“Yo no entiendo por qué acá todos dicen que crisis es oportunidad; para mí, crisis es oportunidad… de cagar a los proveedores”. La frase del humorista Roberto Moldavsky en un seminario de la organización agropecuaria CREA de hace unos años se vuelve viral en días de cuarentena. Es que resume sin vueltas uno de los comportamientos que afloran tras el inédito corte del flujo de caja de empresas de todos los tamaños en todo el mundo a raíz de las medidas sanitarias para contener la pandemia del coronavirus: el corte de la cadena de pagos. Una realidad que los gobiernos están tratando de paliar con ayudas de emergencia pero que en nuestro país incluye un mayor desafío por cómo estábamos parados desde mucho antes de que un chino fuera al mercado de Wuhan a buscar con qué hacerse la sopa.
Los últimos dos años de recesión y tasas de interés por las nubes habían transformado la economía en el torneo de quién les ponía fecha más larga a los cheques, con cracks de las finanzas capaces de hacer que siempre caigan en ese viernes previo al fin de semana largo que te agrega otros días más antes de tener que garpar. Pero hoy la fórmula “Covid19”, que lleva a muchos a transitar estados del alma hasta ahora vírgenes y estimula introspecciones profundas en otros, es la última excusa, y encima esta vez real, que les apareció como una revelación a gerentes de finanzas y tesoreros para jugar lo que directamente es el Mundial del pedaleo.
En una situación hipercrítica pero heterogénea: hay empleados en blanco que sufren porque se cuelga Zoom, informales en la lona mal esperando que se acredite el bono de la Anses, y pequeños comerciantes y cuentapropistas con cheques que vuelven rebotados mientras la gente deambula escondida en tapabocas tratando de cobrarlos. Es una eliminatoria dolorosamente darwiniana que el Gobierno deberá atender: pareciera que solo sobrevivirá el que más aguante en el estiramiento de los plazos, el que tenga más espalda para esperar la reactivación o la ayuda del Estado, o simplemente el más grande.
Ojo porque la pandemia en el fondo es una excusa multiuso. Puede ser un motivo para la #ArgentinaUnida, para dejar de lado la grieta falopa y las discusiones hipócritas y que de golpe el Presidente se salude con el codo con Jorge Macri, y ojalá, hasta para que haya una rediscusión en el planeta sobre cuánto ponen los ricos muy ricos y en qué se gasta la plata del Estado, al que ahora hasta los petroleros le piden que los rescate.
Pero en el mientras tanto el virus también puede ser una excusa ideal para los amigos de la especulación y la ventaja, como esos magos del tiempo en los pagos, o para que hasta los banqueros más progres del mundo corten el descubierto a sus clientes de años, o como se vio esta semana, para los microorganismos que viven en el mundo de las compras del sector público.
Una emergencia les hace agua la boca al burócrata y a su proveedor. Hay pocas frases más orgásmicas para ellos que “adjudicación directa”, en un universo donde todo está dado para el afano: un país con alta inflación donde el propio Estado paga a los premios les hace guiño guiño a unos pocos distribuidores que ofrecen los bienes a precios que compensan la espera y dejan un margen divino para que cada uno muerda una parte. Puede ser en Desarrollo Social con aceite, arroz o fideos. Puede ser en la obra pública, ese Disney de las redeterminaciones de contratos. Puede ser en el PAMI con el alcohol en gel superespecial. ¿Es muy turro en estos días mirar también, ante la escasez y el apuro, la Dirección de Productos Médicos de la Anmat, el organismo que de golpe tomó impulso en la aprobación de nuevas partidas de insumos críticos, como barbijos que dicen cumplir con todas las condiciones para proteger a la población? Seguro igual está todo bien ahí.
Filmina. Y ahí va caminando mientras tanto el Presidente, en modo Andrew Cuomo, el gobernador de Nueva York que todas las cadenas de TV yankees ponen en vivo cada vez que da su conferencia de prensa diaria mostrando diapositivas con curvas de enfermos, muertos y recuperados. Alberto Fernández llegó a pasar los 40 puntos de rating sumando todas las señales que tomaron el anuncio de la extensión de la cuarentena hasta el 26 de abril, aun cuando mezcló peras con manzanas al comparar con otros países, porque la cantidad de testeados y en definitiva la población de cada país ponen límites a la tentación de mirar números absolutos. Pero igual la gente en muchos lugares salió a aplaudir en los balcones y las ventanas en reconocimiento tal vez al tono, a un tipo de liderazgo, o quizás solo por esa necesidad de sentir que hay alguien que te cuida.
Si le va bien, ¿será que el tipo que pasó de operador sombrío a disidente y luego a jefe de Estado inesperado termina haciendo del kirchnerismo delirante una versión madura a lo Frente Amplio uruguayo y todo fluye a un debate ideológico sincero sin patadas de atrás? Imposible hacer un análisis así ahora, aunque den ganas. Van cinco meses de gobierno, y pasamos de discutir retenciones y deuda a tratar de salir vivos de esta maratón de serie catástrofe que hilvana capítulos sin fin como Netflix. Explicar, dar ánimo, contener son por ahora los pilares que van construyendo a algunos chabones normales en líderes de un tiempo en el que nadie tiene recetas y solo vale el consenso científico que esperemos la esté pegando. Porque más allá del impacto económico sin igual, el miedo está cultivando un cóctel de desconfianza hasta entre los más hippies con concesiones de libertades a los Estados, todo bajo la promesa de seguridad sanitaria, un panorama que abre un montón de preguntas sobre el futuro que dan para otra nota entera.