Según el Reporte 2014 publicado en Londres por el World Cities Culture Forum, se establece que Buenos Aires tiene 25 librerías cada 100 mil habitantes, aventajando a Hong Kong, que posee 22. Esto desató una pequeña campaña de orgullo publicitario desde el gobierno de la ciudad y distintos medios nacionales se hicieron eco; incluso el diario inglés The Guardian publicó una nota al respecto. La noción que surge es que “en esta ciudad se lee”, “somos fanáticos del libro” y por eso tenemos “tantas” librerías…
En primer término, la cantidad de librerías que se tomó como total es de 734, y considera locales de Capla (Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines), que venden papelería comercial e insumos, y no libros (o si lo hacen, es en inicio de clases escolares con libros de texto), más las librerías censadas por la Dirección Nacional de Industrias Culturales (Ministerio de Cultura de la Nación). Mientras que el censo realizado por el Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Metropolitano (Cedem), dependiente del gobierno de la ciudad, da por resultado un total de 466 librerías.
Ahora bien, ambas cifras son inexactas, pues no consideran algo clave: cómo se distribuyen los libros, en qué canales de venta. Tomando en cuenta todas las librerías (de libros nuevos, saldos, usados, más puestos de ferias del libro usado en parques o plazas y kioscos de diarios), y considerando a todas ellas como “puntos de venta” (donde se puede adquirir un libro), la proporción asciende a 87,4 puntos de venta cada 100 mil habitantes. Eso sí, considerando que la población es la del último Censo Nacional más el 1,2 millón de personas que, en días hábiles y en horario comercial, concurren a trabajar a la Ciudad, aportando a su PBI en todos los aspectos, incluyendo el consumo cultural, como es la compra de libros.
Este nuevo resultado aparenta confirmar que Buenos Aires es una ciudad lectora. Pero explorando un poco más, veremos que Buenos Aires es la cabeza de Goliat de la industria editorial (produce el 84% de 188 millones de ejemplares que se editaron en el país durante 2014, todo un récord histórico), y a la vez, posee un circuito comercial altamente concentrado y conflictivo. Según datos del Cedem, el 80% de la venta de libros nuevos está en manos de 103 librerías, que implican 18 empresas, las más importantes en tamaño y privilegiadas en ubicación (avenidas y shoppings). El 20% restante de la venta se reparte entre otras 140. El total implica 31 empresas que representan casi la mitad de las librerías de la Ciudad (240 puntos de venta). Ellas venden un poco más de 8 millones de libros nuevos al año, 65% de los cuales son de origen argentino.
La mayor cantidad de librerías de Buenos Aires se encuentra en la zona comprendida entre la calle Florida y Av. Pueyrredón, y entre Av. de Mayo y Av. del Libertador. Allí conviven todas las temáticas, así como librerías de saldos y de libros raros y antiguos, predominando las de libros nuevos. El otro polo, donde el libro usado es la estrella, está en el triángulo que comprenden Primera Junta, Parque Centenario y Parque Rivadavia. En kioscos de diarios de todo el país (aproximadamente 11.200) se distribuyen más de 50 millones de libros al año. Solamente en Buenos Aires existen 2.800 kioscos, y por ellos circulan best-sellers, enciclopedias, libros por fascículos coleccionables, literatura juvenil e infantil, así como publicaciones inscriptas como tales y que son subproductos de éxitos televisivos y cuyas tiradas pueden llegar a 4 millones de ejemplares. Otro de los puntos de venta en Buenos aires es su Feria del Libro. Según la encuesta sobre el perfil y consumo en la misma (con datos de 2013), confeccionada por el Cedem, asisten más de 1,2 millón de personas, de las cuales el 81,2% tiene estudios terciarios completos o incompletos. Proyectando el resultado de dicha encuesta, el 61% de los concurrentes (732 mil personas) compra una cifra aproximada a los 2 millones de libros.
