Cuando vemos una obra de arte estamos, por lo general, ante algo acabado. La obra es el resultado de un largo proceso artístico del que, a menudo, no han quedado huellas visibles en el producto que tenemos ante nuestros ojos. Entre el momento en el que un proyecto comienza y su plena realización se suceden tantas transformaciones que, al ver el resultado final, poco o nada queda del estímulo inicial. Sin embargo, a veces el arte nos sorprende. A primera vista, las obras que Miguel Harte (Buenos Aires, 1961) presenta en su nueva muestra semejan soportes extraños para obras que no están. Lo que vemos es puro proceso. No tenemos el resultado de un proceso, sino los restos de una civilización que se extinguió.
Un mundo se extingue. ¿Un mundo comienza? Harte es un paciente narrador de aventuras que no terminan de cuajar. Desde hace 25 años, viene construyendo mundos que se desmoronan; contando relatos a los que siempre les falta el final. Estas carencias son su riqueza: la historia no tiene fin; el mundo está siempre surgiendo. Una nueva vida nace. Todo el tiempo.
Monstruos y vísceras pueblan el imaginario de Harte. A lo largo de las décadas se regodeó en presentar superficies pulidas que se quebraban, mostrando entre las grietas la vida purulenta que habitaba su interior. Ahora nos presenta las puras superficies sin grietas, salvo en tres obras, que terminan funcionando como los límites de este mundo de brillos.
Una de esas obras es el único ser “vivo”: un coleóptero que reza, encerrado en su cápsula de cristal. La obra obra-límite es ese rejunte de vísceras rosadas que está en la sala contigua. Por último, una pequeña gruta de piedra tiene apresados en sus paredes cristalinas los restos de una vida animal (insectos, nada más) que construyen la memoria de otra era. El resto es pura superficie.
Superficies brillantes, formas abstractas, color uniforme: son estantes adosados a las paredes. Es el puro soporte expresándose. El nuevo mundo Harte es una nave espacial que ha quedado vacía. Vagando por el infinito espacio sin rumbo y sin tripulación. Es la exhibición en sí misma: lo que se ve. Lo que muestra es justamente que cuando el mundo se ha vaciado de sentido, sólo queda en pie lo que lo sostiene.
¿Ser es ser percibido? ¿Tenía razón George Berkeley? ¿Si sólo queda el soporte y nadie que vea la obra, aún podemos decir que hay obra? ¿Puede haber vida sin alguien que la observe? En Cloud Atlas, el film de los hermanos Wachowsky, la multiplicidad de historias (que se suceden, a la vez, en tiempos distintos) muestra que el futuro será posible porque tiene huellas del pasado. Somos porque fuimos. Por eso, seremos. Siempre distintos.
Los restos de una civilización a la deriva que Harte presenta en su muestra son, también, las semillas de una civilización que se anuncia. Por eso, las obras parecen estantes: lo que soportará lo que venga.
En el medio de la sala, la obra más voluminosa captura la mirada. Brillante por delante, opaca por detrás. Plana de un lado, voluptuosamente corpórea por el otro. ¿Ser es ser percibido? ¿Qué vemos cuando miramos estas obras en proceso de disolución; en proceso de engendramiento? El futuro.
El futuro tiene el rostro del monstruo: lo que rompe el orden regular de la naturaleza.
Miguel Harte
Ruth Benzacar Galería de Arte
Florida 1000
De lunes a viernes, de 11.30 a 20
Gratis