“Siempre hubo un esfuerzo por desarrollar los hechos que llevaran a una conclusión establecida, en lugar de dejar que los hechos establecidos llevaran a una conclusión”. La frase pertenece a un agente especial del FBI que colaboró con la investigación del atentado a la AMIA y resume, ya en el primer capítulo de la serie Nisman, no solo el carácter de esa investigación, sino también la de la muerte del fiscal y, tal vez, la del ser argentino. Pretendemos ser lo que deseamos, tozudamente, y por eso no somos más que un gran equívoco.
Hacía falta una mirada foránea para mostrarnos al desnudo. Si bien hay periodistas argentinos detrás de la investigación periodística –Martín Rocca a la cabeza-, el responsable de la serie producida por Netflix es un documentalista inglés, Justin Webster, que no solo sabe contar una historia, sino que aporta, con sus grandes aciertos y algunas fallas perdonables, una mirada sutil y profunda sobre un flagelo bien nuestro: la impunidad es fruto, sobre todo, de imponer el deseo sobre la realidad.
Lo primero es la grieta. Alberto Nisman, fiscal especial del caso AMIA, acababa de denunciar a la presidenta Cristina Kirchner de encubrir el atentado y se preparaba para explicar su caso ante el Congreso, cuando es encontrado con un tiro en la cabeza en el baño de su departamento. La conmoción fue tal que su caso se convirtió en un River-Boca prosaico que nos impidió pensar, y aún hoy, casi cinco años después, sigue siendo un asunto de fe. Si odiabas a Cristina y su clan, creías que a Nisman lo habían asesinado. Si eras más cristinista que Cristina, creías que Nisman se había suicidado. En el medio, se perdió la oportunidad de ver que fue de todos modos una tragedia absoluta y que en todo caso el cadáver hallado en el piso 13 de la torre Le Park fue una alegoría brutal de lo que produce la sordidez del sistema de poder que cruza a la política, a la Justicia y a los servicios de inteligencia.
Aporta su mirada sobre nuestro flagelo: la impunidad es fruto de imponer deseo sobre realidad
El documental tiene a todas las voces. Amigos de Alberto, críticos de Alberto, conocedores de la causa AMIA, conocedores de su denuncia contra Cristina, testigos cruciales de su vida. Pero sobre todo tiene datos. Sí, datos. Una lectura puntillosa del expediente sobre su muerte y un análisis fino de sus últimos movimientos, que no aportan tal vez nada nuevo para los conocedores de la causa (que son pocos) pero que aclara y mucho, para confirmar y desmentir mitos. Por ejemplo, para terminar de decir que no quedaron rastros de pólvora en la mano del cádaver.
¿Es a favor del suicidio o del asesinato?
Es muy posible que muchos espectadores respondan lo que desean ver en el documental y no lo que les han mostrado. Ya sabemos que hay posiciones enfrentadas entre peritos. Los que se ocuparon del caso durante los primeros meses, cuando dirigía la investigación Viviana Fein, nunca dudaron del suicidio. Pero los de la familia de Nisman y los de Gendarmería, más tarde, colocaron a uno o dos asesinos dentro de la escena de muerte. Tal vez sea mejor olvidar esas discusiones sobre manchas de sangre y cerraduras cerradas por dentro, y centrarse en desmenuzar las últimas horas de Alberto, reconstruidas casi en detalle gracias a las pericias tecnológicas (su computadora, su celular), que lo muestran caminando solo y aturdido, pero con un arma que él mismo pidió en la mano, hacia la mañana oscura del 18 de enero de 2015.
Esas horas debieron haber sido tremendas para Nisman. Estaban por quitarle su trabajo como fiscal especial; el kirchnerismo prometía hacer de su visita al Congreso una carnicería; su ex mujer le reprochaba buscar fama en vez de ocuparse de sus hijas; y para colmo, su aliado de siempre no le atendía el teléfono. Hablamos, claro, de Jaime Stiuso.
