Sabemos por Georges Perec que no existe cosa alguna que pueda realmente agotarse: ni siquiera ese lugar parisino que él eligió para su libro. En 78. Historia oral del Mundial, Matías Bauso parece haber emprendido una tentativa de esa misma índole, pero a propósito del Mundial 78: abordarlo desde todos los ángulos, convocar todas las miradas, recorrer todos sus sentidos, pensarlo por entero.
A partir de ese libro notable, que salió hace ya seis años, acaba de hacerse una serie, por lo que el tema ha entrado nuevamente en consideración. Aquí en PERFIL, hace unos días, Juan Manuel Domínguez entrevistó a Bauso por ese motivo. En un momento dado, le planteó una cuestión clave, que por razones obvias no había sido considerada en el libro: el mundial de Qatar 2022, y el hecho de que lo haya ganado Argentina. Y entonces Bauso señaló con agudeza una modificación fundamental en el asunto, ligada al paso del dos al tres. Mientras los mundiales ganados fueron dos, y solamente dos, el de Argentina 78 primero y el de México 86 después, resultó casi imposible no enfrentarlos uno al otro y someterlos a una dicotomía tan rígida como excluyente: el Mundial de la dictadura vs. el Mundial de la democracia, el Mundial sospechoso vs. el Mundial cristalino, el Mundial sin Maradona vs. el Mundial de Maradona, etc.
Pero el Mundial de Qatar aportó una terceridad que permitió dinamizar la dura trabazón del díptico. En palabras de Bauso: “Si el título del 86 permitió mirar retrospectivamente el del 78 y ponerlo en tela de juicio, porque ya estábamos en democracia, porque estaba Diego en el medio, porque les habíamos ganado a los ingleses, el de Qatar hace que integre una tradición”. Tradición aquí significa historia, legado en el tiempo, transmisión del pasado al presente, un presente que enriquece el pasado. También lo dice Matías Bauso, en esa misma entrevista: “Cambia el testimonio de época, la mirada estaba mediada por todas las miradas posteriores”.
El pasado es lo que es, por supuesto. Pero eso que es o que fue no cobra sentido sino a partir de las preguntas, a partir de las miradas que cada presente le dirige. Por eso nunca se agota, ni se completa, ni se clausura; a menos que ya no se quiera saber, ni entender, ni pensar.