En estos días de librerías cerradas, sin poder comprar libros (aunque igualmente no tenía plata para comprarlos, como me viene sucediendo desde diciembre de 2015), se me dio por releer dos libros, uno que había leído hace bastante tiempo, el otro en fecha más cercana: The Paranoid Style in America Politics and Other Essays, de Richard Hofstadter (Alfred Knopf, Nueva York, 1965) y Teoría del partisano. Comentario sobre la noción de lo político, de Carl Schmitt (Prometeo, Buenos Aires, 2016, traducción de Dagmar Merlino, edición original en alemán de 1963). Autor de una sólida historia de los historiadores progresistas, Hofstadter, muerto en 1970, es sobre todo autor del extraordinario Anti-Intellectualism in American Life, por el que en 1964 ganó el premio Pulitzer de no ficción. Ese libro, leído en sistema con The Paranoid Style…, funciona como un exhaustivo, erudito y demoledor análisis del imaginario cultural de la derecha norteamericana e, incluso, de cómo esos imaginarios derraman sobre el conjunto de la sociedad y de la clase política global, mucho más allá de la derecha. O dicho de otro modo: el imaginario de la derecha es también hoy el del progresismo. El antiintelectualismo y la paranoia son el pan cotidiano de la política y los medios en la actualidad. La tesis de Hofstadter reside en que buena parte de la política norteamericana se organiza a partir de poderosas ideas de complots externos, que luego ingresan en la escena de la política interior generando reacciones políticas, sociales y mediáticas de tipo paranoico. La argumentación de Hofstadter es demoledora.
El mito de la conspiración antinorteamericana es uno de los principios que generan la sensación de unidad orgánica en esa sociedad a lo largo del tiempo. Escrito –como crítica– en la estela del macartismo, sus alcances son mucho más profundos. Es evidente que vale también para Trump, quien llama al coronavirus “El virus chino”.Sucede que, según parece, estamos en guerra contra un enemigo invisible que se infiltra silenciosamente en el cuerpo social. ¿Les suena conocida esa sentencia? Solo que ahora, biopolítica mediante, se infiltra no solo en el cuerpo social sino en nuestros cuerpos reales (aunque no En la sangre, como la novela de Cambaceres, sino en los pulmones). ¿Cuál sería nuestro rol en esta guerra? ¿Ser soldados? Pues entonces, permítanme declararme desertor. Entretanto, como no ocurría desde los años de la dictadura, la delación vuelve a ser un valor positivo, el pasatiempo favorito de las clases medias urbanas. ¡Muerte al que tose. Por una patria sana, libre y soberana! Y no sé por qué –o mejor dicho, sí sé por qué– se me dio por volver a la Teoría del partisano, del que transcribo algunos fragmentos: “El partisano lucha de forma irregular (…) con la introducción del servicio militar generalizado, sin embargo, todas las guerras se convierten conceptualmente en guerras del pueblo y pronto se llega a situaciones difíciles y muchas veces incluso insolubles (…) y está también la cuestión de los uniformes –militares, médicos, etc.–. El partisano moderno no espera ni derecho ni merced de su enemigo. Ha dado la espalda a la enemistad convencional de la guerra domesticada y regulada, y se desplazó hacia una enemistad diferente y auténtica, que por terror y contraterror se potencia hasta la destrucción”.