En la vereda de enfrente de lo “kafkiano” y lo “borgeano”, en la que el sistema de un autor reina por encima de sus personajes más celebrados, tenemos fenómenos contrarios como lo “quijotesco” y el “bovarismo”, que colocan a los autores por debajo de sus personajes.
Bovarismo: dícese de una conducta femenina -también masculina si cumple con los requisitos de dejarse lavar el cerebro por la literatura romántica- inspirada en el personaje estelar de Madame Bovary (1857), de Gustave Flaubert: la señora Ema Bovary.
Muy preocupado por introducir el Océano en una botella, encontrar la palabra justa y controlar la disposición de la frase, Flaubert no imaginó su historia sino que la acarreó de un manuscrito llamado “Las memorias de Mamade Ludovica”, en el que se contaban los inconvenientes amorosos y financieros de una tal Louise Pradier con quien, además, el “artesano” de la literatura francesa compartió felices cópulas. Según el biógrafo Herbert Lottman, el documento fue hallado en la casa de Flaubert luego de que, dado el enorme tamaño, sacaran su cadáver por la ventana (en el cementerio las cosas no mejoraron y los enterradores debieron hacer un hoyo como para meter a un oso).
Contemos la historia en tres líneas. Charles Bovary, un medicuho viudo que no da pie con bola, corteja a Ema. Se casan y tienen la hija menos querida en la historia de la literatura universal: la pobre Berthe. El doctor Bovary recibe enormes y arborescentes cornamentas regadas por los aduterios de su esposa con Rodolphe y León Dipuis, quienes se abocan a la milenaria tarea varonil de seducir, curtir, partir.
El único aporte de la fantasía de Flaubert a su novela es el final, en el que Ema Bovary, al no obtener de Rodolphe los 3000 francos que necesita para levantar un embargo, se suicida con un polvo “blancuzco” (arsénico) extraído de un tarro azul. Antes de irse, pide un espejo para verse llorar. Alberto Migré no lo hubiera hecho mejor.
Poco después de terminar esa escena, Flaubert, conocido por escribir a los gritos, golpear la mesa y padecer la tortura de Sísifo (cada frase que “subía” a la cima de un párrafo no hacía otra cosa que caerse: así no se puede vivir), le escribió a unos amigos para contarles que tenía “tal gusto a arsénico en la boca” que terminó vomitando la cena. En fin. Ese pasaje no es un infierno de humillación amorosa sino económica. Hasta tal punto la economía es, para la novela burguesa, más importante que el amor. El no que recibe Ema por parte de Rodolphe es el no al rescate financiero. El propio Flaubert ordena la cadena causal del suicidio, donde el amor está condicionado por el dinero: “De cuantas borrascas se desatan sobre el amor, ninguna lo enfría y desilusiona tanto como las peticiones pecuniarias”. Así que, chicas: ya saben.
En cuanto al arte literario, Flaubert nos dice que el escritor está predestinado a sacar su obra bajo el régimen perfeccionista del sufrimiento. Podemos dudar de la máxima. Pero lo cierto es que si estamos recordándolo no es sólo por haber hecho del masoquismo verbal un estilo francés, sino porque Madame Bovary lo catapultó a las tapas de los diarios. La primera entrega de la novela en La Revue de Paris fue el 1° de octubre de 1856. El 29 de enero de 1857, Flaubert estaba preso. El éxito fue creciendo en la levadura del escándalo. Luego, la novela pasó a la lengua inglesa, traducida por la hija de Karl Marx, Eleonora, quien se suicidó con cianuro. ¿Qué más quieren para un hit?
Como dato de color que no le hace honor a un escritor realista, recordemos que las últimas palabras de Flaubert fueron: “veo turbio”.