Ritornelo de Malmö es un libro que quedó fuera de Vigilámbulos (Adriana Hidalgo, 2015), la obra reunida de casi dos mil páginas del poeta Arturo Carrera, y quedó fuera debido a que en sí era una unidad, que merecía, tal como cuenta el poeta nacido en Pringles, publicarlo aparte, pero no en cualquier editorial, sino en el sello mexicano Juan Malasuerte, que se especializa en imprimir en una técnica casi extinta y casi artesanal: tipos móviles de madera. Y tal vez publicarla en este sello y lo que implicaba, esto es, mirar hacia el pasado de aquellas técnicas de imprenta, fue lo más consistente con este poema tipo crónica, donde Carrera no sólo contempla un otoño que le tocó vivir en Malmö, sino también se interroga por su propia obra: “¿Y para quién este acopio de hojas?”. Para quién escribe o acumuló esas dos mil hojas de su obra reunida, por ejemplo.
Pero ahora Carrera, sentado en un café en pleno Microcentro y aún con las gafas oscuras puestas, no se demora en responder y de entrada aclara que al escribir Ritornelo de Malmö se sintió un poco como Tucídides, “que era testigo de una batalla de pasiones”, y también un poco como Heródoto, “que dicen que buscaba evidencia en los mensajes apasionados de los demás”. Aquí están por tanto la experiencia directa y lo que se había dicho sobre esa experiencia. Carrera estuvo en Malmö y de algún modo quiso conectarse con esos jóvenes que habían formado “La pandilla de Malmö”, cuyos poemas “quedaron plasmados en un librito extraordinario, donde había fotos de ellos (muy jóvenes, la mayoría suicidas) y una pequeña biografía de cada uno. De modo que cuando estuve allí, súbitamente, todo se aferraba y se desprendía al mismo tiempo del recuerdo”.
En la parte 12 del poema no sólo se pregunta para quién son estas hojas, sino que además hace una autocita de uno de sus libros, Potlatch (2004), algo que no resulta nuevo en su obra. Pero el poema insiste: “¿Y para quién este acopio de hojas?”. Y el poeta contesta: “En ese caso mi libro y todo lo escrito es para quienes me ofrecieron la posibilidad de caer en el delirio brumoso de mirar cada hoja, cada forma”.
Parece que los bosques de Malmö y el otoño llegaron a su vida y no tuvo más alternativa que escribir esa experiencia. En la parte 10 escribe brevemente: “¿Nos inclinamos a besar/ a unos niños que se dormían?/ ¿A dormir a unos viejos que despertaban?”. Niñez y vejez como paso del tiempo, como un abrir y cerrar de ojos, pero también como refutación del pensamiento del poeta estadounidense William Carlos Williams, que escribió que “quien ha besado una hoja no necesita besar más”. Para Carrera es todo lo contrario, ya que “aquí se necesitaba un cuerpo aún más deseante, más cercano al heroísmo de la plasticidad. Sí, un acopio de hojas que no me atrevía a nombrar; pero al mismo tiempo que no podría ni podré olvidar”.
El lenguaje de Ritornelo..., que no se parece en nada, por ejemplo, a los experimentos que hizo con Emeterio Cerro en los 80, en especial en Telones zurcidos para títeres con himen (1988), es llano, sin por eso abandonar la profundidad en cada verso. Le parece difícil explicar por qué este lenguaje y no otro, “pero sin duda creo que nuestro hablar en el poema es algo irrepetible. Agradecemos sin querer y preguntamos sin hablar, como si nos impulsara a saltar una apacible alegría”. Quizá no habría que entrar en el lenguaje mismo sino en el modo de enunciación, que es interrogativo. Más que certezas parece que su vida y su obra lo único que le han dado son incertidumbres.
En todas partes del mundo existen críticos y poetas que se esfuerzan ingenuamente en determinar cuáles son los mejores libros de un poeta de la talla de Arturo Carrera, o cuáles vale la pena leer. Lo cierto es que cuando observamos, con cierta detención, la última producción de poesía argentina resulta imposible no mencionarlo, especialmente por el aspecto pop, entendido a la manera que Oscar Masotta definió en El pop-art (la apelación a los otros lenguajes). Carrera fue uno de los primeros, junto a Osvaldo Lamborghini y a Emeterio Cerro (con ambos escribió libros), en apelar a esos otros lenguajes: sainete, títeres, artes visuales. Hoy esa poesía pop, que Carrera desplegó hace más de treinta años, está en varios poetas de la generación de los 90 (Fabián Casas, Cucurto, Fernanda Laguna, Sebastián Bianchi) y en muchísimos de la generación más actual que indagan en todos los lenguajes.
No peca de falsa modestia y admite haber inventado “una manera nueva de enfocar la construcción del poema y del libro. Primero, como señaló Eduardo Milán, en mi manera de utilizar la metonimia como figura principal en lugar de la metáfora, que era más neobarroca que el neobarroco mismo, del que todavía no sabemos lo que es. Después, como dice socarronamente Sergio Chejfec, mi poesía sería ‘la indecisión del lector frente a lo que lee’. En ese sentido hay algo del registro pop que vos mencionaste. La introducción, o el maltrato, de categorías y experiencias artísticas nuevas”. En definitiva, es imposible quedar indiferente ante la fractalización del mundo del arte. Por último, admite que le gustaría “ser alguien que le deja algo a la tradición de la poesía argentina”, aunque ese algo sea nuevamente una interrogación: “¿Algo como qué?”.