Presas de los intrincados silogismos de la razón, solemos pasar por alto uno de los privilegios esenciales de la especulación filosófica: emplazar al delirio. Si la filosofía tiene tanto por decir, es justamente por ensayar sobre todo aquello que se resiste a ser pensado, ya sea por extravagante, ecuménico, insospechado, contrafáctico, ocioso, estúpido, antinatura, inerte, gratuito, sublime, profuso, complejo, imposible o antimoral. Condiciones que cumplió con creces el cosmismo ruso, un movimiento único en los albores del siglo XX que propugnó, literalmente, por la resurrección de los muertos a través de medios tecnológicos como condición de posibilidad para llevar a buen puerto los afanes revolucionarios emanados de la Revolución de Octubre; o para decirlo en las palabras de Alexander Svyatogor, autor del Manifiesto biocosmista, “estamos preocupados por la inmoralidad del individuo en la totalidad de las fuerzas espirituales y físicas. La resurrección de los Muertos es la recomposición de la totalidad de los que se han ido a la tumba. Con esto, de ningún modo caeremos en el Atascadero de la religión o el misticismo. Somos demasiado sobrios, y les declaramos la guerra a la religión y a la mística”. La antología preparada y prologada por Boris Groys es un documento invaluable por muchos motivos, no el menor permitir un acercamiento lúcido a unos excéntricos vanguardistas –Nikolai Fiódorov fue el primero en considerar seriamente resucitar a los muertos por medios científicos así como Alexander Bogdánov ensayó la posibilidad de rejuvenecimiento a través de la transfusión de sangre mientras Konstantín Tsiolkovsky es considerado el padre de la cosmonáutica por sus diseños austronáuticos y ecuaciones sobre los cohetes– cuyas precupaciones entroncan directamente con las inquietudes del transhumanismo de nuestros días, la inteligencia artificial, la conciencia interplanetaria e incluso el diálogo interspecies (con la posibilidad de interacción compleja con entidades no orgánicas). Publicado originalmente en 2018 por el Massachusetts Institute of Technology, la cuidada traducción al español de Fulvio Franchi cuenta con un prólogo ex profeso a cargo de Martín Baña y Alejandro Galliano.
Con un placer inmortal es que fue realizada esta entrevista.
—Cercana a un ejercicio de proyección fantástica –al utilizar la palabra fantasía la utilizo en el sentido de visualización de los sueños– la pregunta que bordea una antología como la suya es la pregunta por la inmortalidad, es decir, por aquellas preguntas que condicionan la existencia misma de la filosofía. ¿Qué clase de cariz filosófico encarna el cosmismo ruso y por qué cree que nos resulta, en el presente, tan seductor como extravagante?
—Bueno, el concepto –y esperanza– de la inmortalidad se relacionaba tradicionalmente con el espíritu, Dios, el alma, la razón, las ideas, etc. Pero al menos desde mediados del siglo XIX los hombres llegaron a la conclusión de que no son espíritus, sino cuerpos vivos: cuerpos de trabajo (Marx), cuerpos vitales (Nietzsche) o cuerpos deseantes (Freud). Desde Nietzsche hasta Deleuze, el pensamiento occidental nos enfrenta a la celebración de la vida. Es la vida impersonal, anónima e inmortal que nos conecta no con Dios o la Razón sino con las plantas, los animales y todo el Universo material. Podemos aceptar eso, pero ¿qué pasa con nuestra vida personal? Como respuesta a esta pregunta solo escuchamos que morir es nuestro deber ecológico. Cuando morimos, dejamos lugar para un mayor crecimiento de la vida. Ahora, el cosmismo ruso está interesado precisamente en el cuerpo humano individual y su lugar en el cosmos. De modo que el cosmismo ruso coincide con la corriente principal del pensamiento moderno, pero le da un giro diferente, más individualista.
—Nacida como una férrea voluntad de emancipar a la especie de las limitaciones de la naturaleza, los ecos del cosmismo laten con fuerza en el transhumanismo de nuestros días, cuando la investigación científica sobre el envejecimiento vive un momento de esplendor (pienso en el caso de la edición genética y la reprogramación celular así como en las clínicas “antiaging” y los grandes proyectos liderados por Silicon Valley, donde el caso de Calico, empresa de Google, dedica un presupuesto anual millonario no solo a retardar el envejecimiento, sino a considerarlo como una enfermedad que, dado el caso, debe y puede ser erradicada). ¿Qué piensa al respecto?
—Este desarrollo es una consecuencia ineludible de la medicina moderna que se entiende a sí misma como una lucha contra la muerte. Hoy en día si alguien muere suelen escribir los periódicos: perdió la lucha contra la enfermedad y la muerte. Pero esta formulación implica que esta batalla también se podría ganar. En cualquier caso, el límite de esta batalla sigue sin estar claro. Y eso significa que uno puede luchar contra el envejecimiento y la muerte todo el tiempo que sea necesario.
