Ser es ser percibido. ¿Produce algún ruido el árbol que cae en un bosque donde no hay nadie? El mundo nos necesita para existir. Al vivir, nosotros le otorgamos un sentido al sinsentido máximo: haber nacido en un mundo que sólo existe en tanto lo percibimos. ¿Hay algo más allá de lo que percibimos? El idealismo de Berkeley suele resultar insoportable: no sólo por su crítica radical a la intelectualización de la experiencia directa, sino sobre todo porque esa crítica desarma, sin apelaciones posibles, la idea de que hay algo más allá de la percepción. Quizá lo haya, pero no podemos saberlo. Por eso Hume dijo: “Los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica, pero tampoco causan la menor convicción”. Son irrefutables, pero increíbles. Salvo que uno se pare en medio de la sala donde se exhibe la muestra Paisaje, del grupo Mondongo, y tenga una iluminación zen: perciba que percibe un mundo que no refleja ningún otro mundo.
El mundo es un error. Un efecto sin causa. Una percepción sin referente. Ver es descubrir que no hay nada más que la mirada. El paisaje entrerriano que sirvió de base a las 15 cajas de dos por tres metros que conforman la muestra Paisaje está en la mente que lo imaginó, aunque se puedan aludir pruebas documentales, viajes a la provincia argentina, recuerdos (¿pero los recuerdos se refieren a un pasado que existió independientemente de nuestra experiencia actual o estamos fabulando una historia a partir de lo que sentimos ahora?). La muestra Paisaje es un homenaje efectivo al delirio más alucinógeno de la historia del pensamiento: las teorías de Berkeley (que no casualmente están en la base de uno de los cuentos más maravillosos que jamás se hayan escrito: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius).
El arte busca siempre ser una experiencia: llevar la percepción a un nivel tal que anule todo pensamiento y nos enfrente descarnadamente a la obra. Paisaje lo logra. Es el equivalente contemporáneo de Los Nenúfares, de Monet: la percepción de una experiencia que no tiene nada detrás. La conciencia concentrada en lo que percibe, sin razones que lo expliquen. Paisaje es la “reproducción” a gran escala de un paisaje que “existe” en la provincia de Entre Ríos, cerca del río Uruguay. Pero cuando lo vemos comprendemos que todas las palabras deberían ser cuestionadas: ir entre comillas.
Frente a Paisaje nos sentimos como se siente Yu Tsun, el personaje-narrador del cuento de Borges El jardín de senderos que se bifurcan, frente a la campiña inglesa: “Absorto en esas ilusorias imágenes, olvidé mi destino de perseguido. Me sentí, por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo”. El tiempo “indeterminado” es la prueba de que se percibe sin más.
Las obras del grupo Mondongo ocupan las dos nuevas salas del Mamba. En la otra sala hay otras muy diferentes: reunidas bajo el título Retratos, son la contracara de Paisaje. Los complementarios que, en conjunto, dan cuenta del todo. En Retratos todo hace referencia al mundo más allá de la percepción: los espacios cerrados, el dinero como metáfora y como objeto concreto, los seres queridos, el recuerdo de los amigos muertos (Fogwill). El otro lado del espejo. La poesía de los afectos. La alegría compartida. La imagen que nos permite seguir imaginando que hay un mundo detrás de la imagen.
Paisaje y retratos
Grupo Mondongo
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Av. San Juan 350
De martes a viernes de 11 a 19, sábados y domingos de 11 a 20
Entrada: $ 5 (martes gratis)