“Están todes invitades a los funerales de la meritocracia”, tuiteó profética Gabi Cerruti. Quizás habrá que esperar una semana más para que la velen. La cuarentena temprana que impuso el Gobierno se combinó con una estampida de jubilados en la calle, que salieron a cobrar sus haberes el único día que abrieron los bancos; un festival de población en riesgo, que en España representa el 94% de los muertos. Pudo más el bolsillo que el virus, comentó displicente Pravda/12.
En general, la respuesta de los Estados fue mediocre. España reaccionó tarde, aunque llevaba una semana mirando la tragedia italiana. UK quiso dar cátedra de epidemiología de masas y terminó con Boris en terapia intensiva. Los Estados trastabillan en cómo cooperar para salvar vidas: de qué sirve la Unión Europea, se pregunta el sur, si a Alemania solo parece importarle ser la chaperona de la virtud financiera. Recién hoy aprobaron la ayuda.
Todos hablan del enemigo invisible, pero solo Bill Gates atacó el problema con una técnica de guerra. Bill imitó al Manhattan Project, cuando EE.UU. buscaba la bomba nuclear: atacar todas las soluciones posibles al mismo tiempo, poniendo siete fábricas a trabajar en siete vacunas posibles. La que funcione tendrá el resto de las fábricas para escalar la producción. Los Estados no tienen la capacidad ni los méritos para soñar con una solución así. Así que conviene poner la meritocracia en respirador y manipular con guantes y barbijo las dicotomías fáciles (Estado vs. capitalismo) que adora contagiar el kirchnerismo más banal. Lavarse las manos les sale fácil.