—“Todos los seres humanos que vivieron alguna vez deben levantarse de entre los muertos en calidad de obras de arte y ser puestos en museos para su preservación”; esta frase compleja de su prólogo cobra una especial preponderancia leída desde una cultura como la mexicana, donde el diálogo con los que han muerto se plantea como una reactualización permanente a partir de los altares del Día de los Muertos –heterotopía señera donde las haya– una serie de instalaciones barrocas a medio camino entre la ofrenda, el site specific y el portal para seguir en comunicación con los ausentes, agasajando con los frutos terrestres, la memoria y el espíritu de quienes ya no están. ¿Qué piensa usted de las prácticas populares vitalistas como la referida en relación con el cosmismo ruso?
—El Día de Muertos trata sobre los espíritus, mientras que el cosmismo ruso trata de los cuerpos. Esa es la diferencia básica. Sin embargo, en efecto, la popularidad de los vampiros, zombis y otros muertos vivientes en nuestra cultura de masas contemporánea muestra el interés por el más allá del cuerpo que es tan característico de la cultura moderna poscristiana, en lugar del interés por la after-life del alma.
—Pocos autores como Elías Canetti hicieron de la negación contra la muerte un estandarte, una obsesión y un motivo de angustia filosófica tan recurrente, al menos como una angustia macerada que bebe tanto de la literatura como de la filosofía. ¿Qué le dice el siguiente aforismo del escritor búlgaro? “Se empieza contando a los muertos. Cada uno debería, por el hecho de haber muerto, ser único como Dios. Un muerto y uno más no son dos muertos. Antes se debería contar a los vivos, ¡y qué perniciosas son ya estas sumas!”
—En efecto, el cosmismo ruso se movió no tanto por el deseo de sus protagonistas de vivir para siempre, sino más bien por el deseo de salvar a los demás, incluidas las generaciones anteriores, de la muerte. Ya se dijo que solo mueren los demás. El cosmismo ruso se trata, en realidad, de los demás: la generación actual y las generaciones anteriores.
—En una conferencia de 2017, titulada Optimists of the Future Past Perfect (disponible por Youtube), el artista Arseny Zhilyaev decía lo siguiente respecto de la posibilidad del cosmismo ruso de cumplir con la promesa de infinito que defrauda por el capitalismo: “el cosmismo nació casi al mismo tiempo que el proyecto marxista. Ambas doctrinas tienen mucho en común en sus intenciones hacia la humanidad y en relación a los objetos. Pero también es posible comparar el marxismo y el cosmismo como dos ejemplos de anti-filosofía, que buscan sobre todo no construir un sistema intelectual integrado, sino más bien organizar los aspectos prácticos de la vida comprometiéndose en el esclarecimiento intelectual del estado actual de los asuntos de la vida”. ¿Qué piensa al respecto?
—Sí, estoy de acuerdo en que el marxismo y el cosmismo son similares. Ambos son menos los intentos de interpretar el mundo como un proyecto para transformarlo. Y ambos adoptan una posición hacia la religión diferente a la de la Ilustración clásica. El marxismo ve en la religión no un error o una superstición, sino una expresión del auténtico deseo humano de un futuro mejor. Para el marxismo, vencer a la religión significa realizar por medios sociales y tecnológicos el proyecto que los cristianos creían que se podía realizar solo por la gracia divina. Pero el marxismo, por supuesto, seguía siendo hegeliano. Y Hegel proclamó la famosa muerte al Maestro Absoluto: él proclamó que la revolución contra la muerte era imposible. El cosmismo ruso es un proyecto de revolución poshegeliana que se dirige contra la muerte como Maestro Absoluto.
—No deja de ser sobrecogedor que el cosmismo, a diferencia de otras corrientes disruptivas, quisiera menos destruir el pasado y más bien exhumarlo, dándole una nueva vida a los muertos, lo que sin duda entronca con la estética forense de nuestros días: apocalipsis zombis y vampiros polisexuales imbuidos en realidades necrocapitalistas mediadas por los conflictos bélicos territoriales, pasando por el extractivismo mineral y digital, así como por el lugar de los desaparecidos de tantas dictaduras latinoamericanas es –imposible no recordar la frase del dictador Rafael Videla: “el desaparecido es una incógnita, no tiene entidad… No está muerto ni vivo, está desaparecido”– así como como en lugares co–gobernados por el crimen organizado y el narcotráfico, dando lugar a bestias infernales como femicide machines (González Rodríguez), necromachines (Reguillo) o capitalismos gore (Valencia). ¿Cuál es su opinión?
