El realismo no es lo mismo que la realidad. Por suerte para ambos. El primero es una manera de contar (de pintar, esculpir), en la segunda estamos todos metidos sin saber muy bien de qué se trata. Bajo el rótulo de realismo, se escriben muchísimos guiones, quizá buscando condimentar o darle forma a la realidad. Si bien los autores de las líneas argumentales no tienen que rendirle cuentas a la primera y se permiten jugar en los bordes del realismo, muchas veces me pregunto cuánto de los creadores incide en las creaciones y transforma la realidad suministrando formas e interpretaciones, y de qué manera esto afecta (o infecta) el imaginario colectivo.
Así como hay periodismo burdo, manipulador, ¿no podrían también existir figuras semejantes en el terreno de la creación, autores de historias oprobiosas que alimenten los prejuicios de la gente en lugar de desarticularlos? No me refiero a la obra ni a los recursos. Claro que puede ser gracioso apelar a los prejuicios, casi como una burla. Lo hizo Flaubert, sacudiendo la hipocresía del siglo XIX en Madame Bovary. Maravillosa novela.
Me pregunto si a veces no se filtra cierta saña del autor en obras aparentemente protegidas por la genialidad y el desenfado. En tiempos tan seriados como los actuales, la aparición de “nuevas series” en las plataformas populares funciona de actualización de temas candentes. Lo que se habla muy rápidamente ingresa en la ficción como si esta le devolviera el guante a la realidad a través de un realismo inmediato.
Sucedió en El marginal, con gran despliegue escenográfico y una detallada distribución de rasgos sociales en personajes carismáticos. Desde entonces, se producen cada vez más series argentinas, con mayor o menor impacto. En las últimas semanas, la nueva temporada de El encargado volvió a llevarse todos los números. Confieso que me costó terminarla, me parecía que se tornaba cada vez más oscura, tomando lo peor de las personas, de la convivencia, de los argentinos; con humor ácido, situaciones de humillación y mezquindad, buenos diálogos, por supuesto, ojo artístico y geniales interpretaciones. Y en estos días se estrenó Envidiosa, con un cortejo de grandes actrices (Griselda Siciliani, Pilar Gamboa, Susana Pampín, Lorena Vega), y excelentes líneas de Carolina Aguirre. Es un frescor, descanso del cinismo; la posible risa del lado del cariño, de la desfachatez, incluso del patetismo. Al filo de lo políticamente correcto, pero por suerte derrapando, graciosamente, para que el realismo también resulte un remanso.