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avatares

Zapatos rotos

El arte no solo transforma a quien ejecuta una obra. También lo hace con quien la observa. Mario Levrero explicaba el gusto por un libro a partir del deseo de escribir que este producía en el lector. Siempre estaría haciéndose una futura obra en aquel que mira, lee o escucha de forma creativa. La identificación se produce a partir de esa experiencia que nos hace saber que algo así está dentro de nuestro universo de posibilidades.

Ese germen de la recepción –que algunos teóricos del marketing llaman co-creación o que Beatriz Sarlo y Aníbal Ford junto a Barbero nombraban como “recepción activa”– se despierta apenas uno pisa la casa museo de Ana Lucía Maldonado, en el barrio de San Cristóbal. Alcanza con asomarse al zaguán para saber que uno está en un lugar que no va a olvidar fácilmente: relieves que asoman desde los cuadros, cientos de esculturas de todas formas y tamaños sobre tarimas, mesas y estantes, y otras pequeñas miniaturas dentro de sus cajas de acrílico, como se estila exponer en los museos. Todo conforma un ecosistema de lógicas y significaciones propias, en convivencia armónica con la cocina, la cama, el living, las plantas o el aire y la luz. No hay espacio en la casa que no haya sido tomado por la obra. Piezas expuestas con deliberación, y otras prolijamente guardadas, de espaldas al espectador; todas esperando una mirada y sus posibles asociaciones. Los colores se engaman y las paredes no alcanzan a contenerlo todo. En lugar de ello, se expresan.

La obra de Ana Lucía Maldonado deja ver la historia de esa niña que fue. También la de aquella adolescente que, tras la muerte de su madre, huye del campo en Santa Fe para hacerse grande en la Ciudad de Buenos Aires. Una niña en sus pequeños zapatitos rotos de tanto uso. La misma que, con los años, reescribe el mito adánico luego de leer a Rita Segato, revisita el arte precolombino, o sale junto a otras mujeres a conquistar derechos en la esfera pública. Una mujer que se reconoce en el dolor de todas aquellas que fueron parte de tribus o pueblos originarios.

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En su libro Hija natural (Ediciones Wolkowicz, 2022), la artista narra los avatares de una historia cruda y llena de dificultades, que no tarda en encontrar su destino artístico. Hija de un padre al que no conoció hasta muy entrada en la adultez, y luego de un arduo camino de búsqueda insistente, fue la menor de otros siete hermanos. Supo limpiar casas, trabajar la tierra, escapar al abuso intrafamiliar, militar por los derechos humanos, producir obra y formar una familia. Contemporánea de Juan Carlos Romero, Yuyo Noé, León Ferrari y Diana Dowek, entre otros, nunca renegó de su identidad. “Yo hacía cosas en barro cuando jugaba de chica con la tierra y no sabía nada del futuro que me esperaba”. Tras una herida en la mano que la tuvo un tiempo sin poder pintar, y por consejo de un médico, Ana Lucía cambia la pelotita de goma de la rehabilitación por la arcilla y la cerámica. Así su obra deja el plano bidimensional del cuadro y se vuelve corpórea y más vital. Ese encuentro con la materia la lleva a reinventarse. A partir de entonces, comienza a experimentar con nuevos elementos como la tierra, el carbón y el metal. Con la reclusión de la pandemia, Ana Lucía desarrolla la obra Cicatrizando heridas, y también la que bautiza Roja es tu sangre mulata. Ambas tematizan la igualdad desde el color. Los nombres de sus distintas obras hablan solos: Hija de la tierra soy, Insurgente, Resiste tu visible rebeldía, Busco respuesta a tu pena, No mires para otro lado...

Ana Lucía Maldonado es egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, fue discípula de Rivero Rodrigo y Diana Dowek. De espíritu curioso y mirada lateral, llegó a incursionar en casi todas las artes así como integrar diferentes grupos de artistas performáticos que dejaron su huella en las calles de la Ciudad con distintos reclamos por los derechos humanos y la dignidad de las personas. Además de exponer sola y como parte de distintos colectivos de artistas, hoy sus obras formaron parte de instituciones públicas y colecciones privadas en el país y en el extranjero, donde aún pueden encontrarse y disfrutarse. Su libro Hija natural se presentó con todos los honores en el Museo Nacional de Bellas Artes en la Ciudad de Buenos Aires y, agotado hoy, espera sus reediciones y nuevas tiradas.