Me fue solo necesario el sencillo acto de cargar las boletas en la aplicación de Previaje para asombrarme por partida doble. Primero, por la eficiencia del procedimiento que en pocos minutos nos había confirmado un crédito de 200 mil pesos. Para regalar plata el Estado argentino es de una eficiencia escandinava. Segundo, porque no cabía otra conclusión que Argentina es un país que ha perdido la razón.
Del ministro Lammens conservo una camiseta de San Lorenzo con su firma que me obsequió cuando, luego de una ardua negociación, acordamos las condiciones para que el club llevara el logo del Banco Ciudad. No reconozco a aquel empresario, apretado por la falta de recursos, en éste que dice que “Previaje es un éxito tremendo”, que “el Previaje es la política más importante en la historia del turismo”, y que se emociona en un acto al recordar que la política “es un orgullo enorme porque nació de la cabeza de un equipo de profesionales que trabajan en el Ministerio con vocación de sumar para el país”. Curiosa definición de éxito. Si usamos recursos fiscales para pagar la mitad de algo, no debiera sorprendernos que la gente pida ese 50% -a cualquiera le gusta que sean otros los que paguen por el consumo propio-. Es una política que, en realidad, podríamos aplicar a cualquier cosa. Por ejemplo, podríamos sugerir que el Estado pague la mitad del valor de los automóviles, o la mitad de lo que gastamos en carne o leche. Lammens dirá, con algo de razón, que es un éxito personal clarísimo, porque habiéndose podido usar los recursos públicos para pagar cualquier cosa, y mucho más importantes, solo él pudo convencer al gobierno de hacer de Papá Noel en su área. Pero una cosa es Lammens y otra el interés general, y hasta que no pongamos en la balanza el hecho de que esos recursos se podrían haber usado para otros bienes, quizás más necesarios, y en tanto no pongamos sobre la mesa el costo de la plata que se usa en el programa, difícilmente podamos concluir sobre el éxito de la política.
En general los economistas razonan sobre la base de costos y beneficios marginales.
El economista diría: buscá el gasto mas inútil y buscá después el impuesto más costoso. Si ese gasto rinde menos que el costo de ese impuesto, tenés que bajar los gastos menos beneficiosos y reducir los impuestos más costosos y seguir haciéndolo hasta llegar a un punto en el que los beneficios del gasto compensen el costo del impuesto. En un gobierno es la tarea del ministro de Economía el de ordenar las múltiples demandas de los distintos sectores para que el conjunto cumpla ese criterio de racionalidad. Si no se respeta este criterio, el éxito de Lammens señala el fracaso de Guzmán.
Trasladado a nuestro ejemplo sería preguntarse sobre el beneficio social de ahorrarle a la familia Sturzenegger 200 mil pesos de sus vacaciones, y compararlo con el mayor costo que podríamos evitar si no se tuviera que recaudar ese dinero.
Lo primero que debemos tener claro es que esos 200 mil pesos alguien los va a tener que poner. No existe Papá Noel, con su ejército de duendes y elfos, que regala sin costo. Hoy la deuda de Argentina es de unos 200 mil millones de dólares, que es solo el 3% de lo que, en los últimos 50 años, y en plata de hoy, ha gastado el Gobierno en sus tres niveles. En otras palabras, el 97% de los gastos se ha pagado con impuestos (o con emisión que es impuesto inflacionario). Alguien podrá argumentar que el gasto “se paga solo”, porque supuestamente el gasto publico expande la actividad y genera nueva recaudación; pero la evidencia muestra que el efecto del gasto público sobre la actividad es nulo. Conclusión: lo que el Estado gasta alguien lo paga.
Ahora bien, ¿cuál es el costo de esta edición del Previaje? Es difícil saber cuanto terminará costando. Pero si paga la mitad de los más de 70 mil millones de pesos ya registrados faltando algunos días para el cierre, podemos cómodamente estimar el gasto en, al menos, unos 30 mil millones. La pregunta es, ¿qué impuestos podríamos bajar con 30.000 millones de pesos?
Una buena manera de pensar los impuestos es que terminan reduciendo el ingreso de los factores de producción. No es cierto que los impuestos hacen inviable la producción como a veces se dice, lo que sí hacen es que obligan al empleador a pagar menos por los factores de producción que contrata, principalmente el trabajo. Los aportes patronales y personales, por ejemplo, terminan generando menores ingresos para los trabajadores.
Los aportes personales representan el 17% del salario bruto, lo cual implica que los salarios de bolsillo podrían crecer 20% si esos aportes se eliminaran. Una manera intuitiva de pensar donde duelen más los impuestos es pensar en los trabajadores formales con los menores sueldos. Y acá lo sorprendente. Si usáramos los 30 mil millones del Previaje para reducir esos aportes, podríamos eliminarlos para el 50% de la población con menores ingresos. Sería una estocada directa a la pobreza que supuestamente nos angustia tanto y un impulso a la formalización laboral.
Lammens podrá decir que el Previaje es un éxito para su Ministerio, pero Desarrollo Social y el propio ministro de Economía difícilmente puedan ver en este gasto un uso eficiente de los recursos. En realidad, digámoslo con todas las letras, es una locura solo posible en un gobierno que ha perdido totalmente el rumbo.
Pero sería injusto hablar solo del gobierno aquí. Recordemos también el “éxito” de la rebaja de impuestos a las ganancias apoyada por todos los bloques parlamentarios. El impuesto a las ganancias lo paga en Argentina el 15% más rico de la población. Si se baja ese impuesto y la reducción no se acompaña con ninguna baja de gasto, quiere decir que se subirá el impuesto inflacionario que pagan los que menos tienen. Es decir que le bajamos los impuestos a los ricos y se los subimos a los pobres. Lo mismo aplica a la reciente discusión por la suba del mínimo no imponible de bienes personales; proponer bajar ese impuesto sin bajar el gasto, es bajarle los impuestos a los ricos y subirle a los pobres.
La definición de éxito en nuestro país es extraña porque presume la existencia de Papá Noel. Lo creemos cuando pensamos que gastar no tiene costo y lo creemos cuando pensamos que podemos bajar impuestos y que eso no tiene costo. Algún día, espero, creceremos y descubriremos que Papá Noel no existe.
*Profesor Plenario Universidad de San Andrés, y Profesor Visitante en Harvard Kennedy School, y HEC, París. Ex Presidente del BCRA.