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OPINION

Lucha cultural y manipulación

Si el Presidente no puede impulsar el bienestar material, tarde o temprano, su revolución se agotará. Si lo logra, lo tendremos para rato.

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Javier Milei. | Pablo Temes

Mientras el Presidente ofrece un discurso en el colegio donde cursó el secundario, un alumno abanderado, parado detrás suyo, cae desmayado. En vez de interrumpir y asistirlo, el Jefe de Estado dice, irónicamente: “Otro más… y sí… y los nombro y … son infalibles, son infalibles…”. Cuando el chico se desplomó, Milei se jactaba de casi haber dicho en Davos, al mundo: “son todos unos zurditos”, porque la gente “es socialista sin saberlo”. La broma fue hacer pasar al alumno desmayado por un “zurdito” más, abatido por la verdad irrefutable. Antes había hablado de “los asesinos de los pañuelos verdes”, del lavado de cerebro de los jóvenes y tratado de “farsante y mentirosa” a una docente de la escuela que lo cuestionó.

Enseguida, el vocero presidencial reprodujo en X el video del episodio, con un lacónico “Fin”, palabra que usa para mostrar la erradicación de los males que el Gobierno ha encarado. “Un zurdo menos”, en el imaginario de la libertad, debe ser resaltado. Esa actitud mereció la respuesta de un legislador porteño de la Coalición Cívica, en estos términos: “Adorni, tenés la actitud de un canchero de cuarta, un diminuto que se excita con el poder ajeno, un pobre tipo”. Todos los días suceden polémicas como ésta, cuando un miembro del Gobierno dice o hace algo, que genera el repudio de los que piensan distinto.

Los libertarios, de los que no se puede decir que incumplen sus promesas, llevaron las cosas, en efecto, al plano de la lucha cultural. Cambiar la cultura es la misión central que se asignan. La tarea que Milei disfruta más. A esto hay que sumarle las manipulaciones, habituales en política, ejercidas en esta ocasión desde el Estado por aquellos que afirman detestarlo. Una muestra fue la transmisión del discurso presidencial del 1° de marzo; las cámaras mostraron únicamente a los que vivaban al Presidente: los miembros del gabinete y los ocupantes de los palcos, que se destinaron solo a militantes; la mayoría de los legisladores, que guardaban silencio o hacían moderados gestos de fastidio, quedaron fuera de la escena.

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Milei, densidad y tragedia

Pero hay más en materia de manipulación, para desconcierto de los opositores. El discurso presidencial, al que aludimos, tuvo dos partes. La primera fue una reiteración del desprecio a “la casta”, cuyos protagonistas principales son los políticos, designados como los responsables de la decadencia del país y que, por lo tanto, merecen adjetivos duros y descalificadores. Eso no fue lo novedoso. La innovación apareció en el final, cuando Milei convocó a los gobernadores, a los que había llamado “degenerados fiscales”, a un pacto. Lo que significa restituir al otro como interlocutor, habiéndolo borrado antes con todo tipo de ofensas. Un mensaje contradictorio, difícil de descifrar sin el auxilio de las ciencias de la conducta.

El célebre antropólogo inglés Gregory Bateson (1904-1980), contribuye a entender el suceso. Elaboró una teoría sobre la esquizofrenia, basada en la comunicación, que aplica plenamente a este caso. La tituló el “doble vínculo” en la relación de los niños con sus padres, al que atribuyó el origen de la enfermedad. ¿Cómo funciona? El niño recibe un mensaje discordante de este tipo: por un lado, descalificación; por el otro, consideración, lo que lo sume en la impotencia, porque queda atrapado en un dilema comunicativo del que es imposible librarse debido a que cualquier elección que adopte, o decisión que tome, constituirá una equivocación. ¿Soy querido o aborrecido? Imposible saberlo. Solo existe una certeza: está sometido.

Esa disyuntiva sujeta al peronismo y a la oposición dialoguista: si concurro a pactar puedo ser embaucado, pero si no voy, confirmaré que pertenezco a la casta. Haga una cosa u otra nunca acertaré. El doble vínculo, del que emana un mensaje cuya consecuencia es la confusión del destinatario, afecta particularmente al PRO, la fuerza más próxima al libertario: si éste fracasara, seremos responsables; si triunfara, la victoria será solo suya. Bateson, cuya teoría sobre el origen de la esquizofrenia fue refutada, mantiene vigencia por haber descubierto patrones de comunicación de este tipo. A Macri, que quiere ser socio de Milei, que lo ningunea, y al resto, que desea colaborar con él, no les vendría mal tenerla en cuenta.

Una grave falla de liderazgo

Junto a la manipulación se desarrolla la lucha cultural. No existe una sin la otra. Para comprenderla conviene recordar que en la posmodernidad rige el relativismo, aunque la intención de los libertarios es reemplazar la relatividad por la verdad, al modo de las religiones. La cultura versa sobre valores, prácticas y costumbres. En Occidente, unos la asumen de una manera, otros de otra. Salvo escasísimas aberraciones universalmente repudiadas, cada subcultura puede legitimar su sentido; no hay bueno ni malo, existe diversidad. La indiferencia de Milei ante el chico desmayado es repudiable para algunos; para otros, es la expresión de un freak carismático, al que hay que alentar con un excitante: “pegue, Javi pegue”. Como en un videojuego adictivo, donde los desmayos son indoloros y otorgan puntos para escalar de nivel.

¿Quién ganará la lucha cultural? ¿Podrá Milei, con su magnetismo personal y sus estudiadas manipulaciones, imponer una verdad totalitaria? El que dice, para alimentar la esquizofrenia, que su doctrina se basa en “el irrestricto respeto al proyecto del otro”, ¿logrará acabar con el proyecto de todos los que se le oponen, para instaurar una dictadura cultural, basada en la defensa de la vida, la propiedad y la libertad?

Buscando responder, dejaremos de lado, esta vez, al exquisito Antonio Gramsci para recurrir al tosco marxismo de la Segunda Internacional. Nuestra hipótesis es economicista: si los valores culturales de los libertarios funcionan como una superestructura encubridora y justificadora de la infraestructura, donde reside la explotación económica, el fracaso de Milei solo ocurrirá por el rechazo social a esa explotación. En términos actuales: si fallara en lograr el bienestar material, tarde o temprano, su revolución cultural se derrumbará. En cambio, si su programa doblegara la inflación sin una recesión brutal, podríamos tenerlo para rato.

Los que se desesperan ante el materialismo que supone esta perspectiva, no deberían descartar que se asista al ocaso irremediable de la democracia liberal y el Estado benefactor. Cuando concluye una época, poco se puede hacer. Tal vez quede aguardar, con remota esperanza, el renacimiento de los antiguos ideales, como escribió Max Weber en el ya citado final de La Ética Protestante.

* Sociólogo.