Desde el año pasado el Gobierno viene negando la existencia de una avalancha de importaciones. Lo hace basándose en números agregados y medidos en dólares, una aproximación que peca, cuanto menos, de simplista y errada. Para determinar mejor el impacto de una mayor apertura comercial sobre la estructura económica local se debe, por un lado, realizar un análisis de las importaciones en cantidades (no en dólares) y, por otro lado, desagregar las dinámicas particulares del ingreso de bienes por sectores productivos. Siguiendo estos dos lineamientos, podemos confirmar que existe una fuerte entrada –léase avalancha– de importaciones que está afectando seriamente el entramado productivo local, en un contexto de consumo doméstico contraído desde hace ya un año largo, y con oscilantes señales de recuperación.
El primer reflejo de la apertura son la evolución del PIB y las importaciones en cantidades. Los datos definitivos del PIB de 2016 terminaron de confirmar que las importaciones crecieron en cantidades (+3,8%) en un año recesivo (-2,3%) por primera vez desde 1975, quebrando la correlación positiva o elasticidad que ambas variables suelen mostrar año a año.
La división por usos económicos es también ilustrativa. Los datos más contundentes son los crecimientos de las importaciones de productos terminados, bienes de consumo (+17%) y vehículos automotores (+38,5%), según el Indec. En un contexto recesivo, esta situación es equivalente a una avalancha importadora que queda oculta frente a los números agregados. Esta dinámica no se ha revertido en los meses transcurridos en 2017: en el primer trimestre, las importaciones en cantidades de bienes de consumo y vehículos crecieron 18% y 44%, respectivamente.
El análisis sectorial desagrega una evolución similar. Por un lado, en los sectores intensivos en mano de obra, las importaciones crecieron fuertemente en 2016, mientras que la producción exhibió caídas promedio del 20%,
tendencia que se mantiene en el corriente año. Se destacan los casos de calzado, productos textiles terminados (indumentaria y ropa de cama) y marroquinería, con subas durante el primer trimestre de 2017 de 54%, 43% y casi 200%, respectivamente. La competencia importada también está generando problemas en otros sectores de la metalmecánica, como el de línea blanca: luego de triplicar las importaciones de heladeras en 2016, la suba para el primer trimestre es de 43%; asimismo, los lavarropas importados crecieron más de un 100% el año pasado y este primer trimestre ya ingresó el 50% de la totalidad importada en 2016.
Sin embargo, la apertura comercial no sólo afecta a los sectores que se suelen denominar “sensibles” y que han sido fuertemente golpeados por la contracción económica. En rubros donde crecen las ventas también aumentan las importaciones a ritmos elevados, desplazando a la producción nacional. El caso emblemático de esta dinámica se encuentra en el rubro automotor, donde el patentamiento de autos se presenta una y otra vez como un brote verde, mientras que el incremento en ventas se lo llevan los vehículos de origen extranjero. Así, la producción del sector automotor se contrajo 12,6% en 2016 y 7,4% en el primer trimestre de 2017, período en el cual las importaciones se aceleraron y siguen ganando participación en las ventas en el mercado doméstico.
De manera similar, mientras el agro es el gran ganador en este nuevo esquema macroeconómico –en particular la producción de cereales y oleaginosas–, vemos que este dinamismo no se ha trasladado como era de esperar a sus proveedores, por ejemplo, de maquinaria agrícola. Si bien las ventas agregadas crecieron, las importaciones ganaron participación, a tal punto que en el último trimestre de 2016, mientras las ventas de tractores importados se multiplicaban por diez, las de tractores nacionales se contrajeron 17,5%. Esta tendencia importadora no se detiene y, en el primer trimestre de 2017, el ingreso de tractores se multiplicó por cinco en comparación con igual período del año pasado. Y así podría continuar el listado de importaciones que ganan participación –en un mercado interno retraído– en los rubros
de alimentos y bebidas, en bienes de consumo masivo o en una amplia gama de maquinarias y productos de metalmecánica con producción nacional.
En definitiva, más allá de la cuestión semántica, hay una cuestión fáctica. En un contexto recesivo, existe un intenso ingreso de importaciones cuyo impacto en la producción y el empleo se observa en los indicadores industriales que se publican mes a mes y, sobre todo, en el empeoramiento de las condiciones de vida de los argentinos.