La tradición anarquista es vasta, nutrida, compleja y sabia, así como exigua en el número de adscriptos a la causa. Es la historia de una pulsión, de un sentimiento y una razón (que no se combaten), a fin de cuentas, un temperamento que no quiere ni amo ni dios: un conflicto con la autoridad está en su gestación. Un linaje que desconoce del maestro, del vigía, de aquel que se apropia del lugar de decisión. Es, también, la historia de almas bellas que trasuntan cierta cuestión salvífica y hasta santa. Nada más lejos del anarquista que el cliché del violento “pone bombas”. Si bien existe esa ala dura y crítica acérrima, es una violencia transfigurada en vitalidad, pero allí está, encallada en sus ladridos de perro. Sin embargo, es a la inversa, es el ladrido bello y doloroso del puro, el amoroso, el libidinal, el que decide sobre su vida y su cuerpo. El anarquista es el que celebra la existencia, por ello no hace del racionalismo un culto inoxidable y normativo (aunque veamos sí un elogio de la razón, incluso de cierto rigor científico en muchos de sus postulados del siglo XIX); hay en ese enclave, en todo caso, una relación dialógica donde el cuerpo, el placer, la amistad y la emoción tienen un territorio propicio y cultivado, una zona que aspira a la bondad de la cercanía y no a la mácula de la abstracción de la norma que restringe el deseo. Es la zona agreste y furtiva, también tormentosa, allí donde el cuidado de sí, el naturismo, el vegetarianismo, el hedonismo, el nudismo, el amor libre y el ejercicio físico son elementos constantes y necesarios para empoderar la disciplina personal que nos libra de la dependencia burguesa y la doble moral hipócrita; pero, a la vez, nos abre al goce del momento, a la deliberación por cuenta propia, a través de la autogestión, el grupo de afinidad, el amor de camaradería y el mutualismo.
Lao Tsé, Epicuro y Zenón, el estoico, pueden ser pensados como el germen del pensamiento anarquista en la Antigüedad. Los filósofos cínicos, como Diógenes de Sínope, Hiparquia o Crates, también. Pero es más tarde, en el siglo XVI, con la figura referencial de Etienne de la Boétie, amigo de Michel de Montaigne, a través de ese opus de juventud titulado Discurso sobre la servidumbre voluntaria, que se hace carne una pregunta impropia y hasta difícil de formular: ¿por qué obedecemos? ¿Por qué somos siervos voluntarios? Respuesta de compleja expresión, en la Ilustración la figura de William Godwin será capital para comprender esta filiación que se expandirá por izquierda y por derecha. Por izquierda (críticos de la propiedad privada) serán los Proudhon, Fourier, Owen, Bakunin, Malatesta. Emma Goldman y Kropotkin quienes mejor encarnen la tradición del anarcocomunismo o anarcosindicalismo. Por derecha, será la tradición del anarcoindividualismo (no críticos de la propiedad privada) en la que surgirán nombres como Stirner, Nietzsche, Thoreau, Tucker, Emile Armand y el propio Lysander Spooner, al que haremos referencia. Estas dos grandes líneas del anarquismo (la comunista y la individualista) serán ricas, especialmente el tronco del anarquismo individualista que oficiará de viga maestra, a su vez, con ramificaciones no menos potentes, como el anarcocapitalismo (Rothbard, Friedman, Konkin o Karl Hess) y el anarquismo feminista (Voltairine de Cleyre y Wendy McEllroy, entre otras).
Posteriormente, a mediados del siglo XX, a caballo de la contracultura, los beatniks, el hippismo, mayo del ’68, el rock y la estetización de la forma de vida, aparecerán esquirlas libertarias, a raíz de la fibra anarquizante de la denominada “nueva izquierda” de Foucault, Deleuze, Guattari, Schérer, Vaneigem (leyendo a Nietzsche desde la igualdad). A comienzos del siglo XXI, la presencia de Michel Onfray da cuenta de una lógica, una actitud y un modo de acción libertaria en el presente, con la forma de microrresistencias a la derecha y la izquierda simultáneas; algo que algunos darán en llamar posanarquismo, o también neolibertarismo, ya que el Estado no será el mal absoluto y el voto se podrá ejercer con búsquedas coyunturales y pragmáticas.
El tronco del anarquismo individualista, como dijimos, es fuerte. Crítico de la servidumbre voluntaria, también puede verse como un núcleo o germen que impactó colateralmente en el liberalismo. Anarquismo y liberalismo se tocan en el anarquismo individualista. Al no poner en cuestión la propiedad privada, es el comienzo o, en todo caso, nos permite ver las incrustaciones libertarias en lo liberal. Una figura heterodoxa y singular como el economista Murray N. Rothbard plantea su libertarianismo (anarcocapitalismo) contra cuatro focos: el imperio, el impuesto, el monopolio y el militarismo. El credo del libertarianismo, apoyado en el principio de no agresión, será central en las libertades civiles y, sobre todo, en los llamados “crímenes sin víctimas”, es decir, la propiedad sobre el cuerpo de uno mismo: pornografía, perversiones, prostitución, drogas, etc. Es el derecho absoluto sobre el cuerpo propio, sobre los recursos naturales y la posibilidad del intercambio libre de bienes y servicios. En definitiva, libertad personal y de empresa. En ese sentido, es que vuelve a surgir en el horizonte una figura como la de Lysander Spooner; pensador que resulta capital para comprender cómo el anarquismo individualista permitió el enriquecimiento conceptual del liberalismo desde estas gemas anarquistas, y arribar a expresiones como el liberalismo libertario.
