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Segundo mundo

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BRIC. Fernández focaliza en Bolivia y Uruguay, y Bolsonaro recibe en Brasil a China, Rusia e India. | EFE

Escribo esta columna desde Brasil, donde me encuentro para una reunión mensual de Perfil Brasil. Ver cómo se ve Argentina con ojos brasileños amplía el panorama. Esta semana Brasil fue sede de la reunión de los Bric: Brasil, Rusia, India, China, los principales países emergentes, nombre que prefieren en lugar de países potencia. “Emergentes” es un vestigio del siglo XX, cuando se hablaba de economías emergentes (Argentina calificaba entre ellas), época en que se dividía el planeta en tres: Primer Mundo (Estados Unidos, Europa y Japón), Unión Soviética y Tercer Mundo, con la China de Mao ya distanciada de los soviéticos y la India heredera de Gandhi liderando ese Tercer Mundo desde el Movimiento de Países no Alineados, del que también Argentina se sentía parte.

Bolivia no es Bolivia, es un significante de pueblos originarios, éxito económico populista y Patria Grande

Con la extinción del comunismo como sistema económico, China y Rusia como accionistas importantes del Fondo Monetario Internacional y Rusia reconociendo como presidente de Bolivia a Jeanine Añez, el clásico alineamiento izquierda-derecha ya no alcanza para entender la política internacional.

Pero es comprensible que Alberto Fernández haya saltado como un resorte frente a la rotura del orden constitucional en Bolivia y sintiera que Argentina como hermana mayor tuviera que salir en defensa del ataque a Evo Morales, primer presidente descendiente de pueblos originarios de Sudamérica, aunque esa tutela pudo interpretarse por ciertos bolivianos como una pretensión de superioridad cultural de Argentina sobre Bolivia y generó la injusta furia con los periodistas argentinos que estaban cubriendo las manifestaciones en La Paz.

Pero más allá de que para los argentinos cualquier forma de rompimiento democrático representa algo especial por haber sufrido decenas de golpes de Estado durante más de medio siglo, y de que la etnia aimara es sentida como propia por también ser parte de la población del noroeste argentino, sumado a la simpatía que genera la laboriosidad de la colectividad boliviana que se asentó alrededor de la Ciudad de Buenos Aires, la comprometida reacción de Alberto Fernández adelanta la visión internacional del próximo gobierno, que podría llegar a quedar descolocada dependiendo de cómo se sucedan los cambios en la región.

Si finalmente en Bolivia el partido de Evo Morales perdiera las elecciones, y si en Uruguay perdiera el Frente Amplio, al que fue a apoyar explícitamente esta semana Alberto Fernández, triunfando Lacalle Pou, quedarían todos nuestros vecinos gobernados por partidos de derecha, porque en Paraguay, desde la destitución de Fernando Lugo, las elecciones siguientes las ganó el Partido Colorado y en ambas oportunidades con un empresario como candidato: Horacio Cartes y el año pasado Mario Abdo Benítez, quien seguirá presidiendo su país hasta fin de 2023, cruzando los cuatro años del mandato de Alberto Fernández.

De ser así, Bolivia, Paraguay y Uruguay, que también limitan físicamente con Brasil, estarían más cerca de simpatizar con el elemental Jair Bolsonaro y el sofisticado pero igualmente radicalizado Paulo Guedes, el superministro de Economía de Brasil, que no dudaría un instante en sacar a Brasil del Mercosur haciendo tratados de libre comercio con la Unión Europea, con EE.UU. y hasta con China. Para entender la economía actual de Brasil, la inflación anual es de 3,7% y la tasa de interés anual en moneda local sería reducida a 4% anual, y China puso a disposición de Brasil US$ 100 mil millones para obras de infraestructura. Desde la perspectiva continental brasileña, Sudamérica sin Brasil es un insignificante “segundo mundo” y el lugar de Brasil en el mundo no sería Sudamérica sino el Bric de las grandes potencias.

La tesis de parte de quienes rodean a Alberto Fernández es inversa. Que en Sudamérica no está consolidándose la derecha, sino que las protestas en Chile y Ecuador, sumadas especialmente a la liberación de Lula en Brasil, indicarían que la izquierda está volviendo e imaginan un Brasil presidido nuevamente por Lula tras derrotar a Bolsonaro en su reelección en 2022, un Evo Morales que regresa triunfal de un exilio argentino a retomar el poder en Bolivia y un Chile donde emerge un partido más a la izquierda de la Concertación de Bachelet que sucede a Sebastián Piñera a partir de la nueva Constitución.

Pero las posibilidades de que Lula le gane a Bolsonaro tienen varios condicionantes y, de lograrlo, tendría que esperar al 1º de enero de 2024 para asumir. Para ello, el plan económico de Paulo Guedes debería fracasar como el de Macri, lo que no está sucediendo; se deberían anular las condenas para Lula; este debería poder ser candidato, algo que le está impedido por la Ley de Prontuario Limpio, y debería mejorar su popularidad, porque aun con el crecimiento que produjo su liberación, la aprobación de Lula es inferior a la de Moro, el juez que lo encarceló, y el 53% de los brasileños se manifestó en contra de su liberación. Es una simplificación argentina asimilar a Lula con Cristina Kirchner. Lula fue mucho mejor gobernante que la ex presidenta argentina, pero cuenta con menor aprobación en un país culturalmente todavía más patriarcal, jerárquico y religioso (evangelista) que la Argentina.

Brasil solo es mayor que todo el resto de Sudamérica. Es un error asimilar a Lula y el PT al kirchnerismo

Nuevamente usar las relaciones internacionales como herramienta de política nacional puede resultar costosísimo. Más si se lo hace desde una mirada simple. Brasil es la clave de Sudamérica, y entender a Brasil es aún más difícil que entender a Bolivia.