El fenómeno del coronavirus hace pensar en la novela de Albert Camus La Peste. En esta obra magistral se narra el proceso completo del impacto de una peste en la ciudad de Orán, en la Argelia francesa de posguerra, ilustrando en forma dramática y en detalle el inicio, el crecimiento acelerado, el pico, y el fin de esa enfermedad. Al narrar este episodio observamos una gran variedad de dramas a nivel humano, en donde en una Orán aislada, las únicas certitudes compartidas son el amor, el sufrimiento y el exilio.
Pero en el caso del coronavirus, han habido varias “Orán” y éstas no han estado aisladas. Esto ha llevado a que lo que se haga o no se haga en un Estado, afecte dramáticamente a otros Estados. Ante la aparición de esta peste moderna, diferentes gobiernos han actuado de manera diversa, con consecuencias directas para sus habitantes, pero también para los habitantes de otras naciones. Esto ha planteado un gran desafío para la política internacional, en un contexto donde se observa una gran brecha entre las necesidades y las respuestas brindadas a nivel nacional. También ha puesto en evidencia la falta de preparación y previsión a nivel de gobiernos nacionales y de organismos internacionales.
Camus escribió que al comienzo de las plagas, y una vez que éstas ha terminado, se hace siempre un poco de retórica. El caso del coronavirus no ha sido la excepción, y la retórica se ha manifestado de maneras diferentes y a veces asombrosas. Quizás las palabras del primer ministro inglés, Boris Johnson, hayan sido las más sorpresivas e impactantes, al afirmar “que había que estar listos para perder a sus seres queridos”, algo que ni Winston Churchill, bajo los ataques aéreos alemanes durante la segunda guerra mundial, consideró adecuado expresar.
El espíritu de Churchill y de su famoso “no nos rendiremos jamás”, parece haber resurgido del otro lado del canal de la Mancha, en el discurso “estamos en guerra” del presidente francés Emmanuel Macron. Sus palabras han expresado determinación, calma, recomendaciones claras a la población, y hasta una cierta humildad, probablemente causada por la magnitud del desafío, y por una cierta tardanza en tomar medidas drásticas como el aislamiento social, ante lo que ocurría en Italia y España. Una señal inequívoca de esto fue el no haber suspendido la primera vuelta de las elecciones municipales.
Un tercer tipo de retórica ha sido el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien comenzó diciendo que no le preocupaba el coronavirus, para más tarde afirmar que había que enfrentar el “virus chino”, invocando la ley de producción para la Defensa para enfrentar la pandemia, algo que no se utilizaba desde la guerra de Corea. Su particular estilo amenazante y prepotente, y su desprecio absoluto por la ciencia, no parecen ser armas efectivas contra este flagelo, y comienzan a causarle descrédito y desconfianza hasta entre sus más fanáticos seguidores.
Al haber utilizado el término “virus chino”, Trump ha agregado otro elemento de tensión a las ya tirantes relaciones con China en el campo político, económico y tecnológico. Mientras tanto, Beijing trata de mitigar su imagen de haber sido el originador del coronavirus, mostrando su capacidad de controlar a la población, de construir hospitales en forma sorprendentemente veloz, de controlar la pandemia y hasta de potencialmente hallar una vacuna. A su vez, comparte información sobre el genoma y otras herramientas prácticas, con otros gobiernos.
En el caso de la Argentina, observamos que se han tenido ventajas similares a la de formular una política exterior “al fin del mundo”. De la misma manera en que hemos estado alejados de los conflictos armados contemporáneos, nos hemos encontrado inicialmente alejados del origen de esta pandemia. Lo que a veces se considera una desventaja, el estar alejados, en estos casos --guerras y pandemias-- se convierte en una ventaja.
El gobierno nacional parece, más allá de estar preparado o no para una crisis sanitaria, haber tomado nota de las demoras ocurridas en Italia y España, aprendiendo de esas experiencias antes de enfrentar este flagelo en la Argentina. También parece tener un enfoque inclusivo y urgente, trabajando codo a codo con la ciudad de Buenos Aires, en manos de la oposición, y acelerando la toma de medidas de confinamiento y de restricción de tráfico aéreo y terrestre.
Albert Camus escribió también que en medio de una peste, se observa en los hombres más cosas admirables que cosas despreciables. Así, a nivel global se observan el heroísmo de médicos y médicas, enfermeras y enfermeros, y todos los empleados relacionados con la salud, enfrentando con gran sacrificio personal este enorme desafío global. Los aplausos nocturnos en España e Italia en su honor, demuestran la gratitud de sus conciudadanos, que en su mayoría han adoptado de manera responsable las cuarentenas o medidas impuestas por sus gobiernos. También es loable el esfuerzo de las fuerzas públicas, que han debido enfrentar la indiferencia o la irresponsabilidad de una minoría de ciudadanos, que ha intentado evitar o no obedecer estas medidas. Este costado admirable de los hombres y mujeres, triunfa sobre la mezquindad de los especuladores, o la desinformación creada por algunas autoridades.
Camus también afirmaba en su novela que “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás”. Más allá de las consecuencias médicas y científicas de esta afirmación, esta frase tiene un profundo significado político. Algunos observadores vieron en la novela de Camus una metáfora del impacto de “la peste” del nazismo en Europa. Aunque es de esperar que los bacilos del autoritarismo y del populismo no desaparecerán jamás, tal vez los ejemplos de liderazgos, prepotentes e ignorantes, que parecen ser inefectivos frente al coronavirus, hagan que el impacto del bacilo populista tienda substancialmente a disminuir.