera en la falta de carácter y decisión del Presidente pero la vicepresidenta tuviera esos atributos, la solución sería otra.