Nada está donde se cree. Excepto la muestra de Graciela Sacco que lleva ese nombre por título y está en el Hotel de Inmigrantes. El edificio en que hoy funciona Muntref-CAC (Centro de Arte Contemporáneo) resulta ideal para la retrospectiva de esta artista rosarina. No tanto por la dimensión que sus obras necesitan, sino porque se trata del espacio de lo que fuera el lugar de llegada de tantos inmigrantes a comienzos del siglo XX. La conexión entre las instalaciones, videos e interferencia y el hábitat que daba alojamiento por cinco días, instruía en historia, geografía y leyes y alimentaba a miles de recién llegados es mucho más profunda.
Más allá de las especificidades de cada una de las piezas, el pensamiento artístico de Sacco tiene un común denominador, y es deleuziano. No sólo la forma de captura que ella hace de la triangulación territorialización, desterritorialización y reterritorialización, ese trabalenguas aliterado en el que las partes deben ser tomadas como procesos concomitantes para abordar las prácticas humanas, sino también una interpretación a partir de teoría de las multiplicidades que lleva a salir de una dialéctica y postular lo discontinuo, la diferencia, la diseminación. Por lo tanto, ese hotel es lugar de tránsito pero, paradójicamente, modelo de fijación de un código y un territorio.
Puesta en funcionamiento del aparato del Estado que atraviesa a la sociedad y al individuo, tal como indican Deleuze y Guattari, con “dos segmentariedades al mismo tiempo: una molar y otra molecular. Siempre una presupone a la otra. En resumen, todo es político, además toda política es, al mismo tiempo, macropolítica y micropolítica”.
A la primera línea, la molar y rígida, la que indica segmentos definidos como profesión, trabajo, escuela, se le sobreimprimen los segmentos molares que son flujos e intensidades y no coinciden con nada de lo anterior. Tanto en el lugar de registro de los inmigrantes como en las obras de Sacco podemos encontrar esas máquinas en funcionamiento unísono. En Migrantes, las pisadas que se proyectan ubican un adentro y un afuera que no pertenece al binarismo simple. Por el contrario, esas imágenes como sinécdoque opaca de la parte por el todo, el pie del sujeto en tránsito visto desde abajo y cómo sus pisadas le devuelven, a la serie de la historia y del sujeto, un nuevo mapa. Porque lo que Sacco libera es la manera de dibujar una geografía que se corresponda con un tiempo histórico: proyecta distintas manifestaciones en tablas transparentes, las imprime en madera, las corta, construye objetos y laberintos, filma bocas, evalúa la resistencia de los materiales, mide el horizonte, lo otea. Con todo eso no forma un todo. No pretende la restitución de una unidad perdida. O lo que es peor, añorada. Su forma particular de hacer mapas es oximorónica, paradójica. Lejos de fijar un territorio y marcar sus confines, traza líneas de fuga. En ese ejercicio es indispensable que la artista se apropie para desterritorializar ese sentido del pasado y también que el espectador intervenga y soporte, en su propio cuerpo, el peso de la obra. No hace falta que lo sujete ni que se sienta sujetado. Más bien es necesario que lo experimente, lo capture, lo conquiste y lo haga variar.
La muestra de Sacco funciona como el rizoma que los mismos autores franceses opusieron a la jerarquía de un sistema arbóreo, con raíz y ramas. Es: “Contrariamente al grafismo, al dibujo o a la fotografía, contrariamente a los calcos, el rizoma está relacionado con un mapa que debe de ser producido, construido, siempre desmontable, conectable, alterable, modificable, con múltiples entradas y salidas, con sus líneas de
fuga”.