Fue un proceso que llevó años y no pido disculpas por la palabra, comprensiblemente sospechosa. No hablo del Proceso, de cuyo arranque se cumplen mañana 28 años. Hablo de otro proceso, sostenido meticulosamente en el tiempo, con abundancia de recursos y, hay que admitirlo, enorme tenacidad. Hace varios años que el grupo gobernante se propuso homologar a la dictadura militar instaurada de 1976 a 1983 con el Tercer Reich alemán, pero elementos de juicio recientes demuestran que no les fue nada mal en el proyecto.
En Neuquén se hizo ahora una muestra organizada por la Legislatura de esa provincia y titulada Ana Frank: una historia viviente. Lo notable es que los organizadores han montado el recuerdo de esa adolescente judía holandesa muerta en manos de los nazis junto a una propuesta paralela. Bautizada De la dictadura a la democracia: la vigencia de los derechos humanos, la muestra pretende equiparar la barbarie epocal sin parangones del nacionalsocialismo alemán con la matanza desaforada que se puso en acto en la Argentina desde varios años antes de 1976. Los casi diez mil desaparecidos de la Argentina de aquellos años serían equiparables con los casi seis millones de judíos exterminados por Alemania en la Segunda Guerra Mundial.
El soporte conceptual es que la represión ilegal (y salvaje) que las Fuerzas Armadas perpetraron en la Argentina es similar al proyecto nazi de liquidar de la faz de la Tierra a los judíos, además de otras minorías (gitanos, débiles mentales, homosexuales) por el solo hecho de serlo. La desmesura es sobrecogedora. La pretensión es obscena. Sólo un empecinado delirio dogmático puede proponerse tamaña reescritura de la historia, equivalente a la colosal intención de convertir en víctimas pasivas e inocentes de una violencia represiva inexplicable a combatientes revolucionarios que nunca se consideraron espectadores desafortunados, sino actores conscientes de su proyecto. En el caso del genocidio del que la suerte de Ana Frank fue un símbolo doloroso y elocuente, el relato argentino se propone colocarla en el mismo nivel que las víctimas de la violencia en este país. Se desfigura, así, un rasgo central del fenómeno derrumbado con la derrota del nazismo en 1945.
El Tercer Reich se propuso de manera fría y deliberada lo que denominó “la solución final” del problema judío. El Protocolo de la Conferencia de Wansee, que se efectuó en esa localidad de las afueras de Berlín el 20 de enero de 1942 (http://www.lasegundaguerra.com/viewtopic.php?f=89&t=8884), estipula prolijamente los pasos del plan mediante el cual Alemania llevaría adelante la eliminación de 11 millones de judíos, e incluso aporta una lista de cuántos judíos, país por país, deberían ser liquidados. La comparación con la violencia política en la Argentina entre 1955 y 1976 es escandalosa y repugnante.
Muchos sectores de la izquierda tradicional, curiosamente asociados con el peronismo, nunca tuvieron una idea tan terrible de la dictadura del Proceso hasta por lo menos fines de los años 90.
Los comunistas apoyaban a Videla por ser un moderado general que comerciaba con la URSS y desobedecía el boicot a la Olimpíada de Moscú, mientras que los peronistas aceptaban en 1983 la autoamnistía de las Fuerzas Armadas, que sólo el coraje sin paralelos de Raúl Alfonsín consiguió pulverizar a pocas horas de asumir la presidencia.
Se negó el peronismo a integrar la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep). Esos blandos de ayer son hoy tan “duros” como farsescos. Han venido fogoneando la trapisonda de un supuesto “Reich” procesista, una vulgar y enorme distorsión de la verdad histórica, que pretende cancelar el hecho de que, antes de 1976 y desde mediados de los años 60, hubo en la Argentina millares de víctimas producto de incontables asesinatos y ejecuciones. ¿Dónde están la similitud y el paralelismo con el apocalipsis de muerte y destrucción que generó el proyecto nazi en todo el mundo?
No hay cabriolas historiográficas posibles sin cómplices, ya sea los habituales necios, que dejan hacer por pura blandenguería existencial, como los articulados ideólogos que se ganan la vida dándoles letra a los abogados santacruceños. La muestra neuquina donde Ana Frank y la Argentina aparecen perversamente asociados no sólo fue una movida de la Legislatura de esa provincia.
También la auspiciaron el Centro Cultural Israelita de Allen, Cipolletti y Neuquén, el Centro Hebraico de Neuquén y el Centro Ana Frank.
“Nunca creeré que los poderosos, los políticos y los capitalistas son los únicos responsables de la guerra. No, el hombre común y corriente también se alegra de hacerla. Si así no fuera, hace tiempo que los pueblos se habrían rebelado”, escribió Ana el 3 de mayo de 1944. Dos meses y medio después, el 15 de julio de ese año, escribiría: “Cuando miro al cielo, pienso en que todo esto cambiará y que todo volverá a ser bueno, que hasta estos días despiadados tendrán fin, y que el mundo conocerá de nuevo el orden, el reposo y la paz”. A Annelies Marie Frank se la llevaron los nazis el 1º de agosto de 1944. Dejó en su refugio de Amsterdam tres cuadernos con su diario, que se conservaron: deportada al campo de exterminio de Bergen-Belsen junto a su hermana Margot, ambas murieron durante una epidemia de tifus entre febrero y marzo de 1945. Edith Holländer, la madre de ambas, murió de inanición en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. En la Argentina, la banalización del mal sigue siendo un tenebroso negocio.