COLUMNISTAS

¿Será capaz?

El fallo de la Corte Suprema de Justicia estadounidense es una dura lección al trato prepotente que caracterizó a este Gobierno en la política internacional.

Cristina se hospeda en una suite del Hotel Le Grand Intercontinental de París.
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No esperen de mí esta noche lamentos, ni letanías de queja frente a lo que ha sucedido. Lo que hoy sucedió en Washington es lo que debía suceder. Son innumerables las lecciones que deja la decisión de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos.

La primera de las lecciones que extraemos los argentinos de lo que hoy se ha resuelto en la más importante corte de justicia de la gran nación del norte, es la existencia inconfundible e irrebatible de la separación de poderes. Efectivamente, los Estados Unidos son una democracia presidencial en la que la justicia cuenta y se maneja con absoluta y total autonomía. Ha habido, desde luego, como en cualquier otro país del mundo, descarrilamientos y violaciones de este principio, pero en esencia, la mayor corte norteamericana opera al margen de las presiones políticas. Esto revela la ignorancia y la inmadurez de la Argentina, que pensó que una comitiva de legisladores con todos los gastos pagos, viajando a Washington precipitadamente, podía haber llegado a influir en la decisión de personalidades técnicamente imponentes y políticamente inviolables.

La Corte Suprema norteamericana no desdice normalmente fallos previos cuando esos fallos han sido unánimes. Los fallos previos eran algo más que una espada de Damocles: claramente decían que la Argentina estaba en falta y que el mundo había sido excesivamente comprensivo y tolerante con una transgresión que se extendió por muchos años.

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El punto de partida de la Corte norteamericana es el reconocimiento de derechos vulnerados. No es un punto de vista ético. No se vincula con un pensamiento religioso. Habla de derechos legalmente consagrados. Estos derechos legalmente consagrados son válidos para quienes, normalmente, en el libre juego del sistema financiero compran obligaciones con la natural expectativa de tener una ganancia. La Argentina se empalagó, como nos suele suceder hace tanto tiempo, mucho, con la idea de que solo eran “buitres”. La palabra “buitre”, usada hasta el hartazgo por todos los medios, inclusive por los independientes del Gobierno, que somos minoría, era engañosa y, además, sumamente peligrosa: porque el buitre es un ave depredatoria que se dedica a comer carroña. En verdad, la noción de “buitre” esconde el hecho de que, maliciosos o no, hábiles o no, oportunistas o no, estos fondos financieros compraron bonos argentinos, una deuda cuya obligatoriedad de pago había sido vulnerada. En consecuencia, la Corte Suprema norteamericana aplica el criterio según el cual todos tienen el mismo derecho, tanto el 93% que había aceptado el canje entre 2005 y 2010, como el 7% que dijo “o me dan todo o no acepto”.

La Argentina ha vivido, a lo largo de toda su historia contemporánea, pretendiendo que las formas son una etiqueta de cortesía, un protocolo que, en rigor de verdad, nada tiene que ver con la realidad profunda. Grave error: vivir burlándose de las formas implica una manera de vivir al margen del mundo.

Esta es la naturaleza del aislamiento argentino. Ese mundo, que naturalmente habla en torno de efectividades conducentes, durante largos años toleró de mala gana la prepotencia, altanería, y sobre todo negligencia culposa de un grupo gobernante que pensó que podía reírse eternamente de las obligaciones mundiales. El regreso al Club de París, por ejemplo, marca una derrota política que jamás fue aceptada por el Gobierno. Porque este es el Gobierno que desde 2003 en adelante se atrincheró en una palabra bien nacional: “minga”. La Argentina le decía “minga” al mundo, cuando en verdad no quería siquiera reconocer que el día que se proclamó en default, cuando terminaba diciembre de 2001, el pleno del Congreso Nacional se puso de pie aplaudiendo la mayor quiebra de la historia financiera internacional.

Cansado de la prepotencia, y harto de esa eterna procastinación, la postergación permanente de sus compromisos, hay un mundo que nos estaba esperando. Y nos encontró esta mañana, en Washington: país incumplidor, país paria, una corte de justicia no operable por los punteros de la Casa Blanca. Cuando promedia la noche de este 16 de junio, aguardamos y cruzamos los dedos, ¿cuál habrá de ser la decisión de una Presidente que no puede negar que ahora mismo la Argentina es un país más vulnerable que nunca? Porque si el escenario del default que aparece como perfectamente posible, se llegara a precipitar – y nadie lo desea, yo al menos, de ninguna manera lo podría desear – si ese escenario se llegara a consumar, el país estaría en el peor de los mundos, como un país que ha venido actuando como barrabrava, imaginando que es posible presionar a aquellos que se aferran a la fría letra de la ley.

La Argentina es, en consecuencia, un país con una vulnerabilidad enorme, que confronta un momento histórico para el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La que conocemos, la que se nos ha hecho paradigmática, es una mujer que ha duplicado las apuestas más agresivas y beligerantes ante cada situación dilemática. Pero la de esta noche, en la Argentina, no es una noche más: tal ha sido la compulsión argentina de pelearse con el mundo, que por primera vez tenemos un ministro de relaciones exteriores que es el paradigma del barrabrava prepotente, ignorante, agresivo, y encima, dañino para el país. ¿Era acaso este el momento para pelearse con Uruguay, y amenazar a la pequeña Banda Oriental con llevarlos nuevamente al Tribunal de La Haya? No, no lo era. Pero la pelea, la provocación, la prepotencia, la inquina como manera de gobernar, parece estar en el disco rígido del Gobierno.

Hay una gran oportunidad esta noche. No soy realmente demasiado optimista, porque si la de esta noche es la Cristina Kirchner que conocemos, que el país por favor sea protegido por los dioses, porque volveríamos a tener una proclamación de agresividad, beligerancia e ideologitis tóxica, que colocan al país en una situación prácticamente única en el mundo: un país con inflación, un país que no puede pagar sus deudas, y un país que después de tanto perorar sobre el desendeudamiento, vuelve a aparecer esta noche en el banquito de los acusados.

Que recibamos un rayo de luz entonces. Un poderoso rayo de luz, natural o sobrenatural, sobre el espíritu y el raciocinio de la señora Cristina Kirchner. La Argentina no puede seguir recitando el evangelio de la prepotencia. La Argentina tiene que negociar con humildad, con realismo, con serenidad y sin ofender a nadie.

¿Será capaz, señora Presidente, de tamaña hazaña?

(*) Emitido en Radio Mitre, el lunes 16 de junio de 2014.