Se fue el año de la pandemia...dejándonos el virus, que aún no supimos combatir. Los balances son tan diferentes como lo fue el año. Me gusta la imagen que me compartió un amigo… fue una gran ola, que arrasó con certezas y rutinas, pero que también dejó espacios de reflexión, pausa y aprendizaje. La ola en retirada, y lo que queda somos nosotros mismos. “Nunca nos conocemos tanto como en una tormenta”.
En la incertidumbre en la que estamos inmersos, la política continúa teniendo centralidad y es quien más desafiada se encuentra, responsable de organizar y conducir la sociedad. Tres desafíos para el año que inicia.
El primero es el tan mencionado acuerdo. En este tiempo se cumple un nuevo aniversario del Diálogo Argentino, aquella experiencia post crisis 2001 que reunió a actores referentes de ese tiempo oscuro para buscar salidas todos juntos. Un grupo de organizaciones del tercer sector estamos preparando un encuentro para pensar cómo iluminar con aquella experiencia un nuevo encuentro argentino. Tan demandado en todos los espacios de reflexión que tuvo esta pandemia. Con tanta necesidad de que sea en clave siglo XXI, y que por tanto pase de la idea a la acción.
¿Cómo se construye ese acuerdo? Hay quienes creen que se dirime en el acto electoral. El que gana conduce con sus ideas. Sin embargo, este siglo es diferente. Requiere incluir la diversidad y no es tan fácil conducir un destino común con minorías ignorando otras miradas. Necesitamos un acuerdo, que seguramente no sea consenso, por esa rica diversidad que alberga nuestro país, y porque se acabó el discurso homogéneo y su posibilidad. Pero no puede ser una foto. Tampoco una reunión donde todos decimos que necesitamos acordar, pero no resolvemos nada. Tampoco es la convalidación de varios actores sobre lo que uno decide (el Gobierno). Un acuerdo implica un tema concreto. Un compromiso genuino con lo que se acuerda. Renuncia a obtenerlo todo. Disposición a ceder. Tiene costos. No hay acuerdo sin costos. El costo de perder al apoyo de los extremos. El costo de que a algo voy a renunciar por más legítimo que me parezca. Todos los actores tienen que estar dispuestos al costo. Creer que es más importante el logro. La grieta hace que este acuerdo necesario sea más costoso aún para sus protagonistas.
El segundo desafío es cómo articular la gestión pública con otros actores empoderados. Si algo desnudó esta ola es que hay muchos otros actores y que el estado los requiere para gestionar mejor el bien público. Como nunca antes, todos nos sentimos parte de una comunidad, y el destino de ese común ya no lo puede resolver solo el Estado. ¿Que significa esto? Que hay que pensar políticas públicas con otros actores. Buscar modos de gestionar articulando. Eso implica funcionarios más profesionales (los hay, pero hay que empoderarlos), que además estén dispuestos a negociar con cámaras, sindicatos, ONG territoriales, con el aporte de las universidades y los centros de pensamiento. Implica desafiarse, pensar de otra manera, compartir responsabilidades, sacrificar posiciones, animarse a lo nuevo. Pero además, tener claridad que su obligación es asegurar el bien público que el solo ya no puede obtener. El estado argentino tiene algunas políticas exitosas en ese sentido, sobre todo en las áreas asistenciales (como Sedronar), pero debiera permear toda la política pública.
El tercer gran desafío es cómo evitar que la competencia electoral afecte la imprescindible gestión pública que requiere el 2021. En años electivos se acentúa el sacrificio de la gestión por la lucha agonal. El uso de recursos públicos (tanto en pesos como en uso de los funcionarios mismos) para fines electorales mina la gestión. En un año que necesitamos gestión publica en economía, en producción, en empleo, en educación, en activar todas las políticas pausadas por la pandemia, un estado que estuvo inmóvil requiere entrar en acción y necesita funcionarios dedicados a obtener los bienes públicos para los que ocupan el cargo. Es genuina y legítima la competencia por el poder, pero habrá que poner mayor acento en el proceso y asegurar que esa competencia no afecte la gestión. Si la ola desnudó la desconfianza que la sociedad argentina tiene en sus conductores, el divorcio de la política con la gestión pública es una de sus causas. Y cuando refiero a gestión pública es porque no podemos reducir ésta a la gestión asistencial, que ya sabemos ha sido eficaz para la contención, pero que no explica la política en su conjunto.
Pero demás, el desafío de cómo competir sin acentuar la grieta que no habilita el acuerdo y que, amplificando a los extremos, lima sus alterativas.
Después de que la ultima semana dejara el sabor amargo de expresiones de dirigentes incrementando la incertidumbre que se adueñó de nuestra vida y nuestro futuro; de que la grieta se anclara en las convicciones más profundas de dos miradas irreconciliables de las mujeres, mezclando festejos y dolores, conquistas y pérdidas con las miserias políticas; de que los jubilados volvieran a ser prenda de debates poco claros; que se escuchen las voces angustiadas de padres que reclaman porque la escuela empiece; que el Presidente enumerara sus verdades a una sociedad que se siente desarmada y no representada en ellas … la ola del 2020 se retira y nos deja levantando la cabeza para ver quienes quedamos parados, para poder construir lo que viene... el virus sigue ahí…sabemos quiénes somos… puede venir otra ola, ¿habremos aprendido?
El reciente anuncio del Presidente de que concretará la convocatoria a un Consejo Económico y Social es una llama de esperanza. Si a ese acuerdo que requiere ponerse en acción le agregamos una gestión pública que necesita reinventarse y una competencia electoral que no dañe el ejercicio de Gobierno, se enciende la esperanza. Porque hay argentinos y argentinas que quieren y están dispuestas a poner el cuerpo para que suceda. Hay que reemplazar el combustible de la grieta por otro combustible mucho más fecundo: el de volver a confiar en nosotros y en un nosotros.
*Directora de la Escuela de Política y Gobierno (UCA).