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Teoría y novela, acá y allá

En 1966, Gallimard publicó Las palabras y las cosas, de Michel Foucault. La primera edición se agotó en un mes.

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Volvemos sobre Santiago Rueda. Edición, vanguardia e intuición, de Lucas Petersen (Tren en Movimiento, Buenos Aires, 2019). Ahora estamos en el momento del declive de la editorial que había publicado antes que nadie en castellano Ulises, de Joyce, las primeras Obras completas de Freud, Hemingway, Proust, etc. Escribe Petersen: “Cuando arribó la década del 60, cuando cambió el público para las editoriales nacionales […] Rueda ya se había desfasado […] Cortázar, Moyano, Saer, Castillo, Sabato, Conti [aquí Petersen cita 47 autores más] ninguno de ellos editó con Rueda siquiera un solo libro. Para no hablar de los nombres del Boom latinoamericano”. Rueda entra en decadencia cuando las editoriales nacionales comienzan a darle un espacio significativo a la narrativa argentina y latinoamericana, fenómeno que Rueda parece no registrar. De golpe Rueda se vuelve vieja, fuera de su tiempo. Los 60 y 70 son, para el mercado, el tiempo de la narrativa latinoamericana. Permítaseme ahora una digresión, un intercambio con una editorial contemporánea pero francesa. Alguna vez, a mediados de 2000, hablando con Christian Bourgois –seguramente el más importante editor francés entre los 60 y su muerte, en 2007, más allá de que la editorial que lleva su nombre continuó funcionando con idéntico nivel hasta ahora, de la mano de su viuda, Dominique Bourgois–, me atreví a hacerle un comentario, entre crítico e irónico, sobre Bolaño, uno los autores que él editaba con gran éxito. A Bourgois no le molestó, y agregó una observación por demás interesante: “Quién hubiera dicho que la novela iba a volver con tanta fuerza”. “¿La novela como género?”, pregunté. “Claro”, respondió, “Cuando empecé en los 60 y durante todos los 70, la novela parecía muerta. Lo único que importaba era la Teoría, con mayúsculas. Nosotros casi no editábamos novelas, sino ensayos marxistas, freudo-marxistas, estructuralistas, posestructuralistas, teorías de todo tipo, pero nada de novelas, que pertenecían al pasado pequeño burgués que había que superar”.

Por dar un ejemplo: en 1966, Gallimard publicó Las palabras y las cosas, de Michel Foucault. La primera edición se agotó en un mes, y en su primer año vendió más de 15 mil ejemplares.

En castellano, Siglo XXI lo publicó apenas dos años después, pero hubo que esperar a la década de 1980 para que entre nosotros el libro alcanzara verdadera popularidad. Mientras allá se escribía teoría, aquí se escribía  narrativa. Frente a esto, Héctor Libertella no se privó de una de sus mejores ironías: “Mientras nosotros leíamos a Foucault y a Derrida, Foucault y Derrida leían a Borges”. Es un chiste que solo se pudo hacer a partir de los 80. Aunque no deja de ser cierto: la teoría francesa de los 60 y 70 es imposible de entender sin su relación con la narrativa. De allí su inoxidable interés. Mientras que una parte importante de la narrativa latinoamericana de entonces (en especial la de más éxito: la del Boom y demás autores populistas de izquierda) se escribió sin el menor atisbo de haber leído teoría. De allí su irreversible mediocridad.

Como siempre, me quedé sin espacio. Prometo para otro día (o tal vez para nunca) la glosa de la relación de Rueda con la prensa y, para seguir cotejando con Francia, una anécdota entre Jean Echenoz y Jérôme Lindon, editor de Minuit, sobre ese asunto.