Con orgullo de primerizo, Axel Kicillof presumió hace poco tiempo de una deuda que contrajo –dentro de la paradojal política de desendeudamiento que pregona la Presidenta– a tasa exorbitante, pero sin pagar comisiones. Y, además, sin la intervención de los bancos. “Haciendo patria”, le faltaría agregar, como reza el slogan al que se ha aferrado Cristina como identificación última de su gobierno, algo así como todo va mejor con cierta gaseosa. Al margen del orgullo nacionalista y en oposición a las comisiones y bancos que participaron en otros préstamos anteriores y con amigos como Daniel Scioli y gobernadores afines (también con Mauricio Macri), resultó una novedad que para financiarse un académico y su bisoño equipo incursionaran en un sendero infrecuente. Claro que, cuando se trata de pedir prestado otorgando garantías suficientes, se debe haber dicho el ministro, siempre habrá proveedores para facilitar el negocio. Aunque les pese a los holdouts. Y para lograr su fin, la emisión de deuda, al parecer, apeló entre otros al expertise de un tiburón del rubro –formado en el Citi, tapado de títulos de países en situación de crisis y, además, socio mayoritario de dos bancos, uno en España y otro en Italia–, quien asesoró gratuitamente a Kicillof luego de todos estos años en que sólo disfrutaba de la tertulia gratificante de Carlos Zannini: David Martínez.
Como se sabe, este mexicano americanizado de particular trayectoria y con estudios teológicos en el propio Vaticano aguarda el visto bueno de la señora Presidenta para hacerse cargo formalmente de Telecom en la Argentina, operación ya celebrada entre privados. Desde hace varios meses se dilata la aprobación del Gobierno, un engorroso trámite y quizás susceptible de otras incorporaciones societarias (al respecto, esta exitosa compañía registra una historia hilarante y escandalosa en el mundo de las comunicaciones, con participaciones de agentes vinculados al Gobierno desde los tiempos de Néstor Kirchner, como Ernesto Gutiérrez, la familia Werthein, Raúl Moneta, Matías Garfunkel y el siempre vigente Jorge “Corcho” Rodríguez). Si bien Martínez consiguió superar todos los obstáculos, su emprendimiento quedó estancado, quizás por la rémora de su asociación con el Grupo Clarín o las sospechas de privilegiar las pretensiones políticas de Sergio Massa, a quien llegó en otra epoca merced a Amado Boudou y otro habitué financiero del candidato. Nadie cree que estos dos episodios compliquen la operación de Martínez con Telecom; por el contrario, vía Zannini, el Gobierno siempre mantuvo una estrecha relación con el poderoso financista al que –por lo menos– le demandaron consejos sobre la reyerta con los fondos buitre, sus colegas de mercado. Y ahora, seguramente, sobre la última emisión de deuda.
Sorprende, eso sí, que la piedad presunta sobre Martínez –igual habrá que ver cuándo obtiene la autorización de Cristina–, por su cercanía a Massa, no se extienda a otros hombres del mundo de los negocios que también merodean al aspirante de Tigre. Por ejemplo, Carlos Bulgheroni, quien ahora parece más alejado de esa postulación ante la diáspora evidente, pero al que le imputan –junto a otros empresarios locales– auxilios económicos para la campaña de Massa. No se entiende la amabilidad con uno y el frenesí casi confiscatorio con el otro, aunque la actividad de Bulgheroni encierra otro tipo de enemigos e intereses en las inmediaciones del Gobierno: Cristóbal López por un lado, Miguel Galuccio por el otro. Con uno, los intereses privados están resentidos desde hace mucho tiempo y se advirtió en el conflicto en las violentas huelgas que hasta bloquearon la producción petrolera hace un par de años, ahora incentivados por la propensión de López –a cargo esta semana del Banco Finansur bendecido por Vanoli y los directores de Kicillof que entienden como nula la incompatibilidad entre el dominio del juego y el ejercicio bancario, casi una nueva jurisprudencia– a ampliar más su radio de negocios. Con YPF es menos expuesta la belicosidad, responde al criterio de que la empresa más importante del país no dispone del mayor yacimiento del país, Cerro Dragón (como si ese detalle fuera justificativo de una onerosa y discutible gestión).
Por supuesto, el nudo del conflicto no es ideológico sino la explotación de Cerro Dragón, basado en una extensión contractual que le otorgó Chubut (Das Neves gobernador, Buzzi ministro) a PAE (Bulgheroni, British Petroleum y la china Cinop) cuando gobernaba Néstor Kirchner.
En aquel momento casi nadie dijo nada y, de repente, en los medios oficialistas se descubrió hace poco que hubo anomalías o coimas en la aprobación, amparados en una investigación que realiza la SEC norteamericana al respecto y a la que, entre otros, debió hace unos meses asistir José Luis Manzano como eventual participante o intermediario, episodio que lo sorprendió en Estados Unidos, esquiando, tanto que debió comprarse un traje para la citación. Hubo un bombardeo de cuestionamientos mediáticos al sospechado contrato hasta que apareció la versión de que el ministerio de Julio De Vido había redactado esas escrituras, tema que el ministro rechazó con una declaración poco difundida y a pesar de que en PERFIL se divulgó un antecedente similar provisto por su cartera: sostuvo el funcionario que mal podría intervenir en aquel episodio cuando se trató de una operación entre un grupo privado y el gobierno provincial, incluyendo la Legislatura chubutense, en el que la Nación no disponía de autoridad. Menos él. Algo así como la excusa del affaire Skanska que lo salpicó en otros años, “una cuestión entre privados”, como alegó para que algunos magistrados durmieran la denuncia. Lo singular del caso es que, en esos mismos meses, también Santa Cruz y su Legislatura automática aprobaron asimismo una extensión semejante de contratos en materia petrolera asociados con Bulgheroni, de la cual el Ministerio de Planificación seguramente dirá que nada tuvo que ver.
Tampoco el presidente de entonces, se supone, cuando nadie ignora que Kirchner gobernaba casi en simultáneo la Nación y la Provincia.
Las represalias sobre Bulgheroni por su amistad con Massa y los intereses económicos a capturar (o compartir) se han detenido en apariencia, no vaya a ser que aparezcan cadáveres propios al remover la tierra.