De acuerdo al registro de ISBN de la Cámara Argentina del Libro (CAL), en el período 2004-2014 se publicaron en Argentina 876 millones de ejemplares de libros nuevos argentinos; esta cifra pone en crisis el espacio disponible en depósitos, disminuyendo el valor de los mismos así como el plazo para saldarlo, que puede oscilar entre uno o dos años. Según informó la CAL a PERFIL, la cadena del libro se encuentra en crisis desde el origen mismo de la producción. Existen tres papeleras que abastecen el mercado y han incrementado el valor del insumo a ritmo dólar, mientras las editoriales intentan no trasladar dicho aumento al precio de tapa evitando que el libro se convierta en un artículo de lujo. Por la ley nacional 20.380, conocida como Ley del Libro (1973), el precio de tapa lo determina el editor, de manera tal que su valor de mercado no se convierta en materia de especulación comercial afectando a los compradores.
Según Roberto García, gerente comercial de Antígona Libros, “el precio de tapa se distribuye entre el 50% y el 60% para la editorial (esto incluye el porcentaje sobre el precio de tapa para el autor), 10% a 15% para el distribuidor, y entre el 40% y 50% para la librería. Las condiciones de venta para las librerías son dos: compra en firme (con plazo de pago) o consignación (la editorial entrega los libros y las librerías declaran mensualmente la venta, pagando los mismos entre 21 y 30 días a partir de la declaración, salvo arreglos especiales).” La CAL advierte que las librerías operan como comercios, sufriendo los costos como tales, y que como no pueden trasladarlos al precio del libro, esto desalienta la apertura de nuevas, independientes, y provoca el cierre de un gran número si deben pagar alquiler por un local. De ahí la concentración en grandes cadenas. Según Roberto Basílico (www.librosparaelmundo.com.ar), importador y distribuidor de saldos, “no hay que temerles a las cadenas de librerías, en general no brindan al cliente la calidad y cantidad de títulos que el librero tradicional ofrece, y eso el público lo nota y opta por recibir una mejor atención”. Y agrega: “En el interior del país, por una razón de costos de envío, en una librería conviven libros nuevos y de saldo, y a veces también los usados”.
Para Juan Pampín (gerente Comercial de Ediciones Corregidor y miembro de la Comisión de Comercio interior de la CAL), “las cadenas de librerías predominan sobre el resto, al punto es que si Clarín convierte sus locales de venta de avisos clasificados en todo el país en sucursales de Cúspide, elevará la demanda de ejemplares mínimos para que una editorial ingresara en el circuito de distribución. Eso implica mayor inversión y, con el estancamiento de las ventas, un mayor riesgo, muy difícil de asumir por las editoriales medianas y pequeñas”. Pero los problemas de las librerías independientes se agravan, dice Pampín: “La distribución en consignación arroja el problema de logística a la librería. Algunas editoriales grandes, además de enviar veinte títulos, a veces piden la devolución a los 15 días, todo porque parte de ellos se venden más en otra zona y los quieren ubicar ahí. También ocurre que la librería liquida la consignación, pide que retiren el sobrante y no pasan por él, usando el espacio como depósito por un tiempo. Esta dinámica crispa la relación del librero con distribuidores y editoriales. Al punto que se genera la discusión de en torno a quién pertenece el libro consignado, ¿a la editorial o al librero?”.
A todo esto, para las editoriales de capitales argentinos (nuevas o sobrevivientes a la crisis de 2001) un mercado cooptado por cadenas de librerías las coloca en directa dependencia de ellas. Luego, está en riesgo el oficio de librero, aquel que recomienda lecturas y orienta sobre la bibliografía existente. Y con el desarrollo y difusión por internet, aumenta la oferta, pero puede afectar al sistema de librerías independientes (ver recuadro).
En sí, no alcanzan los puntos de venta para ofrecer todo lo que se produce al lector, y tampoco es suficiente la distribución en Buenos Aires como en el resto del país. Pero ese tema es materia para otro análisis sobre si el libro es accesible a todos los argentinos…