Lysander Spooner (1808-1887) fue un abogado, teórico legal, abolicionista, anarcoindividualista, empresario, y uno de los filósofos políticos estadounidenses más olvidados de la historia. Su historia es digna de una novela: ejerció el derecho sin contar con un permiso estatal, al considerarlo, por su propia cuenta, una traba libre al contrato entre personas. En 1840 desafió al gobierno de los Estados Unidos abriendo su propia empresa de correo para competir contra el monopolio estatal, la cual fue expulsada del mercado por leyes proteccionistas. En 1845 publicó un ensayo condenando la esclavitud y, posteriormente, otro texto defendiendo el derecho de los esclavos a la fuga. En 1867 se editó parcialmente Sin traición, que hoy es posible leer en español gracias a la editorial libertaria Innisfree. Sin traición fue un texto proyectado por Spooner articulado en seis ensayos, de los cuales sólo vieron la luz el número uno y el seis. La obra de Spooner tiene impacto por un hecho altamente significativo: demostrar que no hay traición alguna al actuar contra una entidad –el gobierno, el Estado– a la que no se le debe lealtad. La crítica de Spooner apunta a algo mayor: la denuncia de la Constitución misma de los Estados Unidos, descalificando su posibilidad de obligar a las personas sin su consentimiento. El pensador anarquista creía que un gobierno sólo podría ser legítimo si se basaba en la voluntad total de los individuos que celebran un contrato entre ellos. La crítica, en el fondo, iba hacia el esquema contractualista del Estado, algo que toda la tradición anarquista vociferó como mentira: la representatividad política como falacia.
Spooner es un pensador que emula a Nietzsche en su uso del martillo filosófico, célebre es su comparación del gobierno con un bandolero: “La realidad es que el gobierno, como un bandolero, le dice a un hombre: tu dinero o tu vida. Y muchos, si no la mayoría de los impuestos, son pagados bajo la compulsión de amenaza. El bandolero toma únicamente sobre sí la responsabilidad, el peligro y el crimen de su propio actuar”. Las lecturas de Spooner comenzaron a influir con mayor claridad en la década del 60, y en estos años se reivindica su figura afiliándolo al anarquismo de libre mercado, aunque nunca se expresó explícitamente en este sentido. Lo que sí resulta a todas luces evidente es la demoledora crítica al Leviatán de Thomas Hobbes desde un voluntarismo extremo. En ese sentido, la visión spooneriana quizá peque de cierta ingenuidad o radicalismo inviable en el presente, pero aporta argumentos más que sostenibles en relación con la actitud micropolítica del anarquismo individualista, que parece renovarse.
Repasar algunas citas de Spooner es una magnífica forma de dar cuenta de las raíces de la tradición del anarquismo individualista de las que hablamos, por ejemplo: “La cuestión de la traición es distinta de la esclavitud; y es la misma que hubiera sido, si Estados libres, en lugar de Estados esclavos, se hubieran separado”; más adelante: “¿Qué implica, entonces, que un gobierno se base en el consentimiento? Si se dice que el consentimiento de la parte más fuerte es una nación, es todo lo que se necesita para justificar el establecimiento de un gobierno que ha de tener autoridad sobre la parte más débil, se puede responder que los gobiernos más despóticos se han basado en ese mismo principio, a saber: el consentimiento de la parte más fuerte”. El rasgo del individualismo filosofal de Spooner se advierte en este fragmento: “Fue, entonces, como individuos, y sólo como individuos, cada uno actuando por sí mismo solamente, que declararon su consentimiento –es decir, su consentimiento individual, ya que cada uno podría consentir solamente por sí mismo”. Y más adelante: “La palabra lealtad deriva de las palabras latinas ad y ligo, que significa ligar a. Así, un hombre bajo lealtad a un gobierno es un hombre ligado a él; u obligado a darle apoyo y fidelidad. Y los gobiernos, fundados de otra manera que no sea el consentimiento, sostienen que toda persona nacida en sus territorios les debe lealtad; es decir, está obligada a darles apoyo, fidelidad y obediencia; y es traidora si los resiste. La Constitución ciertamente supone que el crimen de traición puede ser cometido solamente por el hombre, como individuo”.
El radicalismo del filósofo estadounidense suele darse cita en su visión del Estado como ladrón, así lo postula: “El bandolero toma únicamente sobre sí la responsabilidad, el peligro y el crimen de su propio actuar. El no pretende tener ningún derecho legítimo sobre tu dinero, no finge tener la intención de usarlo para el beneficio de su víctima”. En algún aspecto, la aspiración ácrata de filósofos como Spooner, hoy rescatados, revela la tentativa o la vuelta de ciertos discursos libertarios otrora olvidados. No es un signo menor sino, por el contrario, abre la esperanza de que relecturas permitan expandir esos caminos hacia esferas de mayor eficacia. Cuando el mundo parece cuestionar la propia estructura de los gobiernos representativos y republicanos, no es casual que la tradición libertaria, y en especial del anarcoindividualismo, tome vigor nuevamente. El orden voluntario que propugna Lysander Spooner seguramente sea imposible en un plano macro; efectivamente, como todo anarquista sabe que se trata de una batalla ética, cultural y pedagógica, antes que política, y la historia demuestra las minorías santas y benévolas. Por ello mismo nos otorga herramientas contra la dominación, al decir de Michel Foucault. Pinzas que entrelazan dimensiones aún a ser revisitadas con alegría.