Con las elecciones presidenciales alejándose a velocidad en el espejo retrovisor, se empiezan a observar las cuestiones que predominarán en la agenda del próximo gobierno.
Prioridades. Las cuestiones económicas ocupan un lugar relevante tras el experimento que realizara el macrismo sobre el país en estos cuatro años. Desarmar el entramado de endeudamiento quizás consuma el mandato de Alberto Fernández y de quien lo suceda, pero bajar la inflación y recuperar el poder adquisitivo diezmado de los trabajadores y jubilados parecen ser una intensa demanda que crecerá con el transcurrir de los meses. Sin embargo, la cuestión del “hambre” asciende en el discurso político y mediático. El problema es real, pero también trepa en el indignómetro fácil de algunos comunicadores que lanzan la remanida pregunta de “cómo puede ser que un país que produzca alimentos para 400 millones de personas no puede alimentar a su población”. La respuesta es sencilla: esos alimentos que se producen en el país no son bienes públicos. El conflicto de 2008 entre el naciente primer gobierno de Cristina Kirchner y los sectores agropecuarios por las retenciones son un testigo histórico de los conflictos que generó aquella decisión del Ejecutivo, y que reconfiguraría el escenario político en forma profunda. Parte del nacimiento del macrismo se sustentó en la alianza con los sectores triunfadores en aquella trifulca, hasta el punto que la Sociedad Rural pudo colocar al ministro del área. Luego el jefe de Gabinete de Cristina que renuncia tras la derrota en el Senado es hoy es el presidente electo y Martín Lousteau, quien creó la política de retenciones malograda es senador por Juntos por el Cambio en la Ciudad de Buenos Aires, y promesa presidencial futura.
Este simple ejemplo de una década atrás aproxima las dificultades que tendrá el nuevo gobierno para plantear una política que marque un rumbo diferente. El macrismo, a pesar de todo, es una fuerza política potente y será un opositor feroz porque su base social (re)nació a la vida pública con una identidad fuertemente antikirchnerista, con la novedad que esa base ahora está movilizada en las calles. Ya no solo el peronismo y la izquierda dominan el terreno público. También existe aquí una conexión entre las marchas de Blumberg de 2004, los cortes de rutas de los sectores rurales en 2008, las marchas tras el cepo cambiario en 2012 y 2013, y las plazas de Macri tras los pobres resultados de las elecciones primarias.
Más allá del horizonte. Como mostró el mapa electoral, la Argentina es una sociedad fuertemente fragmentada, más allá de la grieta mediática. La sorpresa residió más en los lugares donde hubo votaciones reñidas que en los sitios donde la diferencia fue certera, como en la Ciudad de Buenos Aires donde el 55% de Rodríguez Larreta ya es la imagen especular del Chaco históricamente peronista y donde el Frente de Todos sacó también el 55%.
Unir los fragmentos de la sociedad no parece ser una preocupación particular del establishment local, más allá de las expresiones retóricas y de los eventos caritativos que se multiplican. Como quedó claro en las monocordes conferencias de IDEA cualquier iniciativa de diálogo social será bajo ciertas condiciones, fortalecidas por la performance electoral de Juntos por el Cambio, y por las características intrínsecas de la convergencia de Frente de Todos. Las dificultades del contexto económico son agudizadas por el laberinto que deja Macri, donde cualquier intervención en alguna variable, como dar aumento de salarios, puede producir un descalabro en otras, como el nivel de empleo o el ya pobre nivel de inversión productiva. Pero son muchas las demandas, expectativas y necesidades de la mayoría de la sociedad sobre el nuevo gobierno, incluidos los sectores de las clases medias que no votaron a Fernández.
El Brian político. Frente a estos desafíos, el nuevo presidente debe construir una nueva narrativa que incorpore a los diversos espacios al menos en forma simbólica. La foto de Brian con el presidente electo con la gorrita dada vuelta, corre en este sentido. Quedan pocos espacios de interacción entre los fragmentos de la sociedad, por ejemplo, las autoridades de mesa electorales solo llaman la atención cuando alguien como Cristiano Rattazzi es fiscal. Sin embargo, en esta oportunidad un sujeto de las clases subalternas ocupando el efímero lugar de presidente de mesa causó el rechazo de quienes lo sindicaron en las redes como un “peligro social” por su vestimenta (¿y color de piel?) y pudo ser reivindicado más tarde por quien en estos momentos representa la cúpula del poder político. Pero claro, el caso de Brian rápidamente fue contrapuesto al de Chocobar, el policía que disparó sobre unos ladrones en el barrio de La Boca y fuera recibido por Macri y Patricia Bullrich.
En este sentido, también llamaron la atención la vinculación entre el personaje de historieta Bugs Bunny y el control social que comentó Fernández en el marco de una charla con el ex presidente de Uruguay “Pepe” Mujica. “Los medios de comunicación y los dibujos animados son formas de control social” fueron sus palabras. Sin embargo, la idea de control social no siempre fue negativa. Los autores pragmatistas pertenecientes a la Escuela de Chicago en las primeras décadas del siglo XX consideraban el control social como una fuerza de integración en un país como los Estados Unidos en crisis por las oleadas de inmigración, la industrialización masiva, y los problemas sociales retratados magistralmente por Martin Scorsese en Pandillas de Nueva York. El sociólogo Eduard Ross (quien populariza el término “control social”) sostenía que el orden social en las sociedades avanzadas solo era posible mediante la solidaridad y la cohesión que se obtienen a través del control. Robert Park, otro gran autor de la Escuela de Chicago, observaría que los grandes periódicos (de surgimiento reciente), se impondrían como el gran medio de comunicación de la ciudad, y la opinión pública se apoyaría en la información suministrada por la prensa. Claro que luego de Michel Foucault y Gilles Deleuze las miradas de los pragmatistas norteamericanos se tornarían conservadoras, pero el desafío de la integración social se volvió más actual que nunca.
*Sociólogo (@cfdeangelis)