—Sí, claro, ese es el principal impulso del cosmismo. Es una reacción contra el fluir de la vida y el progreso tecnológico que sustituye permanentemente lo viejo por lo nuevo, el pasado por el presente y el presente por el futuro. Y si, a este proceso de represión de los muertos se suma la política del olvido, el envío de los muertos a la Nada. Es por eso que para Nikolai Fedorov, el fundador del pensamiento cosmista, el arte y, especialmente, el museo de arte, eran tan importantes. Vio en el museo un espacio para una antitecnología y, si se quiere, antipolítica: tecnología y política dirigida al rescate del pasado, tecnología de resistencia al paso del tiempo y al olvido.
—¿Qué queda del cosmismo en la Rusia actual? ¿Considera que el gobierno de Putin es más una distopía o una refinada kakistocracia?
—En la Rusia actual hay un interés creciente por el cosmismo. Los escritos de los autores cosmistas se están publicando, muchos de ellos por primera vez. Están los institutos e iniciativas científicas dedicadas al estudio del cosmismo. El cosmismo tuvo una fuerte influencia en el arte ruso / soviético, especialmente en la poesía y las artes visuales. Ahora, algunos de los principales museos y espacios de exposición de arte organizan las exposiciones de arte que reflejan esta influencia.
—Si por algún extraño sortilegio –digamos, un rito vudú haitiano– pudiera usted revivir a Karl Marx, ¿lo haría? ¿O preferiría traer a la vida el cuerpo embalsamado de Lenin? ¿Qué cree que habrían pensado ellos, de estos mendaces tiempos nuestros envenenados por una pasión transhumanista? Y sobre todo, ¿qué piensa usted?
—En realidad, el cosmismo ruso estaba interesado no tanto en la resurrección de los famosos sino, más bien, en la resurrección de la gente normal y corriente que fue olvidada por la historia: la inmortalidad para las masas. ¿La relación del cosmismo ruso con el transhumanismo contemporáneo? Depende de cómo se defina el transhumanismo. Si nos referimos a los cyborgs y otras formas similares de combinación entre hombre y máquina, entonces tenemos aquí una nueva versión del politeísmo precristiano en la que las máquinas sustituyen a los animales. Anteriormente, los semidioses se imaginaban como combinaciones entre cuerpos humanos y animales, ahora los Superhombres se imaginan como combinaciones entre el cuerpo humano y diferentes dispositivos técnicos, como lo vemos en las películas de Hollywood. En este sentido los cosmistas fueron humanistas. La resurrección del cuerpo humano no significó su fusión con la máquina.
¡Inmortalidad para todos!
Boris Groys*
El cosmismo ruso no se presenta como una filosofía integral. Más bien se trata de un círculo de autores de fines del siglo XIX y principios del siglo XX para los que el cosmos visible era el único lugar para la vida del ser humano después del fracaso del cristianismo histórico con su fe en la realidad de ultratumba, el mundo del más allá. De este descubrimiento o, más bien, de esta pérdida, se podían sacar diferentes conclusiones. Una de las conclusiones difundidas en aquel tiempo era la negación de la idea de la inmortalidad individual y el destino del mundo en general: se le proponía al ser humano limitarse a las fronteras temporales de su vida terrestre finita y al círculo de preocupaciones ligadas a esa vida. Los teóricos del cosmismo ruso llegaron a la conclusión opuesta a la “muerte de Dios”. Llamaron a la humanidad a establecer un poder total sobre el cosmos y a asegurar la inmortalidad individual para todos los seres humanos que viven y que han vivido anteriormente. El medio de la realización de esta aspiración debía ser un Estado universal centralizado: el cosmismo ruso no fue solo un discurso teórico, sino un programa político. Michel Foucault tiene una frase conocida que define el principio del funcionamiento del Estado moderno, en contraste con el funcionamiento del Estado soberano de tipo tradicional. El principio del Estado tradicional “Dejar vivir y hacer morir”, en el Estado moderno sería “Hacer vivir y dejar morir”. El Estado moderno se preocupa por los problemas del nacimiento, la salud y la seguridad de la actividad vital de la población. De este modo, según Foucault, el Estado moderno funciona, en primer lugar, como un “biopoder”: la justificación de su existencia radica en que garantiza la supervivencia de la masa humana, del ser humano como especie biológica. Sin embargo, si el objetivo del Estado es la supervivencia de la población, la muerte “natural” de un individuo aislado es aceptada pasivamente por el Estado como un hecho inevitable. Es decir que la muerte natural funciona como límite natural del Estado como biopoder. El Estado moderno acepta ese límite respetando la esfera privada de la muerte natural. A propósito, ni siquiera Foucault pone en duda ese límite. Pero ¿qué pasaría si un biopoder decidiese radicalizar su programa y reformular su divisa como “Hacer vivir y no dejar morir”? En otras palabras, si se decidiese a luchar contra la muerte “natural”. Se puede presuponer que una decisión de este tipo parecería utópica. Pero, precisamente, esta demanda de un biopoder absoluto fue formulada por muchos pensadores rusos antes y después de la Revolución de Octubre.
*Extracto del prólogo de Cosmismo ruso (Caja Negra Editora, 2021).