CULTURA
Reflexión y balance

Cuestión de género: cinco autores argentinos en New York

Hace apenas unos días se desarrollaron en la ciudad norteamericana el Brooklyn Book Festival (BKBF) y la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York (FILNYC). Aquí, lo más destacado de la participación argentina.

Escritores 20211014
INVITADOS. Los escritores y escritoras Ariana Harwicz, Michel Nieva, Mariana Enríquez, Martín Felipe Castagnet y Fernando Olszansky. | Cedoc Perfil

Hace unos días, mientras los porteños se daban la panzada editorial del año en la FED, los neoyorquinos no quisieron ser menos: del 2 al 4 de octubre, entre el Brooklyn Book Festival (BKBF) y la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de Nueva York (FILNYC), cataron una una serie amplísima de charlas y lecturas

Fueron eventos distintos. El BKBF ya cumplió los dieciséis (It’s Our Sweet Sixteen, reza la página web junto al forzoso botón de donaciones) y la FILNYC, apenas tres. Quizás sea por viejo que el BKBF es más grande, y también más cosmopolita: la FILNYC es estrictamente hispanoamericana. Este año, además, fue estrictamente virtual, y el BKBF optó por lo híbrido. Eso sí: ambos tuvieron su cuota de argentinidad

En diálogo con críticos y autores de otras latitudes, nuestros enviados trataron temas diversos. El BKBF invitó a Mariana Enríquez a hablar sobre el vínculo entre terror y realidad, y a Michel Nieva sobre su inclusión en la antología de los mejores narradores en español de la revista Granta 2020. En la FILNYC, Martín Felipe Castagnet participó de América Fantástica, panel inspirado por el libro epónimo del que forma parte; Ariana Harwicz se sumó a un debate en torno al racismo y la marginalidad. A Fernando Olszansky, editor de Ars Communis en Chicago, le preguntaron por el estado de la industria editorial hispanoamericana en Estados Unidos. 

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La diferencia de consignas, horarios, lugares e interlocutores no auguraba coincidencias entre compatriotas. Sin embargo —guiados por el Espíritu de la época, o el del pueblo argentino, o el mismísimo Espíritu Santo—, los autores compartieron inquietudes. 

 

Playas, desiertos y otras distopías

Primero, algunas coincidencias perezosas: Enríquez figura, como Castagnet, en América fantástica, y Castagnet, como Nieva, en Granta 2020. Los tres escriben variantes de lo fantástico. No sorprende, entonces, que en el panel de Castagnet se haya nombrado varias veces a Enríquez y aludido a Nieva, al menos indirectamente, al citarse el volumen que integra. 

Lo que sorprende es que los tres hayan subrayado, de manera totalmente independiente, la dimensión política del género fantástico en nuestro país. 

“Yo tenía muchísimo interés en tratar el trauma de la Argentina”, dijo Enríquez respecto a su primer libro de cuentos, Los peligros de fumar en la cama. “Es un trauma que tiene que ver con la ruina, con la decadencia, con una dictadura que de alguna manera se cerró pero de otra no, con una violencia institucional insidiosa”. La autora agregó que el lenguaje del género del terror, que aparece por primera vez allí, fue el que propició el abordaje de estos traumas en su escritura.

Castagnet habló del peso de la distopía en el panorama fantástico reciente, citando textos como El año del desierto de Pedro Mairal y Cadáver exquisito de Agustina Bazterrica. “Lo distópico tuvo esa enorme presencia en la Argentina”, afirmó, “porque es un territorio de lo político”. Más tarde aludió a la ciencia ficción en esa misma línea; si autores como Pola Oloixarac y Hernán Vanoli son exponentes del género en su versión mainstream, afirmó, es porque sus libros “tomaron la cuestión política”.

Bien podría haber nombrado a Nieva: desde Queens, el autor definió su escritura como “ciencia ficción gaucho punk”, y su traductora Natasha Wimmer la calificó de “terror distópico”. Nieva explicó, además, que su intención es “usar las herramientas e imaginarios del cyberpunk para trazar la historia de la violencia contra los cuerpos y las tierras”. En “El niño dengue” (cuento que figura en la antología de Granta), especula sobre el colapso ecológico, creando un mundo en el que el hielo antártico se derrite y convierte nuestra pampa en playa. El rol político del género literario fue, así, un eje recurrente entre argentinos.

También lo fue el rol del género sexual.

 

Los peligros de juntar a las damas

Es innegable el boom de la “literatura femenina” (usaría mil comillas si la corrección ortográfica lo permitiera). En la charla sobre el fantástico, la mayoría de autores citados fueron mujeres: más allá de las históricas como Angélica Gorodischer o la cubana Daína Chaviano, presente en el panel, sonaron nombres como los de Mónica Ojeda, Fernanda Ampuero, Cynthia Matayoshi, Giovanna Rivero y la infaltable Samanta Schweblin. El boom se evidencia también en la reciente selección de Granta: de veinticinco autores, once son mujeres. En la camada anterior, la de 2010, hay sólo cinco. 

Quizás porque hemos aceptado (casi todos, creo, hemos aceptado) la justicia poética y política de este auge, Enríquez y Harwicz aludieron a sus trampas. Sobre el proceso de escritura de Los peligros de fumar en la cama, Enríquez confesó que hasta entonces no había empleado el punto de vista de una mujer. Y desmintió un prejuicio al respecto: “Ser mujer no tiene nada que ver con saber escribir una narradora femenina”. Al hablar de La hermana menor, su retrato de Silvina Ocampo, se refirió a un segundo preconcepto: “Me dicen que tengo un parecido con ella como escritora. Ahí juega el lugar común de pensar en las ‘mujeres escritoras’, sin pensar en cómo nos atraviesa a cada una lo que pensamos sobre la vida, sobre la política y demás”.

Harwicz cuestionó el uso de estas marcas totalizantes como estrategia editorial, un aprovechamiento al que hay que resistirse: “A muchas mujeres no las dejan escribir sobre lo que quieren a menos que sean famosas; deben escribir sobre temas ‘femeninos’ o feminismo”, que es lo que hoy vende. Ni la fama, parece, ofrece garantías si de género se trata: cuando Marieke Lucas Rijneveld ganó el Booker Prize en 2020, recordó Harwicz, se habló menos de su obra que de su calidad de “granjera no binaria”. 

De estar presente, Olszansky habría compartido el planteo. Al preguntársele por la prevalencia del branding literario en Estados Unidos, respondió como el autor que también es: “Uno escribe para sí mismo, para decirse algo. Enfrentarse a la página en blanco es un acto íntimo de desaparición. Contaminarlo con etiquetas es un sacrilegio”.

 

*Desde Nueva York