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Vivo o muerto

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Es el tema de actualidad: la vida y la muerte. La pandemia lo ha instalado, y un espectro de opiniones diversas se fue abriendo de ahí en más. Tenemos la nuda vida de Agamben, tenemos las vidas precarias de Butler, tenemos el ser para la muerte de Heidegger. Tenemos a los defensores de la vida como valor fundante y primordial, tenemos a los que se preguntan cuál es la vida que merece ser vivida, tenemos a los darwinistas dispuestos a que los más débiles perezcan y el comercio se reactive con los más fuertes, con los más aptos. Está también el retoño más pequeño de la cría de Bolsonaro, el bueno de Renan, que suprimió la opción de la vida y eligió entre dos tipos de muerte: muerte cogiendo y muerte tosiendo (la fusión entre erotismo y muerte nos remite a Georges Bataille; la elección entre la muerte valiosa o la muerte mediocre nos remite al Juan Dahlman de Borges, personaje de ficción, no como Renan). Y están también los convencidos de que la muerte en este asunto no cuenta, que hay que dejarse de joder y listo, que no es para tanto, que se exagera, que manipulan.

Mientras vida y muerte se debaten así en el mundo entero, algo enigmático pasó con Kim Jong-un. ¿Qué pasó? Que se lo dejó de ver por los sitios que frecuentaba (¿Y qué sitios frecuentaba? Lanzamientos de misiles testeados por binoculares, homenajes a viva voz de mujeres devotamente llorosas, inauguraciones de pompa y circunstancia, etc.). Se lo dejó de ver y, en consecuencia, corrieron prontamente los rumores. ¿Había muerto? ¿Acaso había muerto? Porque la muerte, en casos así, suele transcurrir en un diferimiento tenebroso: un día, la ausencia; después, una espera; por fin, los funerales y el sucesor. Y aquí, hasta se llegó a confirmar su deceso. Y hasta se vio, convenientemente rígida, adecuadamente severa, a su eventual continuadora en el poder: a los efectos, su hermana, lista para el traspaso (traspaso es un decir) del mando.

En esas conjeturas andaba el mundo, cuando un día, así sin más, Kim Jong-un reapareció. Expansivo, como siempre; su pelo de corte osado, inconfundible; su risa de plenitud infinita (en una historia contemporánea de las iconografías del poder, en la risa colosal de Kim habrá sin dudas que detenerse). Volvió Kim, pero ¿de dónde? ¿De la muerte? ¿Fue la suya una jugada maestra la de dejarse dar así por muerto, para volver de repente, y tan campante, a la vida? Ya lo daban por finado, y de pronto estaba de nuevo ahí: cortando cintas, como si tal cosa.

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La idea que yo tengo del comunismo no corresponde prácticamente en nada a lo que existe en Corea del Norte. Doy en preguntarme, no obstante, si acaso la humorada de Kim no estará diciendo algo sobre el comunismo. ¿Dado por muerto, y sin embargo vivo? La respuesta no la tengo. Si pudiera, le consultaría a Zizek.