COLUMNISTAS
FILOSOFIA Y MATES DE COCA

Visita a La Paz

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Me han invitado a dar unas conferencias sobre filosofía y arte en La Paz, Bolivia. Estoy a 3.649 metros de altura con mi pastilla de sorochi y un par de mates de coca. Mis anfitriones son el Instituto Goethe y el filósofo y gestor cultural Jorge Luna, con los auspicios de la Universidad Nacional San Andrés. En un par de horas debo ir a un almuerzo en donde conoceré a los dueños de casa, y tendré la tarea, imagino, de presentar a mi país. Soy un pésimo contertulio para las conversaciones culturales, y prefiero la política –otro tema delicado– ya que me enfurece introducirme en esos ítems en los que hay que hablar de ballet, filosofía y marionetas.

Hay algo en los protocolos que me da claustrofobia. Y como en los eventos culturales el noventa por ciento es bombonería de fundación o política de pizzería, me arrebatan una especie de alucinaciones que me hacen perder la medida de la realidad. Miro el reloj todo el tiempo y la puerta de salida.

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Comeré poco, porque es el mediodía y trato de seguir ligero. Aquí se respira cortito. Es mi primer día y me doy cuenta que parado y sin moverme tengo la misma pulsación que luego de una corrida de cien metros en la pampa… húmeda, muy húmeda. El hecho de haber pasado de setenta grados de humedad a veinte nos seca por dentro, todo lo nasal y bucal se agrieta.

Por lo demás, la felicidad es completa. Estoy frente a un cerro cubierto de ladrillos de distinto nivel, en el que no veo calle alguna, ni sendero, ni transportes, tal es la densidad del conglomerado habitacional. De acuerdo con lo que se presenta, está mejor armado y más sólido que las barriadas de otros lugares de América latina. Es como un suburbio en altos. No puedo decir mucho ya que llegué anoche, domingo 1º de agosto, y hoy lunes ya tengo en mi acerbo unas cuantas horas de televisión boliviana.

Mi primera impresión es la de un caos permanente con sus idas y vueltas. Potosí está alzada y las rutas bloqueadas. Los puestistas de Oruro avanzan sobre la ciudad al grito de “Evo ladrón” porque les quieren cobrar impuestos y reglamentarlos por una nueva ley de aduanas. Se dice que no se puede luchar contra la corrupción en la policía porque se quedarían sin policía.

La tele nos brinda lo que se llama sincretismo. La pantalla presenta la cultura indígena en los bailes y en este mes de la Pachamama. Hay talk shows en donde las parejas se agarran a las trompadas, publicidades de choco-like y un empate entre Bolívar y los Tigres. Por lo general, en los magazines y en el noticioso, los conductores pertenecen a la raza blanca que conforma el 15% de la población. Los quechuas son 30%, mestizos 30%, aymarás 25% –agradezco los datos suministrados por la página de información general sobre Bolivia que me entregaron los responsables culturales del Goethe–, con lo que la distribución étnica es más o menos pareja, y una mezcla de modernidad y arcaísmo previsible.

Supongo entonces que deberé presentar a mi país en el almuerzo. No sé qué me dirán los directores del Goethe sobre Evo y la Bolivia de hoy; por si acaso, si veo que no vale la pena abundar con mis preguntas, hablaremos un poco sobre la Argentina.

Digamos que me preguntan: ¿cómo está la Argentina?; responderé: creciendo al ritmo de las exportaciones de materia prima, en especial la soja. Una expansión del mercado interno con una alta tasa de inflación entre el 20 y el 25%. Estímulo al mercado interno y aumento del gasto social. Una desocupación en el orden del 10%, que es la mitad de la que heredó este gobierno. No hablaré de mercado precario, porque es un almuerzo, y desde Kant se sabe que las tertulias con comida no deben ser indigestas, por eso prefiero comer solo, como los perros. De Clarín y el precio de las garrafas de gas no diré ni mu.

¿Qué más puedo decir? ¿Me preguntarán por Maradona?

Los chinos invirtieron en Bolivia cien millones de dólares en unas minas de oro, pero no sé si es una noticia actual ya que esta información la tengo de unas revistas del avión, las líneas aéreas bolivianas, que según el asiento, pasé por más de uno en busca de comodidad, databan de 2008. Fue extraña la escala en Cochabamba. Por esa especie de inquietud paranoica que tengo por estructura genética, le pregunté a la azafata si Cochabamba estaba a una altura semejante a La Paz. Debía bajar, ir a migraciones, sellar los papelitos, y embocar por otra puerta para volver al avión, todo en veinte minutos y sin buses. Quería saber a qué altura estábamos porque si salía corriendo, como siempre hago, y me quedo sin aire, asfixiado en la pista, desvanecido bajo las turbinas del… bueno, no soy tan dramático; cuando me vienen pensamientos así, recito mi mantra unas diez veces, y me calmo.

Pero fue muy curioso ir de un lado para otro por la pista del aeropuerto sin orientación ni guías, entrar por una puerta y equivocarse en la otra, preguntarle a uno miembro de la policía militar de un metro cincuenta y tres centímetros en dónde quedaba migraciones y ser parte de una interminable cola contenida por un señor gordo a los gritos.

En una sociedad con gente de baja estatura, estimo que la gordura compensa la falta de autoridad que debe transmitir un uniformado. Finalmente llegamos al avión preguntando igual que en una parada de colectivos, en medio de la pista, cuál de los planeadores iba a La Paz.

Llegamos en perfecto estado y puntualidad. A la noche comí más de lo que debía. Amigos que habían estado me recomendaron llegar livianito y no como ellos que entraron a la Paz como el mariscal Sucre, y se comieron y tomaron todo. Dos días de vómito. Yo nada, sólo coca-cola, ingesto de doble uso ya que compensa la falta de alcohol y proteínas.

Decía que en la cena, una truchilla del lago Titicaca con verduras y ensalada, me la tragué como una foca. A la noche no dormí casi nada, me palpitaban la cabeza y los ojos, y daba vueltas en la cama sin dormirme. Ni con el sorochi –aclaro que es la pastilla para el apunamiento– me relajaba.

Hoy martes he vuelto del almuerzo. La anfitriona y directora del Goethe es alemana, hablamos sólo de Alemania. No tocamos en el parco almuerzo tema alguno relativo a Bolivia o Argentina.

Ahora termino la nota este miércoles tras haber caminado como una tortuga por un par de ferias y asistido a dos noches de estas jornadas dedicadas a la filosofía, al arte, y al pensamiento de Gilles Deleuze. He tenido la suerte de escuchar a un hombre lúcido, franco, singular, el cineasta boliviano Marcos Loayza. Valió la pena cruzar el Altiplano, tener menos oxígeno y no tomar ni café ni bebidas alcohólicas, para encontrase con un espíritu libre que ahora, además, es el director de la Cinemateca de Bolivia. Hoy a la tarde me pasará unos DVD con sus películas. Ayer escuchaba por la televisión a Evo Morales en San Juan y veía que el cartel decía “Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia”. Me quedan dos días todavía para tratar de comprender si esta pluralidad es agrietada, conflictiva, con permanentes amenazas de escisión, o una posibilidad de crear un Estado vigoroso para una gran nación.


*Filósofo www.tomasabraham.com.ar