El documental de Netflix tiene entre sus méritos tres entrevistas imposibles. La del experto del FBI James Nernazzani; la del ex delegado de la CIA en Buenos Aires, Ross Newland; y por supuesto, la frutilla de todo, el reportaje a Jaime Stiuso. Para los que conocimos de cerca el poder oscuro de su leyenda, resulta fascinante ver a Jaime sentarse frente a la cámara, acomodarse el corbatero del micrófono, esperar la orden del iluminador para largarse a hablar.
Porque hay que decirlo de una buena vez: Jaime es la clave de todo. Jaime investigó el atentado a la AMIA desde el mismísimo 18 de julio de 1994 y, si bien tuvo el mérito de abrirse de la bochornosa etapa en la que se intentó involucrar a un grupo de policías bonaerenses (que eran farsantes, pero no terroristas), fue el motor vital de la causa y quien llevó a Nisman a ser quien fue. El documental omite (primer fallo) la relación de prontuario que forjaron el kirchnerismo y Jaime durante diez años, pero se detiene en la crisis que se origina cuando Cristina y su canciller Héctor Timerman deciden buscar un acuerdo con Irán, el principal acusado del atentado, por afuera del esquema judicial. Ese acuerdo resulta aún hoy inexplicable. O fue un intento por encubrir a los acusados, como pensaba Nisman, o fue un favor político para el chavismo o fue una acción política de una estupidez mesiánica. Lo cierto es que no se puede explicar la muerte de Nisman sin esa ruptura en el vínculo con el oficialismo de entonces. Recuerdo aquí el desenlace: Cristina echó a Stiuso de la SIDE en diciembre de 2014, y Nisman, ante la amenaza de ser desplazado del caso, días después avanzó en la denuncia contra Cristina por encubrimiento y traición a la patria.
Stiuso es la clave de todo. Investigó el atentado desde el primer día y llevó a Nisman a ser quien fue
Hay en el relato una mirada piadosa sobre el rol de Timerman, entrevistado mientras aguarda la muerte. Tal vez sea lo más cuestionable, porque el intento de firmar el pacto con Irán, sin siquiera consultar al fiscal del caso, fue un disparate por donde se lo quiera mirar. Pero algo es cierto. La decisión de Cristina de abordar el caso AMIA prescindiendo de Nisman y de Jaime generó el escenario que lleva a la soledad del piso 13 de la torre de Puerto Madero. En esas horas, las previas, mientras marcaba con resaltadores amarillos las líneas principales de su acusación, Nisman llamó dos veces al celular de Jaime. El documental no lo dice, pero el superespía estaba en esas horas en Punta del Este con su familia, angustiado porque acababa de ser expulsado de La Casa que había gobernado desde hacía cuarenta años. ¿Por qué no atendió el llamado de su amigo Alberto en esas horas cruciales? ¿Por qué? Jaime mira a cámara y sonríe, con la misma sonrisa con la que había mentido, un rato antes, sobre la muy cuestionada pista de Ibrahim Berro, el hombre señalado como el comando suicida que voló la AMIA. Es difícil descifrar la sonrisa de Jaime. Acaso esconda demasiadas cosas. Pero él, al final, lo suelta: “Alberto era cabezón”, dice. Definitivamente Jaime Stiuso no quería acompañarlo en la denuncia final. No sabemos por qué, pero ahí están los hechos. No quiso atenderlo. Le dio la espalda. ¿Apuró eso el desenlace?
Vuelvo, ahora sí, al experto del FBI. Los argentinos buscamos lo que deseamos, tozudamente. Ponemos las hipótesis por delante de los hechos. Si no nos gusta una realidad, la inventamos. Todos los protagonistas de esta historia han cometido esa clase de pecados. Los demás deberíamos intentar algo distinto.
*Periodista. Autor de, entre otros libros, Código Stiuso y Los horribles.