CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Las esencias viajeras", de Carlos Monsiváis

Testigo de la humanidad, la historia, la literatura y el espectáculo. De Andrés Bello a Gloria Trevi, el escritor y periodista mexicano no dejó objeto sin atender con la misma seriedad sarcástica que lo caracterizaba.

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Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 4 de mayo de 1938 - Ciudad de México, 19 de junio de 2010). | Cedoc Perfil

Carlos Monsiváis fue un testigo de la humanidad, la historia, la literatura y el espectáculo. Todos los objetos observados en su laboratorio del DF, donde lo fueron matando los gatos y el polvo acumulado en miles de libros, estuvieron en un mismo nivel de observación. Con la misma seriedad sarcástica escribió sobre Andrés Bello y Gloria Trevi. Un gran lector, como fue su caso, no escatima en pretextos a la hora de “ejecutar” una lectura. 

La cultura global de hoy y las identidades nacionales de hace doscientos años tienen en común, para Monsiváis, su carácter de emergencia. Todos los fenómenos visibles (aquello de lo que se habla) son de algún modo apariciones que insisten con sus retornos en forma de fantasmas verbales. Lo que hace Monsiváis es descubrir las fuerzas que impulsan esos fenómenos hacia la visibilidad; y en eso, la lectura es la ciencia natural de las profundidades.

En la recopilación de textos “Las esencias viajeras - Hacia una crónica cultural del Bicentenario de la Independencia” (2010), Monsiváis convierte lo que creemos conocer como América Latina en una composición dinámica. La fórmula, que hay que deducir más allá de la acumulación, es un sistema de hombres, ideas, actos colectivos, nombres, fechas, escrituras y ejecuciones sumarias en el que América Latina no es otra cosa que una “actividad”.

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La presentación formal de doscientos años transcurridos en un continente que nunca voló los puentes tendidos con los antepasados que lo formaron hasta en sus modos de autodestruirse (un pasado de religiones, civilización salvaje y modernidad ideológica) no puede realizarse, para Monsiváis, sin el concurso de un punto de vista móvil.

El espíritu lector de Monsiváis -justo él, que hizo del encierro un culto- es el del caminante intensivo. El caminante circular de biblioteca que en la biblioteca encuentra todo lo que necesita para saber. Y lo que necesita saber de América Latina es lo que ésta dice de sí misma. Atento al espectáculo de la letra (un lector es un fenómenologo de escrituras), los ensayos y las crónicas de Monsiváis se detienen a reflexionar alrededor de las citas que, reunidas, son la base del lenguaje latinoamericanista que hay que oir como se oye una orquesta.

Los versos de José Martí, Rubén Darío, César Vallejo y Octavio Paz, las prosas de Juan Rulfo, Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, las ideas de Sarmiento, Rodó, Mariátegui y Vasconcelos, la lírica de la revolución “felizmente” sin instituciones de Pancho Villa y los diálogos de la películas de Luis Buñuel (entre cientos de otras cosas) producen por promiscuidad la reacción qúimica que define un repertorio y sus distintos modos de cantarlo.

El tránsito entre esas lenguas movedizas y la verdad histórica de América Latina que Monsiváis se desvivió por descubrir, se vuelve asombrosamente recíproco si escondemos por un segundo aquello de lo que se está hablando. Para Monsiváis la tragedia “no es el final previsible” porque “está desde el principio”; se trata de “la normalización de la tragedia”. ¿Se refiere a la historia de América Latina? Se refiere a los relatos de Rulfo, que no tienen nada que envidiarle.