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Tres ambiguas certezas

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Compré la carísima edición completa del Genji monogatari porque me pareció que la selección que adquirí hace años tenía una traducción tan mala que en ocasiones no se llegaba a entender lo que ocurría. Leyendo mi adquisición (con largas interrupciones), empiezo a sospechar que la incomprensión de mi primera lectura derivaba menos de problemas de traducción (del japonés al inglés, del inglés al castellano) que de mi dificultad por registrar nombres, sobre todo cuando estos parecen simples sonidos indistinguibles entre uno y otro. Pero leyendo a Victor Segalen, un francés que vivió en China, me doy cuenta de que “lo oriental” se nos filtra siempre bajo el requisito de que su lectura produzca un efecto de incomprensión. Incomprensión de las costumbres y las formas de ser y de pensar locales,  de las que nunca pueden dar explicación completa el autor-viajero, las notas del editor o el traductor. Lo oriental se presenta como extrañeza, de la manera más preciosa, cuando lo incomprensible se presenta como un defecto de estilo que en el signo total de su incompletud evoca sin buscarlo la belleza del ideograma.

¡Qué autor extraordinario Benjamin Constant! ¡Qué ensañamiento magnífico con su ambivalencia, su debilidad, su “costado femenino”! Hay un hilo secreto que une a los protagonistas de sus dos novelas autobiográficas, Adolfo y Cecilia, con el “príncipe resplandeciente” del Genji monogatari: la capacidad de amar a más de una mujer, la imposibilidad de quedarse con una. Solo que mientras en la novela de Murasaki Shikibu todo es deslizamiento, variación elegante, amabilidad e impermanencia ( y no simple “uso” de la mujer), en Constant todo es tormento e introspección. La autora japonesa cuenta la historia de Genji con la tradición de la poesía a sus espaldas y la conciencia augural del mundo al que abre su libro extenso y reposado; Constant escribe sus pequeñas obras intensas descubriendo la subjetividad como un abismo plano a investigar, un laberinto por el que hay que correr a toda velocidad y que estructura las narraciones por autoindagación y acontecimiento.

Bajo la máscara encantadora del orientalismo, las dificultades de la traducción y los problemas de los géneros literarios en Aristóteles, en La busca de Averroes Borges se ocupa de liquidar teóricamente la imaginería verbal modernista y elige la metáfora clásica, convencional, lustrada por el tiempo, como modo de comunicar una verdad que “nos toca a todos”. No sé si esa reflexión supone una elección crítica, dramática, propia del momento mismo en que se escribe el texto, un ajuste de cuentas con sus gustos juveniles, un cambio de bando en medio de la pelea o una meditación luego del proceso. Tendría que fijarme en la fecha de escritura o publicación del cuento, pero mejor le pregunto a Luis Chitarroni, que todo lo sabe.