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primero hay que llegar

Preguntas del día después

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Futuro. Un restaurante del mañana. | cedoc

Abrió el Disney Resort de Shanghái esta semana, después de la parálisis por el coronavirus, y todo es una película de ciencia ficción. Los pocos que se acercaron para entrar, rodeados de empleados con barbijos que caminaban entre figuras desoladas de Mickey y Donald, primero se sometieron a que les tomaran la temperatura. La pistolita termómetro llegó para quedarse: es lo que las aerolíneas que sobrevivan a la crisis ya están planeando incorporar a los protocolos de seguridad aérea, aunque una encuesta de American Airlines entre sus pasajeros frecuentes arrojó un pedido más simple antes de volver a volar: que limpien los aviones. En Seúl, la planta de Hyundai está operando de nuevo, pero los empleados que deciden almorzar en el comedor se acomodan entre vidrios similares a los que separan al preso de la visita en las cárceles de las películas, aunque también tienen la opción de ir a comer a sus autos en la cochera. Empresas de oficinas como Cushman ya trabajan en el modelo six-feet office, donde los escritorios se separan a una distancia de seis pies (casi dos metros). En otras fábricas de Corea instalan cámaras térmicas que estarán tratando de detectar rápido al personal con fiebre, mientras que en los Starbucks que reabrieron en Hong Kong anulan cuatro mesas entre cada una habilitada.

Todo este panorama fue relatado esta semana en un artículo de The Wall Street Journal titulado “La reapertura económica del coronavirus será frágil, parcial y lenta”, y es apenas un anticipo de la catarata de interrogantes que se abren para la vida posterior a la pandemia. Algunos son económicos, hasta triviales, como por ejemplo qué pasará con los metros cuadrados. ¿Se abaratarán porque va a sobrar lugar en las torres de oficinas ya que, ante posibles brotes futuros, mejor que la gente esté en casa a puro Zoom, o se encarecerán porque los espacios de trabajo serán más grandes para que los empleados estén más separados?

Otras preguntas son más futuristas, onda Black Mirror. ¿Cuánto acelerarán las grandes fábricas del mundo el reemplazo masivo de empleados por máquinas, si la mano de obra barata china ahora incluye una amenaza extra –que se claven una sopa de murciélago, por ejemplo–, y si encima al sex appeal de un Arturito que no paga cargas sociales ahora se suma que encima se puede limpiar con lavandina y no transmite virus? Como sea, las pandemias incluyen consecuencias económicas impensadas, como recordó hace dos semanas una nota en The Economist: la peste negra en el 1300 eliminó tantos campesinos que empoderó a los que quedaban y aceleró el fin del régimen feudal.

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Pero antes de todo eso habrá que ver quién sobrevive a la que ya empiezan a definir como la mayor crisis en la historia del capitalismo. En la Argentina, habituada a los porrazos, afloran recursos de otras debacles, como la de 2001. Uno, que ya circula por los WhatsApp de empresarios grandes, medianos y pequeños, es el artículo 1203 del Código Civil que habilita al inquilino de un local comercial, por ejemplo, a no pagar el alquiler si por “caso fortuito” o “fuerza mayor” no puede hacer “usufructo de la cosa”. Es decir, si por una pandemia no puede abrir. Algo de eso se debe ver venir Eduardo Elsztain, rey de los shoppings y las oficinas en Argentina: IRSA directamente no mandó la factura del alquiler a los negocios de los centros comerciales que controla. Solo envió las expensas.