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Qué explica el voto libertario

Por ahora, el fracaso de una clase de dirigentes que no supo o no quiso ver el resentimiento de la sociedad, que naufragaba mientras ellos se salvaban.

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Meditando, Javier Milei. | Pablo Temes

A más de cuatro meses del inicio de un gobierno de características sui generis, una cuestión desvela a especialistas, periodistas y opositores: por qué posee altos niveles de aprobación, mientras aplica un ajuste severísimo, de enorme costo para la economía de las familias. Las razones de los que lo apoyan son diversas, pero convergen en una creencia: el líder que lo encabeza reúne atributos que despiertan confianza, como no tener antecedentes en la política, denunciar los privilegios de la clase gobernarte, castigar a los culpables. A ese convencimiento debe sumarse un motivo, que combina riesgo con desilusión: apuesto por él, aunque me resulte extraño, los anteriores hicieron todo mal y este capaz nos saca del pozo, porque peor no podemos estar.

Frases como “es la primera vez en veinte años que no nos tomamos vacaciones, pero confiamos en él” o “sí, es medio loquito, pero tal vez necesitábamos a un tipo así para que cambien las cosas”, expresan razones no económicas típicas de la adhesión a Milei. Pueden deberse a identificación o desencanto, o a ambas cosas. Que se supriman las vacaciones o que no se llegue a fin de mes, pero igual se lo banque; o que se lo asimile a un billete de lotería, porque tal vez se acierta, quién sabe, produce perplejidad debido a que contradicen una creencia arraigada: se vota ante todo por razones económicas. De allí se saca una conclusión, sin matices: si la economía está mal, la gente descartará al que gobierna para buscar otras opciones. La cosa no funciona siempre así, aunque el voto económico sea el más frecuente.

Investigaciones transnacionales que buscan desentrañar las razones de voto a la derecha radicalizada muestran un panorama mucho más complejo. En el caso europeo, la inmigración, entendida como una amenaza existencial, explica mejor, en términos generales, el sufragio a la ultraderecha que la crisis económica. En un exhaustivo paper, titulado Economic conditions and populist radical right voting: The role of issues salience (Condiciones económicas y voto a la derecha populista radical: el papel de los temas relevantes), los politólogos Tome Sipma y Carl Berningc estudiaron en 2021 los resultados de nueve elecciones en países de Europa Occidental, concluyendo que el voto económico, si bien fue considerable, no resultó decisivo para optar por los partidos de extrema derecha.

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Los autores afirman que “la prominencia de la economía y la inmigración contribuyen a nuestra comprensión de la desconcertante relación entre las condiciones económicas y el apoyo a la derecha populista radical. En países con condiciones económicas relativamente débiles o que empeoran, la economía se considera más destacada, mientras que la inmigración pierde prominencia, también en comparación con otras cuestiones. Los votantes que perciben la economía como el problema más importante tienen menos probabilidades de optar por la derecha radical populista que las personas que perciben la inmigración o incluso otros temas como los más importantes. Los partidos populistas de ultraderecha parecen no solo ganar votos en el tema de la inmigración, sino que también los pierden en el tema económico”.

En definitiva, la principal conclusión de esta investigación es que no se encontró evidencia concluyente del vínculo entre economía y voto para explicar el ascenso al poder de la derecha radicalizada. Sin embargo, ese hallazgo debe matizarse debido a que en las economías débiles el factor material adquiere mayor relevancia, según los hallazgos del estudio. Así, en los países donde existe relativo bienestar los temas no económicos serán más importantes que en aquellos que sufren problemas materiales severos. En términos generales, la conexión entre economía y otros issues, como la inmigración, puede realimentarse, si los votantes consideraran que una situación económica difícil podría disparar amenazas para su seguridad u oportunidades por el ingreso de extranjeros.

La ley de hierro de la casta

Más allá de las complejas interacciones entre factores de voto, nos interesa esta investigación por dos aspectos del problema analizado, que los autores consideran significativos. Uno es la prominencia de los temas debatidos en una campaña; el otro, quién se apropia de ellos. En el caso europeo, la cuestión relevante es la inmigración, de la que se apropió la derecha radicalizada. Es su tema, presentado como una amenaza para la identidad nacional, la seguridad personal y las oportunidades de trabajo. Aplicando la lógica de estos partidos, los que migran son enemigos de la nación. Debe combatírselos, prohibiéndoles la entrada o poniéndoles todos tipo de trabas. Un clásico del fascismo: ayer los judíos, hoy los inmigrantes.

Regresemos ahora a la Argentina, para preguntarnos de qué se apropió Milei. Observaremos que en su narrativa la economía, aunque lo obsesione, ocupa un lugar secundario u oblicuo respecto de la reivindicación moral. La “casta”, ese hallazgo genial, pretende desnudar la humillación que un estrato privilegiado le infringe a la sociedad. La redención de esa indignidad y la destrucción de sus responsables, devenidos en enemigos, es la meta de una gesta que posee más componentes ideales que materiales y religiosos que políticos. Nada menos que de eso se apoderó el líder libertario, sintonizando con el hartazgo y el deseo de rebelarse de los que se sienten despreciados. Comparado con Europa, en la Argentina libertaria los inmigrantes son la casta.

La evidencia empírica confirma que lo observado allá se replica acá, aunque no tengamos una economía sólida. Según un estudio de Poliarquia, más seis de cada diez votantes a Milei en el balotaje percibían que el principal problema del país no es económico, mientras que la mayor parte de los votantes a Massa consideraban la economía como la dificultad prevaleciente. Actualmente, se mantiene la misma lógica: la mayoría cree que los éxitos de Milei son no económicos (“terminar con los curros y la corrupción”, “echar ñoquis”, “arancelar la salud para extranjeros”, “ordenar el país”). Además, en el plano material le reconocen haber bajado la inflación y el gasto público.

Si la creencia en el relato se consolidara y el Gobierno compusiera un poco la economía –inflación de un dígito, recesión soportable, leve crecimiento–, podría afianzar su proyecto. Por ahora, la razón es nítida: esta película no trata de It’s the economy, stupid, sino del fracaso de una clase de dirigentes que no supieron o no quisieron ver el resentimiento de la sociedad, que naufragaba mientras ellos se salvaban.

* Sociólogo.