COLUMNISTAS
Lenguaje inclusivo

Poca salud y mucha jerga

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Poner el foco. En un país con muertes por covid el Ministerio de Salud se preocupa por el “lenguaje no sexista”. | cedoc

Pediatras, odontólogos, oculistas, cirujanos, obstetras, fisioterapeutas, fonoaudiólogos, psicólogos y psiquiatras, como otras personas que ejercen profesiones en el campo de la salud pudieron desde siempre atender a sus pacientes y consultantes con mayor o menor eficiencia dependiendo de su dedicación, su empatía, su formación, su experiencia, y de la calidad y la intensidad de éstas. Quienes acuden a ellos no hacen hincapié, hasta donde se sabe, en si la especialidad del profesional o la profesional en cuestión termina en “a” o en “o”. Haría mal un machista empedernido en no llevar a su hijo o hija al (o la) pediatra porque la palabra “pediatra” termina en “a” y remite a lo femenino. Y no estaría bien que una feminista recalcitrante se prive de acudir a un excelente cirujano, en caso de necesitarlo, porque éste describe su profesión con una “o” final. La medicina incluye a médicas y médicos, la educación a maestros y maestras, la ingeniería a ingenieros e ingenieras, etcétera. No es el lenguaje el que precisa la calidad final de sus prestaciones, ni de sus atributos como personas. Y se puede agregar que a lo largo de la historia humana quienes se amaron con buen amor no tuvieron (ni tienen) que “incluirse” en algún tipo de léxico para demostrar y honrar sus sentimientos.

En un país, la Argentina, con alrededor de 130 mil muertos y unos diez millones de infectados por coronavirus el Ministerio de Salud se dio tiempo esta semana para emitir la Resolución 952/2022 (publicada en el Boletín Oficial), por la cual utilizará de ahora en más el “lenguaje y comunicación no sexista e inclusiva” (sic) en todas sus producciones, documentos, registros y actos administrativos, como así en sus organismos descentralizados. “El Ministerio de Salud tiene como uno de los ejes centrales de su política el desarrollo de acciones que favorezcan la implementación de políticas sanitarias con perspectiva de géneros y diversidad”, reza el comunicado. Es decir que las prioridades de este Ministerio no pasan por mejorar el estado y la gestión de los hospitales o porque se pague a los médicos de esas instituciones sueldos acordes a su responsabilidad, dedicación y riesgos en el ejercicio profesional. No pasan por garantizar a la población una calidad de atención sanitaria que impida caer en la medicina prepaga cuyos costos son ya confiscatorios (aunque los médicos de las cartillas cobren migajas). ¿Este lenguaje “inclusivo” (?) va a mejorar estos y otros aspectos de la salud en la sociedad? ¿Va a moderar el lucro salvaje de la industria farmacéutica? ¿Va a garantizar que no se repitan los vacunatorios vip? ¿Va a aclarar las razones por las cuales no se tuvo acceso inmediato a las vacunas internacionalmente aceptadas, mientras quedábamos a merced de la provisión de la vacuna rusa, que no llegó ni en modo ni en cantidades oportunas y contribuyó, como si hiciera falta, a aislarnos más del mundo? ¿Va a hacer más accesible a la generalidad de la ciudadanía las de por sí confusas y contradictorias comunicaciones oficiales?

El lenguaje “inclusivo” no es el que usa la gran mayoría de la sociedad para su comunicación (necesidad humana esencial). Se trata de una jerga que, lejos de incluir, excluye a quienes ni la usan ni la entienden. Las jergas son léxicos de grupos cerrados (o sectas), y tienen como función excluir de la comunicación a quienes no pertenecen a ellos. Autoadjudican a quienes las usan un supuesto saber o poder no permitido a los no integrantes. En cierto modo funcionan como un código paranoico. Son excluyentes. Prueben de leer en voz alta (o para sí mismos o mismas) un texto en el que “x” y “@” remplazan a vocales. Es un ejercicio imposible y fastidioso, que interrumpe la lectura y la comprensión y excluye la oralidad. Además, someter la inmensa riqueza de sustantivos, adjetivos y pronombres del español a la tiranía de una “e” que excluye a otras vocales solo oscurece y empobrece la comunicación. Peor aun cuando un organismo oficial impone autoritariamente a sus integrantes usar esta jerga, tan alejada, además, de las funciones que dicho organismo debería cumplir y no cumple.

*Escritor y periodista.