Según la opinión general, la República Argentina estaría a salvo de la aparición de un líder de extrema derecha como el brasileño Jair Bolsonaro. Es correcto, si se agrega “por el momento” y se apunta que sigue latente un nacionalismo populista “duro”, en línea con la primigenia vocación mussoliniana del peronismo. La derecha nacionalista, sectores corporativos, de la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas comparten ese ideario.
El panorama político y social argentino es, con las variantes del caso, el de hoy en todo el mundo: descrédito de la dirigencia política y corporativa republicana tradicional, envuelta en escándalos de corrupción e impotente ante una crisis económica planetaria que no atina a entender ni, por tanto, a resolver. El aumento de la pobreza y de la criminalidad organizada, cuando no del terrorismo; la inseguridad no solo en el trabajo, sino en la vida; el flujo masivo de inmigrantes, que incrementa la xenofobia y el racismo, acaban en la confusión política. Ocurre que las fórmulas de siempre, conservadoras, liberales o socialdemócratas, así como las populistas latinomericanas, vienen fracasando ante la crisis.
Se repite el panorama de 1929, con las variantes de época. No es la menor, ni la menos preocupante, que en los años 30 en los EE.UU. gobernaba un Franklin D. Rooselvet y, ahora, un Donald Trump. En Europa, el Brexit, Mateo Salvini en Italia y ahora, muy probablemente, Jair Bolsonaro en Brasil. La lista abarca América, Europa, Rusia y hasta los países escandinavos. La extrema derecha está representada en los parlamentos de 17 países europeos. China, la gran potencia emergente, progresa políticamente, pero sigue siendo un régimen de partido único y vaya uno a saber cómo irá a evolucionar si Trump continúa con su guerra comercial y sus bravuconadas.
El repliegue aislacionista es casi universal. La Unión Europea se dirige a un colapso, al menos parcial. Sus gobiernos tambalean y aumentan o se consolidan populismos que nacen “de izquierda” y acaban aliándose o apoyando a la extrema derecha, como el Movimiento 5 Estrellas, en Italia. Las reivindicaciones nacionalistas encuentran asidero y apoyos. Es el caso, entre otros, del separatismo catalán.
Pero el problema sigue siendo que ninguna economía vive hoy de su propio mercado. Los progresos científicos y tecnológicos aumentan exponencialmente la oferta, al tiempo que expulsan mano de obra humana, provocando así disminución de demanda por pérdida o caída del nivel salarial. Insoluble contradicción, al menos en la lógica capitalista. Basta comprobar la fugacidad de los momentos de recuperación de ciertos países o de la economía mundial; verificar que la especulación financiera es varias veces superior a la inversión productiva global.
Existen soluciones teóricas al problema, a la izquierda del espectro republicano tradicional. Discutibles por cierto, aunque las únicas no ensayadas hasta ahora a escala universal sino, parcialmente, en Escandinavia y otros países. Sin embargo, los socialistas de casi todo el mundo han dejado eso atrás (https://www.perfil.com/noticias/columnistas/encrucijada-liberal-socialdemocrata.phtml).
“Orden y progreso”, la vieja consigna liberal, ya no consigue hacer pie: no hay progreso social, porque el científico y tecnológico lo frena o pone en retroceso. Hasta los países escandinavos pasan por eso. En este contexto, se generaliza el desorden institucional y social y aumenta la confusión política.
La República Argentina reúne todas las fichas del tablero. A la impotencia liberal se suman la mediocridad del actual gobierno, el desparpajo inmoral de la oposición populista y el vacío de propuestas de la izquierda. Para evitar un Bolsonaro, u otro Maduro, entre nosotros haría falta, como en todas partes, una propuesta de unidad republicana y cambios estructurales en la economía.
La política, como la naturaleza, siente horror del vacío.
*Periodista y escritor.