Nancy Soderberg es norteamericana, demócrata. Y simpatizante de Barack Obama, a quien aconseja desde su cargo en el Consejo para la Desclasificación de Documentación Reservada.
Esto es, tiene y tuvo acceso a información “sensible”. También integra la Fuerza Norteamericana de Tareas sobre Argentina, agrupación que asiste a los fondos “buitre” (así autodenominados). Respalda, por lo tanto, a Paul Singer, quien simpatiza con y financia a republicanos ortodoxos, los que detestan a Obama.
La señora Soderberg estuvo casada con Richard Bistrong, quien en 2010 se declaró culpable ante una Corte federal de sobornar a funcionarios extranjeros para ganar contratos; la empresa es BAE Systems (produce dispositivos de seguridad) y entre los comprados figuran funcionarios de las Naciones Unidas que buscaban implementos para las fuerzas de paz. Suficiente para un film como Traffic, película dirigida por Soderbergh, en este caso varón y con “h” final.
También para un film –que podría ser rodado en la Argentina– son las andanzas de Hervé Falciani. Falciani trabajaba en un banco, el HSBC, en cuya sede de Ginebra estuvo más de cinco años. Este señor, nacido en Mónaco, graduado de ingeniero informático, en 2006, mientras optimizaba administradores de datos de clientes, encontró miles de depósitos de personas físicas y jurídicas que ponían distancia de sus gobiernos para no pagar impuestos.
Un buen día comenzó a cargar esos datos y a sacarlos del HSBC, sin que nadie sospechara en la casa central ginebrina. Además, don Falciani se puso a indagar acerca de los mecanismos de las maniobras y finalmente decidió hacer público lo que sabía. A partir de entonces, Berna lo consideró un indeseable (excepto para meterlo preso por robo de datos personales, vulneración del secreto comercial y violación del bancario), y los asombrados e indignados que se van informando, un paladín de la justicia.
El 20 de marzo de 2008, la patronal bancaria suiza percibe que el secreto bancario está en peligro: en Beirut, una pareja con apellidos árabes ofrece a un banco local una base de datos sobre personas vinculadas con bancos suizos. El dúo (Falciani & dama, Georgina Mikhael) es detenido, liberado de inmediato y expedido a Francia, cuya nacionalidad (además de la italiana) porta el acrobático ingeniero. Francia e Italia no extraditan a sus nacionales. Suiza –hidrofóbica– pide a Francia que registre el domicilio de Falciani y le envíe los archivos de su computadora portátil. Los franceses cumplen con el allanamiento, pero se quedan con el contenido.
“Vieron algo…”. Efectivamente: 130 mil cuentas de eventuales evasores, lo que hace que la fiscalía de Niza abra su investigación, no contra Falciani, sino por defraudación. Tal como lo han relatado centenares de medios, es a partir de entonces cuando la lista comienza a circular. Crisis diplomática entre Francia y Suiza. ¿La prodigalidad laboral del Ministerio Público francés condujo hasta los datos o fue Falciani quien prodigiosamente volvió a brincar?
Sea como fuere, Suiza, sus autoridades y el HSBC se exhiben en paños menores y se llega a estimar que la cifra que fue al Paraíso suizo (al que la clase obrera no tiene acceso) asciende a 6 mil millones de euros. Ocho mil evasores franceses: plan de regularización voluntaria, recuperación de 1.200 millones de euros en impuestos impagos. Los especialistas en efemérides piensan en la conveniencia de instaurar el día del “héroe fiscal”. Se murmura algo sobre acuñar una “moneda Falciani al mérito tributario”. Algunas esculturas tiemblan: el imperio L’Oréal, Arlette Ricci, heredera de la marca Nina Ricci.
Gracias a la “lista Falciani” España realizó “la mayor regulación de la historia del fisco” y pudo identificar a 659 supuestos evasores con fondos en el HSBC de Ginebra”. La “lista Falciani” se insertó en una madeja mundial que se tejió casi al mismo tiempo: el Convenio Multilateral de Asistencia Fiscal se abrió a todos los países del mundo desde junio de 2011. La adhesión de Argentina comenzó a regir desde enero de 2013.
En septiembre de 2014, Francia entregó a nuestro país los datos de unos 3.900 contribuyentes –o evasores– patrios. El núcleo de ese inventario era la “lista Falciani”, que es apenas una cuñita que ha perforado el secreto bancario. Los fiscos de Francia y España la han convertido en la penitencia de sus evasores, mientras que la política y los medios la tratan como un arma arrojadiza entre sus bandos.
¿Y Falciani? En España, país al que ofreció colaboración. Escribió Borges: “De Proteo el egipcio no te asombres, tú que eres uno y eres muchos hombres”. Hombres como Falciani, mujeres como Soderberg.
He aquí que ha aparecido, y quizá prolifere, una nueva especie: la de los “soplones virtuosos”. De datos bancarios, de inteligencia, de intimidades de los poderosos. Falciani hubiese podido intentar emular a Soros, pero prefirió reencarnar a Robin Hood con ropaje AFIP.
Además de Assange, Manning y Snowden, y de periodistas como Greenwald (The Guardian) o cineastas como Laura Poitras, este año vio la luz un género letal de soplones que sería mejor que no prosperara: el de los soplones VIP. Así, el vicepresidente de los EE.UU., Joe Biden, creyó ganar espacio electrónico contando que el presidente Erdogan de Turquía le había dicho que se había equivocado al dejar pasar por tierra turca a tantos miembros de Ejército Islámico rumbo a Siria; igualmente, el olvidable ex presidente de la Comisión Europea contó a los líderes políticos del Consejo de la UE que Putin le había revelado que en dos semanas podía ocupar Kiev. Durão Barroso se empantanó en sus dichos y generó una durísima reacción oficial del Kremlin. Mientras, el inefable Biden corrió a desmentir y excusarse a Erdogan.
En el pináculo fugaz de la farándula virtual se paró unos pocos días el ex secretario general de la OTAN, señor Rasmussen, quien mantuvo, durante sus días de primer ministro de Dinamarca, una conversación con Vladimir Putin, la grabó y luego la difundió. “Para la posteridad”, dijo el danés, seguramente queriendo emular a Hans Christian Andersen y a Snowden a la vez.