En España, las autopistas despliegan el lema “Quédate en casa”; en EE.UU., “Stay home stay safe”, en Catalunya, “Quedat a casa”; pero en Argentina, los carteles rezan “Tapate la boca”. Tapate es mucho más que un eslogan.
La ministra de Seguridad hace ciberpatrullaje en las redes para chequear el “humor social”; un chico hace un chiste en Twitter porque no le dieron un subsidio, escribe la palabra “saqueo” y va preso. ¿Qué clase de cientista social pretende medir el humor si no puede entender un chiste? El despliegue estúpido de la fuerza policial sienta un precedente gravísimo, que marca el humor social. Ojo lo que tuiteás: el Gobierno de Científicos puede no comprender el lenguaje natural. Tapate la boca o vas preso.
Pequeño cuerpo lácteo disidente, retuitea el Presidente, en alusión a un periodista que analizaba la actuación del Gobierno. Traduzco el tuit al lenguaje del respeto y la inclusión: el tuit original era peor. Luego Alberto cae en que desde su cuenta se insultó al periodista pero igual “sostiene” la crítica: más vale taparse la boca. La mascarilla que promueve el Gobierno está hecha con el material de la censura.
Lo extraordinario de “Tapate la boca” es que los funcionarios ¡no se la tapan! Alberto acude con el conde Kicillof a ver a los barones de La Matanza: ninguno usa barbijo. Kicillof visita un hospital sin barbijo, Alberto da mensajes a centímetros de sus ministros. Jamás vimos a Alberto, que estuvo internado hace poco por una afección pulmonar, con barbijo. Es notable: hasta el payaso de Bolsonaro circula con barbijo.
Estoy por evocar la sombra terrible de Facundo para que me explique, cuando me entra una llamada de mi amiga historiadora Sabrina Ajmechet. No es Sarmiento sino Marc Bloch, me apunta Sabrina. En Los reyes taumaturgos, Bloch muestra cómo en el Medioevo dos reyes se convirtieron en curanderos milagrosos. La enfermedad no los tocaba, porque estaban imbuidos de Dios, lo que les daba poderes curativos; un rey te tocaba y te salvaba de la peste. Los gobernantes argentinos se ponen por encima de su población: por eso lo que la gente necesita para salvarse no se aplica a ellos. No son personas con puestos importantes: actúan como seres diferentes, por la magia del voto popular. Se entiende por qué les resulta delirante pensar siquiera en bajarse los sueldos, como hizo la clase política en otros países. Hay que avisar a la OMS: el peronismo es la vacuna para el coronavirus.