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Pasiones ferroviarias

Para cualquiera que tenga esa extraña enfermedad llamada amor por los trenes, All the Stations es irresistible.

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En 2017 Geoff Marshall y Vicki Pipe, una joven pareja de ingleses, decidieron recorrer las 2.563 estaciones de los trenes de Gran Bretaña e informar sobre el viaje en las redes sociales. Tardaron quince semanas en cumplir con su objetivo y produjeron, además de la información en directo vía Twitter y Facebook, una serie de videos que duran entre diez y quince minutos y se pueden ver en YouTube. El proyecto se llama All the Stations e incluye, entre otros extras, un documental de una hora y media que lo resume. Marshall y Pipe filmaron ellos mismos y se financiaron mediante un sistema de crowdfunding que les permitió conseguir las cuarenta mil libras necesarias para pagar los gastos de comida, alojamiento, material, edición y –desde luego– pasajes. All the Stations fue un éxito y en pocos días comenzará un nuevo emprendimiento: durante dos semanas, Marshall y Pipe visitarán las 198 estaciones de las dos Irlandas.

Para cualquiera que tenga esa extraña enfermedad llamada amor por los trenes, cuyos síntomas –como el de toda pasión amorosa– son la compulsión y el éxtasis, All the Stations es irresistible, aunque padece de un problema que acaso el capítulo irlandés pueda corregir. Los videos pierden consistencia cinematográfica por cierto exceso de velocidad que priva al espectador del placer contemplativo que los trenes proporcionan de una manera doble, ya que mirar el paisaje desde la ventanilla y mirar los trenes pasar son emociones complementarias. Hay una tercera, que es la de explorar lo que cada parada puede ofrecer, desde los alrededores a la estación en sí, con sus particularidades y su funcionamiento. Pero, aunque hablan de la aventura asociada a los viajes, que consiste en conocer gente y lugares, los siempre simpáticos y jadeantes Vicki y Geoff, tan ansiosos por no perder las conexiones como por cumplir con el diseño mediático, reducen al mínimo las entrevistas y los silencios, como si el interés de los potenciales espectadores (que fueron cientos de miles) dependiera de un cambio continuo de escenario.

Hay un cuarto placer ferroviario, acaso más abstracto pero más intenso, que es la red propiamente dicha. Tanto los trenes en sí mismos como los edificios, las vías y las señales por un lado y, por el otro, los mapas, los horarios y hasta el material gráfico son una invitación a perderse en un universo de objetos físicos muy bellos y de permutaciones virtuales vertiginosas. Desde el tren más arcaico hasta el más moderno, desde un pequeño trayecto sin escalas a la planificación de un largo viaje, el amante de los trenes corre el riesgo de desaparecer en un universo paralelo.

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Para completar la paleta del amor ferroviario existe una quinta fuente de emoción y tiene que ver con la historia, la nostalgia y el capitalismo. Entre 1963 y 1965, un tal Richard Beeching publicó, por cuenta del gobierno, dos informes que aconsejaban una reducción drástica de la red ferroviaria. Siguiendo esos lineamientos, se cerraron 5 mil millas de vías y en 1973 las estaciones se habían reducido de más de 5 mil a 2.355. Más allá de que ahora hay algunas más y el tren volvió a estar asociado a la idea de progreso más que a la de decadencia, no hay duda de que un programa llamado Todas las estaciones cerradas nos provocaría un llanto inconsolable.