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Una historia de mi abuela

Cuando todo esto termine, ¿volveremos felices a la vida de mierda que llevábamos hasta ahora?.

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Hace muchos años, mi abuela Clara me contó esta historia judía, sentados en un banco en la rambla de Coney Island: una familia –padre, madre, hijo e hija– vivían hacinados en una habitación de tres por tres. No soportaban más la situación y entonces el padre decidió ir a ver al rabino del pueblo para pedirle consejo. El rabino escuchó atentamente los pesares del padre y le dijo: “Pongan una vaca dentro de la habitación”. “¿Cómo?”, respondió el padre, “si hacemos eso vamos a estar peor, no tiene sentido”. “Ponga una vaca y venga a verme la semana que viene”. Así fue. Pasó una semana y el padre fue a ver al rabino: “Estamos peor que nunca, la vaca caga en todas partes, no podemos comer, es insoportable. Algo hay que hacer”. “Ponga otra vaca”, dijo el rabino. “¡Qué! Se volvió loco…”. “Ponga otra vaca y venga a verme la semana que viene”. Eso hizo. A los siete días fue a ver al rabino. “Esto es lo peor que nos pasó en nuestra vidas. La situación es más que penosa, humillante. No podemos más”. “Ponga otra vaca”. “No, de ninguna manera”. “Hágame caso. Ponga otra vaca y venga a verme la semana que viene”. Dudó, pero finalmente el padre obedeció. A la semana fue a ver al rabino. “En la habitación ya hay violencia declarada. Las vacas cagan en todas partes, no tenemos donde dormir, yo hace tres noches que duermo parado. Mi hija amenazó con matarse y mi mujer enfermó. Ya ni la vida tiene sentido”. “Bien”, le dijo el rabino, “saque una vaca y venga a verme la semana que viene”. Eso hizo. “Y, ¿cómo están”, preguntó el rabino. “Un poco mejor”, contestó el padre, “al menos pude dormir sentado, ya no parado. Pero todo sigue siendo bastante penoso, el hedor es insoportable y hace semanas que no hablo con mi mujer”. “Bien, saque otra vaca y venga a verme la semana que viene”. Siete días después volvió. El rabino le preguntó cómo andaban, y el padre respondió: “Ahora estamos bastante mejor. Ya dormimos acostados, puede abrazar a mi mujer, los chicos están bien, hasta comimos rico. La vaca todavía nos molesta un poco, pero aprendimos a ponerla a un costado y ya estamos de mucho mejor humor”. “Muy bien”, dijo el rabino, “saque la última vaca y venga a verme la semana que viene”. Sacaron a la vaca y el padre fue a verlo una semana después. “¿Y qué tal ahora?”, preguntó el rabino. “Maravilloso”, contestó el padre, “la pieza nos queda grande, cada uno tiene su lugar, comemos todos juntos y nos abrazamos de alegría. Nuestra vida es hermosa. ¡Gracias por sus consejos!”.

¿Será ese el efecto del coronavirus? Cuando todo esto termine, ¿volveremos felices a la vida de mierda que llevábamos hasta ahora? ¿Festejaremos los sueldos miserables, la pobreza estructural, la falta de futuro? ¿Nos deleitaremos con las publicidades obscenas de los bancos, de Mercado Libre y de otros por el estilo, que dicen estar listos para protegernos y cuidarnos? ¿Volveremos con entusiasmo a mirar y leer los mismos canales y diarios golpistas y corruptos? ¿Vivaremos los discursos fascistas de Berni y Patricia Bullrich? ¿Supondremos que Macri, que dijo que el populismo era peor que coronavirus, es en realidad un profundo pensador de nuestro tiempo? ¿Soñaremos con tener decenas y decenas de cuentas offshore, como él y sus secuaces? ¿Diremos con entusiasmo que los pobres son pobres porque no quieren trabajar? ¿Volveremos a la normalidad?.