En 1798 Malthus sostenía que las pestes eran un saldo “natural” por un crecimiento de población más rápido que el de los recursos. Una idea que naturaliza la muerte aún vigente en la gestión del Covid-19. El uso de la primera persona del plural del vicegobernador de Texas no mejora su declaración: “La muerte de algunos viejos no justifica frenar un país”. La dilación de Boris Johnson en cuanto a confinar mientras entretuvo la idea de “inmunidad de rebaño”, es decir, no impedir contagios hasta que una proporción significativa de población inmune por haber pasado la enfermedad proteja al resto, costó miles de vidas. La tasa de mortalidad del Covid-19 expone tanto la fortaleza del virus como la vulnerabilidad de la sociedad que lo hospeda. El desafío de gestión mientras no haya vacuna: dilatar la enorme demanda puntual en el tiempo de equipo y personal especializado. Merkel, influida por la analogía ovina, no aisló ni dejó al virus medrar. El “milagro alemán” es el resultado de tests masivos que, al arrojar una cifra realista, permiten tratar en fase inicial y de la interacción social limitada tanto física como intergeneracional, rasgos culturales ausentes en España e Italia con un nivel apenas mayor de envejecimiento que, si bien incidió en la tragedia por la avanzada edad de los casos graves, no lo hizo como los recortes en la sanidad pública, inéditos en Alemania, con un promedio de 27 camas por UCI.
La caída porcentual del PBI de una nación generada por el confinamiento aumenta la pobreza, afecta la calidad de vida y también la mortalidad. La representación precarizada de Trump –“Un crash económico generaría suicidios masivos en Wall Street”– no invalida el falso dilema entre las defunciones devenidas de no confinar y las que causa un confinamiento. La muerte inminente no es contrastable con la potencial sin convalidar en ese acto el statu quo, y la política niega nuestra capacidad para incidir en las muertes mediatas. No es voluntarismo, hay signos de una salida keynesiana de la crisis global, de una distribución más equitativa de sus costos. Aun antes del Covid-19, la negociación argentina de la deuda encontró una Georgieva más cercana a Krugman y a Guzmán que a Lagarde. En la UE se aprueban subsidios, rentas mínimas a los más vulnerables, algo inédito en 2008. ¿Quién objeta hoy el robustecimiento del Estado de bienestar y la sanidad pública que salvó a detractores? El silencio de la derecha otorga, pero la ultraderecha nacionalista resucita a Malthus culpando a la inmigración por la saturación de los hospitales, pregonando fronteras en las coaliciones. Su crítico más sagaz, quien no veía el problema en la gente, sino en la concentración de los recursos y en la técnica para multiplicarlos desde ¿el pasado?, nos interpela: “Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. Hay razones todos los días para construir desde tal “reciprocidad” un futuro. Pero no las hay en los médicos estigmatizados por vecinos o en las “subastas a pie de pista” entre países por cargamentos de mascarillas y respiradores.
Las crisis en el desarrollo de las fuerzas productivas causada por el cambio climático o el Covid-19 no disparan avances per se. Marx cuestionaba, con el concepto de “clase para sí” o conciencia de las masas de su rol activo en la construcción de un modelo, el determinismo de su frase anterior. La condición de cambio es una transformación subjetiva, difícil en tiempos donde la difusión de ideas depende menos de su contraste con criterios de verdad que del número de seguidores, y el debate superador se resiste a la endogamia generacional e ideológica, a la arquitectura de homogeneidades fragmentadas que proponen las redes sociales. El combate no es solo con un virus. La certeza, todos somos parte de él. El resultado...
*Geógrafo UBA. Magíster UNY.