Bajo ciertas condiciones podemos inferir que lo que piensan los encuestados aplica al resto de las personas. Lo primero que esperamos de una encuesta electoral es que nos anticipe el orden de los ganadores y perdedores de un comicio; lo segundo, que lo haga con valores cercanos a los porcentajes que obtendrá cada uno de los competidores.
¿Qué cosas deberíamos tener en cuenta? Las encuestas no son una foto como podrían serlo los censos, más amplia, sino la imagen enfocada sobre un grupo pequeño de personas cuyas opiniones podrían no reflejar la de sus conciudadanos y, además, cambiar en el tiempo. Deberíamos tener cierta confianza en que los resultados de una encuesta podrían darse de la misma manera si entrevistáramos a un grupo (muestra) diferente. Aun en ese caso, aplicados a toda la población, estos resultados tienen un margen de variación por el posible error en la medición.
Las encuestas tienen procedimientos y controles necesarios para poder realizar inferencias precisas que reflejen la opinión de la población sin sesgos. Por ejemplo, hay personas muy informadas y otras a las que no les importa nada la política. Si sólo entrevistáramos a personas en uno de estos extremos, los resultados estarían sesgados, pero si cada uno de los consultados tuviera las mismas chances de ser elegido (incluyendo en el diseño de la muestra algún componente de aleatoriedad), y su número fuera adecuado, habría más oportunidades de que estas diferencias extremas se cancelen.
Otra fuente de sesgo es el tipo de encuestas. Dentro de las personas que tienen teléfonos fijos y que están dispuestas a atenderlo para responder a una encuesta seguro hay más gente mayor y personal doméstico. Los sondeos domiciliarios solían ser confiables, pero hoy son costosos, riesgosos para los encuestadores y resistidos por los ciudadanos. Las encuestas autoadministradas vía internet, por su parte, son una alternativa crecientemente en uso. Sin embargo, el error existe en cada paso del proceso y los responsables de hacer las encuestas poseen un sin- número de controles y supervisiones que se espera estén bien administrados para controlar los sesgos sistemáticos.
Hay veces que las encuestas no fallan en su confección pero sí lo hacen, en la interpretación de ellas, quienes las comunican en los medios. Para leer un estudio de este tipo debería consultarse la ficha técnica que reporta el área de alcance del trabajo, el tipo de sondeo, la cantidad de entrevistados y cómo fueron seleccionados, además de la fecha, la confianza y el margen de error.
Supongamos que el candidato A tiene el 35% de intención de voto y el B, el 40%. Si el margen de error de la encuesta fuera del 5%, los resultados para el total de la población podrían variar entre 30%y 40% para el primero y 35% y 45% para el segundo. Así, una diferencia entre contendientes igual o menor al margen de error de una encuesta puede también ser el de un virtual empate o el resultado contrario. Más aún: si, por ejemplo, dentro de una encuesta queremos distinguir la opinión de los hombres respecto de las mujeres, o de cualquier subgrupo menor al total de entrevistados, el margen de error (la posibilidad de equivocarse) crecerá.
Otra equivocación es utilizar una encuesta para sacar conclusiones sobre votantes de otros distritos. Si los sondeos se realizan en la zona metropolitana sus resultados no pueden extrapolarse a todo el país. Encuestas en diferentes distritos por definición no son comparables. ¿Por qué? Porque sus muestras son de diferentes poblaciones.
Por último, sería un error del analista suponer que, aun cuando estén bien hechas y sean bien interpretadas, las encuestas que circulan son todas las existentes, de modo tal que sólo con éstas se pueda tener una idea general de la tendencia de voto. Si los resultados de las encuestas le dan bien a un candidato serán difundidos, pero si lo hacen mal no pasarán de la oficina de asesores de campaña.
*Politóloga. Profesora de la Universidad de San Andrés (@lmoscovich).