En el decurso de la historia evolutiva del sapiens nos encontramos con el entretejido de un diálogo atemporal de las materialidades que desencadenan alteraciones significativas, un estado cuya cohesión ya no depende de un orden ritual-mítico, sino de la organización minuciosa de la actividad basada en los dispositivos tecnológicos.
El artefacto cognitivo del sapiens en la creación poiética de las condiciones de la existencia es un desencadenante de la historia que representa la posibilidad de cambio puesto que transforma no solo a quien participa de ella sino también su entorno natural y material. El ámbito intersubjetivo de la oralidad patentiza una dualidad de planos: uno, como entidad subjetiva en el interior del organismo vivo, otro, como pensamiento modelado exteriorizado, una experiencia intelectualizada nemotécnicamente.
Las categorías de lo vital a lo humano, los matices agonísticos institucionalizados en la retórica y en la dialéctica, la identificación comunitaria, lo empático con lo que es sabido, la homeóstasis o equilibrio, lo situacional antes que lo abstracto y la fugacidad de la palabra “alada” dan paso a una tecnología externa y ajena. Como señala Ong (2001) “por contraste con el habla natural, la escritura es completamente artificial”. Esta construcción nos permite pensar que si bien lo tecnológico remite a lo artificial, lo paradójico en este caso es que lo artificial es natural para los seres humanos, de modo que al interiorizar la tecnología, esto es, hacer de la herramienta o de la máquina una segunda naturaleza significa enriquecer la psique a la vez que la aleja de la constelación deshumanizadora. Así, esta marca semiótica modela e impulsa la actividad intelectual del sapiens. Vemos aquí, en el pasaje de la oralidad a la escritura, una primera (r)evolución cognitiva.
La exégesis de la sátira utópica Erewhon de Butler presenta la concepción darwiniana donde el autor concibe a las máquinas de su época como eslabones primitivos de una cadena evolutiva. Marx, por su parte, se suma a la teorización de la innovación tecnológica en términos evolucionistas desde la configuración de la realidad física creadora de artefactos como extensión del cuerpo humano. Francis Bacon en el siglo XVII comienza a hilar una conceptualización de la posibilidad de construir máquinas que imitasen el comportamiento humano, modificando la naturaleza con la finalidad de someterla. Al integrar la dimensión material configurable a lo humano nos acercamos a lo que podríamos llamar una segunda (r)evolución cognitiva.
En este paradigma, los algoritmos bioquímicos se traducen en algoritmos informáticos capaces de gestionar nuestra intersubjetividad en beneficio del acierto perpetuo, infalibilidad conferida a las divinidades griegas. ¿Nos enlistaremos como meros “procesadores” de una elite upgraded and uploaded en la red cyberorgánica colectiva? ¿Cuál será la relación entre el sapiens moderno y el homo-deus dotados de cualidades cognitivas significativamente distintas? La transhumanización evidencia la necesidad de una revisión epistemológica de aquello que sienta las bases de la cognición, la comprensión y la reinterpretación de la naturaleza humana. No se trata del humanum de Nietzsche, tampoco del superhombre del Faustus de Goethe, sino un datum ex nihilo que pide la intervención de la techné, como en los versos del Dante, redimido más allá de lo humano, trascendente en Dios.
*Lingüista.