CULTURA
Colección Fortabat

Ángel de la guarda, dulce compañía

"Quiero ser luz y quedarme", la muestra de Santiago García Sáenz, tiene algo sagrado, mucho sufrimiento y gran devoción. No sólo por las imágenes que están en sus obras sino además por la manera que está contada su biografía artística: una suerte de via crucis pictórico del artista que nació en 1955 y murió de VIH/Sida en 2006.

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Un puñado de obras que nutren una exhibición emotiva, precisa, conmovedora. | Gentileza Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat

Quiero ser luz y quedarme, la muestra de Santiago García Sáenz, tiene algo sagrado, mucho sufrimiento y gran devoción. No sólo por las imágenes que están en sus obras sino además por la manera que está contada su biografía artística: una suerte de via crucis pictórico del artista que nació en 1955 y murió de VIH/Sida en 2006. 

Para narrar este calvario, Santiago Villanueva y Pablo León de la Barra deciden mostrar con simpleza y allí reside el gran acierto curatorial. Porque de esta manera la exhibición es emotiva, precisa, conmovedora. Para lograr esto, también, está el trabajo de archivo e investigación que completa el homenaje, otra de las posibilidades de lectura de este conjunto que se expone en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat

En ese sentido muchas de las obras que están colgadas son resultado de esa busca, paciente y orientada, para reconstruir un cuerpo de obra que comprenda los diversos momentos y etapas de García Sáenz, al tiempo que demuestre otras hipótesis que no sea sólo la de pintor naïve y religioso, aunque esta es muy potente y luminosa.
Por ejemplo, el título de la muestra alude a una del año 2000 en el Centro Cultural Recoleta y este proviene de la zamba de Daniel Reguera poeta, cantor y compositor que nació en Quilmes. Si bien esos versos que cantaron Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa, entre otros, se fusionaron en la obra de García Sáenz a raíz de la relación de la luz de sus cuadros, una suerte de exorcismo contra la oscuridad y la muerte está la misma estrofa,  “Se me está haciendo la noche/En la mitad de la tarde/No quiero volverme sombra”. Es el último tema de Reguera que murió a los 51 años en Mar del Plata en 1963, lo mismo que le iba a pasar a García Sáenz, a la misma edad, unas décadas más tarde. Por lo tanto, con el tiempo, el nombre de la muestra renueva su conjuro y se transforma en una oración laica para el artista pío y fervoroso.

“Si lo quieres, Señor, hazme casto, pero no todavía” es una de las versiones de la frase de San Agustín en la que le pedía un tiempito para volverse, de manera definitiva, el “Doctor de la Gracia”, el máximo pensador del cristianismo del primer milenio. No es que no comprendiera la excelencia de la castidad sino que pidió una prórroga por la dificultad que le representaba practicarla. Luego, ya se sabe, fue el que la practicó con mucha severidad pero entendió mejor que nadie que “no quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende”. Esta es otra de las zonas iluminadas de la muestra: la que concibe la manera religiosa y entiende la humanidad.

Fue su viaje espiritual con caídas y poder ponerse de pie, ayudar, encontrar en la naturaleza inspiración y reparo. Muy en contra de tomar la iconografía religiosa como gesto político de escarnio, el anticlericalismo alla italiana, furioso y radical, su enojo con León Ferrari en una entrevista en Radar en 2005, lo constata: “Yo creo que León se quedó con el catecismo de su infancia, que es de hace 80 años. El Concilio Vaticano Segundo fue en el año 62; ahí se explica claramente que el infierno no existe, que no es más que la ausencia de Dios en la tierra. A mí, una de las cosas que más me molestaron de León fue que se burlara de la devoción popular, que se riera de la gente más humilde. La gente que va a los santuarios está rogando por trabajo, por salud, por lo que sea. La gente más humilde siempre es la más devota. Yo creo que en esa burla hay un espíritu muy clasista. Y no es casual que los que más lo apoyan a León son todos intelectuales de clase media alta, tipos descreídos de todo que al mismo tiempo son intransigentes e intolerantes, porque lo que pretenden es destruir la Iglesia”. 

Por el contrario, el fue casi un pintor de iconos; un Andrei Rubliev descolocado en tiempo y lugar pero con el misticismo y la impronta que aparece en el retrato que hace su tocayo Tarkovsky en la película. “No pinto para los hombre sino para Dios”, dice el protagonista del film. García Sáenz había encontrado una alternativa intermedia: su ángel custodia lo ponía en contacto con la divinidad y de algún modo, transaban voluntades.

 

Ficha de la muestra
Santiago García Sáenz. 
Quiero ser luz y quedarme 
Hasta el 10 de octubre de 2021
Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat
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