Hace siete años escribí en esta columna sobre Alexander Grothendieck, quien acaba de morir a los 86 años. Insisto ahora. Hijo de un judío ruso que participó en todas las revoluciones y murió en Auschwitz, Grothendieck nació en Berlín y vivía aislado en el bosque como el Unabomber. Fue el matemático más interesante del siglo XX, acaso el único al que le cabe la palabra “genial”. Su método fue el de crear conceptos cada vez más abstractos orientados por una visión: por un lado, unificar el análisis, el álgebra y la geometría (es decir, el estudio de la medida, de la cantidad y de la forma), y por el otro, disolver los problemas más difíciles mediante una comprensión más amplia de su naturaleza. La unificación de los campos remite a Einstein, la simplificación hace pensar en Wittgenstein y en Russell. En los años 60, y bajo la inspiración de sus ideas, un grupo de colegas y discípulos brillantes como Jean-Pierre Serre, Pierre Deligne o Jean Dieudonné transformaron radicalmente la matemática. La influencia de Grothendieck sigue siendo enorme y alcanza hasta la física y la lógica, disciplinas por las que no tenía el menor interés.
Pero su desmesurado proyecto personal y colectivo quedó inconcluso. En algún momento, Grothendieck empezó a desaparecer. Harto de trabajar sin descanso, ahogado por el cerrado ambiente de los matemáticos, influido por los acontecimientos del ’68, preocupado por el medio ambiente, enojado porque su instituto de investigación aceptaba fondos militares, en 1970 abandonó el IHES, desde donde conducía su famoso seminario. Luego se refugió en Montpellier, una universidad de segunda línea, y más tarde empezó a cortar los contactos con la civilización. Durante un tiempo mantuvo correspondencia con colegas y discípulos, pero en un momento se ocultó en los Pirineos, quemó 25 mil páginas de manuscritos y prohibió a su estrecho círculo de allegados que publicaran o difundieran sus obras. Para entonces, estaba convencido de la acción del diablo sobre el mundo.
En los 80, sin embargo, algunos manuscritos de Grothendieck circularon casi clandestinamente. Dos obras matemáticas, A la poursuite des champs y Les Dérivateurs, tuvieron un importante desarrollo entre los matemáticos rusos. La clave de los sueños recoge sus meditaciones religiosas, influidas tanto por el budismo como por el educador católico heterodoxo Michel Légaut (1900-1990). Récoltes et semailles, pensado como una introducción a un texto matemático, se extendió a más de mil páginas. Durante la redacción del libro, Grothendieck se convenció de
que sus colegas lo habían traicionado como a Cristo, le habían negado el reconocimiento por su trabajo y habían decidido enterrarlo simbólicamente. Autobiografía y crónica de esos acontecimientos, Récoltes et semailles es un texto fascinante, una versión paranoica de las Confesiones de Rousseau. Más allá de la veracidad de las acusaciones, Grothendieck contribuye allí a una futura sociología de la matemática. Contra las prácticas vigentes, sostiene el proceso de descubrimiento sobre el resultado, la comprensión sobre la publicación, el largo aliento sobre la resolución de problemas, y cuestiona el lugar del “patrón” que él ocupó en la misma época que Lacan. Otra prueba de que la locura y la lucidez no son incompatibles.